LA LUZ EN EL PAPEL
Las estaciones de la
existencia representa casi al completo el corpus lírico de Fernando de
Villena (Granada, 1956), Doctor en Filología Hispánica, Académico de Buenas
Letras de Granada, narrador, ensayista y poeta de insólita fertilidad creadora,
sostenida durante más de cuatro décadas de escritura. Tan amplio legado
conforma una obra extensa e intensa que hace necesario el autoprólogo y confiere
carácter didáctico a su propuesta interpretativa. Sin duda, la mirada personal
facilita claves del diseño global y enuncia la sensibilidad preponderante en
cada periodo del recorrido. El mismo autor define su periplo verbal como un
diario lírico, hecho con estaciones naturales siempre hilvanadas por una clara
intencionalidad temática y estilística.
Los poemas iniciales se integran en el apartado “Las vacilaciones de la
primavera”; están marcados por una estética neomanierista o neobarroca,
prestigiada por la tradición, donde la mirada a los clásicos del siglo de oro y
al venero grecolatino remarca la preocupación fundacional. EL comienzo comprende
tres entregas epifánicas,
Pensil de rimas
celestes,
Soledades III y IV,
donde se hace presente como ruta a seguir el magisterio poético de Luis de
Góngora, y
Damas reales, empeño en alzar
los muros de un cancionero a la manera de Petrarca. Son quehaceres que
reafirman luminoso conocimiento del pretérito tradicional, indeclinable vocación
lectora y un dominio formal muy alejado del prosaísmo y de la cercanía al verso
libre que definía muchas de las entregas poéticas de aquel tiempo de cierre de
la sensibilidad novísima.
Esas obras de apertura, como es norma siempre en la buena poesía,
confirman otros itinerarios de búsqueda; así se liberan de una cierta frialdad
expresiva y dan mayor presencia al personaje emocional o al marco escénico,
convirtiendo la geografía en paisaje sentimental. Pero persiste en esta
primavera plena de intensidad expresiva la variedad argumental. En los frutos
que aparecen en la década del ochenta hay menos presencia del factor
esteticista. Fernando de Villena opta por integrarse en
una senda cultural en la que destaca con
nitidez un coloquialismo cercano, tan evidente en el conjunto
En el orbe de un claro desengaño. Pero
cada meridiano sirve de avance al desvelo escritural y además a la asunción de
otra imaginería semántica y formal, de modo que, como se ha dicho, toda esta
primera etapa está marcada por la variedad y por un venero prolijo en los
temas, capaz de afrontar el paisaje de Granada, la recreación del ambiente
mitológico o el halo de pureza y claridad de la infancia y juventud que se van
borrando en el devenir. No son temas cerrados en otros momentos; la mirada
poética es continuo impulso que propicia formas de percepción.
La travesía alcanza una primera altura, a juicio del poeta, en los
títulos reunidos en el segundo tramo “La madurez del estío”. En él, la voz
emotiva del yo se adueña de las composiciones de
Arco de rosales donde se respira un cálido intimismo de comunión
con el entorno cercano. Instantáneas del ahora jalonan las íntimas veredas de
los días. Como encarnación de un sueño antiguo, retorna la palabra de la
evocación que agiganta sombras. Hay también homenajes a los integrantes de la
Taberna del Potro, aquel grupo poético que se cobijó en “Cántico”.
Pero ya es evidente el propósito de Fernando
de Villena de definir la voz de cada libro con sentido unitario en torno a una
trama continua. En
Vos o la muerte el
amor alumbra como núcleo germinativo en la mayoría de las composiciones. Es
resaltable en los textos la carga simbólica de los sentimientos, pero también
el hábitat descriptivo de la convivencia y esa estela de celebración y recuerdo
que dicta el transitar. Son composiciones escritas entre 1987 y 1991 y en sus
versos copa el primer plano la esposa del poeta, tanto en la educación
sentimental como en los colmados frutos de la felicidad doméstica. El emotivo
homenaje deja su tono confesional para un nuevo paso,
Año cristiano donde la escritura hace del recuerdo un viaje
terapéutica y liberador hasta la infancia. Retornan sensaciones, lugares y
asombros; la poblada pradera habitable de sombras y aromas. Los referentes
culturales impulsan las entregas finales de
Libro
de música y
Nuevo museo pictórico y
escala óptica, mientras que la entrega
Las
horas del día aporta una reflexión sobre la singularidad del estar y su proyección
sobre el transitar entre lo contingente.
Quien mira el colmado fruto que rebosa en las manos, defiende que la
tercera parte es el momento áureo. En “La plenitud del verano” está la máxima
definición del ideario poético de Fernando de Villena. Abarca la producción de
siete libros nucleados en torno al Mediterráneo como espacio abierto a la
historia, la cultura y la sociología de un ahora que amalgama asimetrías y
desajustes como la emigración, los continuos naufragios y los conflictos
étnicos. De estas cuestiones de fuerte actualidad mediática se ocupa la entrega
Tiempos finales. Desde el itinerario
iniciático por las ciudades más relevantes de la historia y desde la asunción
del legado cultural y filosófico de la latinidad, Fernando de Villena nos deja
en sus poemas el hondo resplandor de un canto épico.
Crepuscular y con cierto epitelio de melancolía, la parte final deja
paso al trasfondo humanista y existencial del hombre. Existir es un paréntesis
de duración variable que nos va dejando en cada recodo el temporalismo, la
finitud y los efectos secundarios de la vida al paso. Se singularizan estados
de ánimo lastrados por la pérdida y la ausencia y el tema de la muerte pasa con
frecuencia al primer plano, como si estuviésemos abocados a enfrentarnos con
nuestros propios laberintos. De ahí que en la selección “El recuento y la
sabiduría del invierno” predomine la desnudez del ser, la disposición a hacer
balance y aventar el desnivel de la última costa. El hombre se pierde en la
sombra y constata su orfandad en la noche, mientras el pasado es solo una
ilegible estela de ceniza. Nada queda tampoco del mundo de los sueños, solo la
coherencia del sujeto con su escueto puñado de certezas estremecidas.
Quedan muy lejos aquellas polémicas generacionales de los años noventa y
el ámbito gregario de las etiquetas críticas. En
Las
estaciones de la existencia. Antología poética (1980-2020 Fernando de Villena entrega su destino
completo de poeta, una obra plena, casi desbordada en la que encuentra sitio la
singularidad abierta de una conciencia en vela. Su vigilia comparte una
experiencia de conocimiento, una convulsión clarividente que hace de la poesía
el refugio tenaz de lo perdido, el alba permanente donde amanece el ser.