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En tierras como estas (Poesía reunida, 1985-2020) Juan Ignacio González Prólogo: José Carlos Díaz Epílogo: José Luis Morante |
TESELAS DEL
CAMINO
En la genealogía del poema se mantiene como verdad normalizada que nunca
es solo una estrategia expresiva, abierta a modulaciones y matices, sino una
forma de realización personal y de asumir, hasta las últimas consecuencias, el
propio destino. Desde ese ámbito de compromiso con la condición de ser amanece,
desde el impulso de BajAmar Editores, la producción total de Juan Ignacio
González (Mieres, 1960), profesor universitario, integrante y fundador del
grupo Cálamo y editor de varias colecciones poéticas. En tierras como estas reúne un intervalo creador de treinta y cinco
años, desglosado en once entregas. Permite, por tanto recrear el trayecto
completo de una voz que mantiene en el tiempo un fértil ritmo de trabajo y una
lealtad de fondo al ideario realista. Los sucesivos andenes alumbran influencias
y magisterios y así lo manifiesta, con cercana lucidez, la apertura de José
Carlos Díez, que indaga en el recorrido desde su amanecida y en los elementos
biográficos que han impulsado algunas entregas. Con enfoque similar, el epílogo
insiste en la unidad orgánica del trabajo, la paulatina evolución y la
importancia que tienen en la arquitectura literaria los significados y
experiencias de la intersección entre sujeto y tejido social; ambos se definen
desde un tiempo histórico concreto que moldea arquetipos sentimentales,
ideológicos y éticos.
El amanecer literario usa como umbral Cuaderno
de aves para un príncipe (2004-2011). El escueto principio de un solo poema
emplea el monólogo dramático para dar luz a una identidad desgajada. El
procedimiento, como se recordará, fue muy utilizado en el despegue culturalista
de los años setenta, cuando alcanza su máxima expresión la caligrafía veneciana.
El recurso está presente también en composiciones de El libro de las horas, lo que propicia en la expresión directa un
sesgo enunciativo, donde adquieren rango la objetivación testimonial y el
sustrato anecdótico. Léase, por ejemplo, el emotivo poema “Sobre la tolerancia,
1966”, marco evocador sobre el yo autobiográfico.
El tema amoroso se aúpa en Otros
labios, acaso, donde los acordes pensados del deseo evidencian el bálsamo
de luz de la belleza y el intenso erotismo de los juegos carnales. Pero el nudo
argumental sugiere otras perspectivas como el inciso reflexivo del solitario o
la personificación y rescate de voces del canon como J. Milton, Rimbaud,
Leopardi o G. Lorca que expanden otra sensibilidad vivencial del legado
emocional del sujeto. Distinto es el contexto creado en El cuaderno de la ceniza donde la idea de temporalidad y
acabamiento, evocada en la voz introspectiva de Seferis, de Andrade y Valente,
percibe en el fluir cúmulos de pérdida y ceniza. La culminación del estar es el
despojamiento de cualquier plenitud que tantea un tiempo de memoria y olvido. Esa
percepción de finitud y melancolía sobrevuela también en Cuando enero fue pasto de las llamas; en su desarrollo toma forma
una rebeldía amansada por el terco latido de los días, que aleja del protagonista
lírico el vuelo de los sueños. Alrededor crece la ausencia, el denso respirar
de sombras y certezas que acabarán tendidas en el barro de la decepción. El
tejido sentimental y las palabras salvan, sostienen con cimientos humildes un
canto renacido de esperanza.
En el puzle de J. I. González Los
nombres de la herida es tesela central. Rescribe un largo paseo interior en
el que afloran las cicatrices marcadas en la piel del tránsito; la veta
argumental trasciende la realidad concreta del sujeto para asomarse a las
grietas de un ahora convulso que atestigua en su rostro plural las marcas del
camino. En esta entrega ocupa sitio el poema homónimo “En tierras como estas”
que contiene las coordenadas definitorias del existir: salir al día es trazar la
estala de un nomadismo que depara un contradictorio aprendizaje vivencial, y un
afán de sosiego que busca sitio y raíz para quedarse. Otras anotaciones
acentúan el sedimento indagatorio. Conforman percepciones crepusculares que
acercan a un paisaje otoñal, hecho de soledad y dolor, en el que se van
disolviendo inadvertidas las líneas que marcaron el mediodía luminoso de la
infancia.
La fortaleza expresiva del título El
cuaderno de la guerra (y algunas notas sobre la paz) perfila la dimensión
social de la entrega y los supuestos escenarios bélicos; pero también el tejido
épico del vivir al paso, sabiendo de antemano que la realidad fuerza la
previsible derrota. Queda entonces el peso del poema, su capacidad para dar voz
a los desheredados o para poner nombre a las cosas, buscando sus aristas de
verdad y belleza. Los versos construyen refugios de esperanza donde preservar
maltrecho el intimismo; como alentara el eco fuerte de Joan Margarit: la poesía
es la última casa de misericordia, una terapia para apaciguar los surcos de la
herida.
La senda renueva energías en el último tramo del camino y suma Los jardines en ruinas, un espacio
verbal del romanticismo por el carácter simbólico que conecta la erosión
exterior de la belleza con el ánimo interno del yo frente al paisaje. Quien
escribe interroga la razón del poema; la palabra es imán que congrega emociones
y pautas sensoriales, pensamientos, olvidos y regresos. El poema es también un
eco fuerte de un legado cuyos versos reescriben la fuerza del amor, las
crónicas del héroe o el frío entre las manos del invierno vital.
El balance incorpora la pulpa metaliteraria en el libro Decir lo que no importa. Si los límites
del lenguaje son los límites del yo, los vocablos alientan el latido de ser,
miden la estatura del hombre, formulan un epitafio largo de preguntas que no
buscan respuestas. Y queda como cierre del códice verbal Cuaderno del confinamiento donde un ahora de incertidumbre y miedo
que constata la fragilidad y la clausura del sujeto en el envés del sueño. El
silencio llama a la puerta, recuerda otros silencios de la historia que
reencuentran su sitio en las palabras, y en un rincón oscuro del ocaso preserva
la esperanza del regreso.
En tierras como estas de José
Ignacio González es una casa de poemas grande y espaciosa en la que se acomoda la
existencia y anida la incertidumbre de ser. El diario de un viaje, sin héroes
ni épica, que registra en sus versos la voz de un personaje cercano y
humanista, compartiendo memoria y sueños. El afán de escritura nunca se
distancia del muro frágil de lo colectivo, ese espacio que sigue
buscando amanecida y abrazo, que proclama en silencio que la palabra será
siempre audible melodía, la sombra en vela de algún sueño.