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Escarcha al sol María Rosa Serdio Prólogo de David Fueyo Bajamar Editores Gijón, Asturias, 2022 |
SENSACIONES
En la marejada incontinente de las formas breves –aforismos, haikus,
microrrelatos o epitafios- que define el ahora literario y su pluralidad formal,
hace mucho tiempo que la estrofa japonesa perdió su carácter pintoresco y
exótico, por su lejana procedencia, para integrarse en el taller de autor como
una posibilidad estética más, como un texto lacónico dispuesto a convertirse en
senda habitable y cercana para ideas y palabras. María Rosa Serdio (Langreo,
Asturias, 1953) maestra en su desempeño laboral, investigadora del folklore
escolar infantil y poeta, retorna al cultivo del trébol verbal japonés con Escarcha al sol, un balance de ciento un
haikus, publicado de nuevo en Bajamar, el sello editorial que capitanea con
envidiable entusiasmo Pascual Ortiz (O lo que es lo mismo, el editor César
García Santiago).
David Fueyo convierte el liminar introductorio en una propuesta
didáctica y rigurosa, en la que analizan las claves más definitorias del
quehacer creativo de María Rosa Serdio. El aware, o la emoción del poeta, lleva al
conciso esquema formal la sensibilidad desplegada de la escritora, una delicada
tarea, exacta y fragmentaria, unas gotas de poesía que dejan en la mirada un
sustrato delicado y espiritual; dice David Fueyo: “Escarcha al sol es un poemario elegante y sublime (…); María Rosa Serdio representa en sus versos el
enlace entre naturaleza y libertad”.
El título Escarcha al sol es
un bellísimo aserto que define lo perecedero. La gelidez quieta de la escarcha,
que abre la mañana de invierno, se desmorona de inmediato, en cuanto aparece la
primera transparencia solar. También podría apuntar una lectura simbólica sobre
la fugacidad de la belleza, o sobre el renacer de los ciclos estacionales que
secuencian, ante la pausa reflexiva del yo poético, cambios y sensaciones del
discurrir temporal en su aparente calma.
Es sabido que el haiku tiene
una capacidad argumental omnívora; por tanto la organización estructural del
libro suele establecerse por la semántica de sus temas. En el comienzo, el
conjunto de “Portal”, en su manera más clásica, convierte el haiku en una
poesía de estaciones. Quien mira en torno percibe los matices del otoño, busca
los efectos de un intervalo temporal crepuscular que huele a leña quemada, a
espera y soledad: “El ojo sabe, / a la puerta del tiempo, / ver lo profundo”.
Todos los haikus de esta sección
muestran la perfecta sencillez del esquema clásico, prosiguen la senda de las
voces mayores que sedimentaron la estrofa en la urna breve del cómputo silábico
5-7-5, sin ninguna variación o torpeza; también en su tejido argumental
hallamos el tejido ajustado de la lírica estacional, aunque los últimos textos
indaguen más en la presencia de un sujeto pensativo que camina despacio para
percibir el asombro limpio de la naturaleza.
El segundo apartado “Sala de espera” traslada el escenario accional. Ya
no es el marco natural quien propone instantáneas al paseante sino un ámbito
cerrado, un espacio limitado por la espera, cuando la luz se apaga, y la
posibilidad que se contrapone al estar quieto de la naturaleza y su quietud abierta.
Los sentidos parecen cerrarse para que el yo pensativo emprenda un viaje
interior a la conciencia: “En esta espera / los hilos de la voz / están
cortados”. Otros ejemplos: “Mientras espero / doy fe de que la vida / es si
respiras”, “Sala de espera: / Un sonido susurra. / La vida calla”. El hablante
verbal percibe el junco frágil de la vida, siente que la urdimbre de la materia
se hace con hilos de finitud y ocaso y el latido cotidiano se estremece con la
llegada del frío y la escarcha: “Afuera llueve, / adentro es tiempo gris. /
Huele a canela.”
El tono melancólico y crepuscular de “Sala de
espera” retorna a la luz en “Sigue el aliento”. De nuevo la esperanza camina
con pie firme, como si otra vez la naturaleza se vistiera de celebración y
canto. La devanadera del tiempo restablece vínculos, el entorno natural otra
vez muestra su madeja de asombros ante las ventanas; la alegría es una forma de
embellecer lo mínimo: “Cosas sencillas: / un papel, una brizna, /
respiración…”, “Ha amanecido. / Hay un rumor de vida. / ¡Atenta al día ¡”.
En los haikus de Maria Rosa
Serdio está el aroma de la buena poesía. Quien escribe conoce el magisterio
solar de los maestros y presta atención al latido del tiempo, a ese fluir
existencial hecho de contraluces y esperanzas, de escarcha derretida y
mediodía. Palabra florecida que ve a lo lejos y conecta con las precisas
sensaciones que definen un instante de luz.
JOSÉ LUIS MORANTE