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Diarios (1956-1985) Jaime Gil de Biedma Edición de Andreu Jaume Lumen, Memorias y Biografías Barcelona, 2016 |
LOS LÍMITES DEL YO
Andreu Jaume,el editor de Diarios
(1956-1985), resalta en el introito que Jaime Gil de Biedma preparó este recuento
autobiográfico con voluntad crítica, con el firme propósito de que fuese un
testamento de claves interpretativas. Esta valoración otorga al volumen espacio singular y una íntima relación
con Las personas del verbo, que
aglutina el fondo lírico, y con El pie de
la letra, donde se integran artículos y ensayos. La condensada indagación intimista nace de un afán de
“adiestramiento en la literatura”, activo ejercicio de aprendizaje y búsqueda
de un lenguaje para precisar y comunicar las gradaciones de la experiencia.
Las vicisitudes de imprenta son conocidas.
En 1974 amanecía Diario del artista
seriamente enfermo que más tarde, ya en 1991 y en edición póstuma, se
integraría en Retrato del artista en
1956. Al perfil del poeta-poema se suman aquí los textos inéditos. Son dos
diarios fechados en 1978 y en 1985 que constituyen, y otra vez recurro al contexto
informativo del prólogo, el retrato tardío de una sensibilidad renacida tras
una estrepitosa crisis de identidad, sin asiento en un entorno cívico
convencional.
En la organización de la obra percibimos el deseo de un orden; un afán
de simetría por trazar con veracidad los afanes de un protagonista implicado,
que inicia el recorrido biográfico con Retrato
del artista en 1956. Es el tramo más vitalista; en ese tiempo el escritor
está trabajando en “Las afueras”, conjunto poético integrado en la obertura Compañeros de viaje y comienza su
relación con la Compañía de Tabacos de Filipinas, empresa familiar en la que
desarrollará todo su periplo laboral, con numerosos viajes de negocios y una
agenda vital de libertad y descubrimientos.
Las anotaciones de Retrato del
artista en 1956 se convierten en un atlas de geografía humana. En él emerge
un yo en crecimiento con inquietudes literarias, muy cercano en lo intelectual
al grupo de amigos de Barcelona, sobre todo a Carlos Barral. Dan fe de una
intensa pasión por vivir. Los días en Manila muestran, sin sombras, una
continua búsqueda de relaciones y encuentros sexuales, no carentes de morbo y
confrontados con la moral católica. También aflora la conciencia social y la
evidencia de una jerarquía asumida en la que cada vez soporta peor la
prepotencia colonial, esa insólita desnudez de derechos que tiene la mano de
obra indígena. Las secuencias refuerzan su rechazo a una forma de vida
aristocrática que fomenta el poder económico desde la explotación de los más
débiles y crea en su interior un acuciante vacío ante las severas condiciones
de supervivencia de los más humildes.
Desde la distancia, la realidad política española adquiere atinada
definición. Se aprecia el desarraigo interno y la ausencia de peso en la
política internacional que aísla al integrismo franquista. El poeta escribe: “España
es un país enfermo, enquistado en sí mismo”.
La misión de Jaime Gil de Biedma en la Compañía General de Tabacos de
Filipinas se expone en el informe sobre la administración general, un texto de
fuerte contraste con la perspectiva general del diario. Se trata de un trabajo
técnico sobre la fisonomía de la empresa, sus activos mercantiles y el funcionamiento
operativo del personal. Apenas queda sitio para el enfoque confidencial que
solo retorna en el apartado “De regreso en Ítaca”, cuando la estancia en
Filipinas concluye. La implicación con la geografía asiática fue intensa. Mas
el poeta ampara una sensibilidad mudable y las nuevas anotaciones acogen el
clima de relación, las lecturas y el afán literario. Sitio especial concede a
su temporada de convalecencia en la Nava de la Asunción, un municipio próximo a
Segovia, a causa de la tuberculosis. El moroso discurrir mesetario ralentiza las
horas y da ocasión a un análisis del yo verdaderamente demorado que integra
facetas diversas, desde la sexualidad apaciguada hasta los problemas de
composición, o las acuarelas familiares que permiten conocer el retablo de
presencias cercanas y su empatía.
Más que las vicisitudes del ego son los trabajos y días literarios los
que rigen el enfoque tonal de Diario de
“Moralidades”, segmento que abarca desde 1959 a 1965. El cauce vitalista,
no exento de polémica por una sexualidad desbocada y oscura, se hace remanso
sedentario para adentrarse en la conversación pausada entre biografía y
escritura. Lo que se estima ahora es el apunte de taller, aunque de cuando en
cuando desgrane textos que bosquejan rutinas de la casa.
En esos meses concluye varios proyectos, entre ellos un ensayo crítico
sobre Jorge Guillén, publicado en 1960. Es la etapa de definición del grupo de
Barcelona a través de gestos colectivos como el homenaje en Colliure a Antonio Machado,
en el vigésimo aniversario de su muerte, la preparación de la antología de
Josep María Castellet, o la realización de lecturas y encuentros que dan a conocer emergentes idearios estéticos.
Es el tiempo de escritura de Compañeros
de viaje, su carta de presentación. Las anotaciones revelan la lenta
elaboración de los textos, el pulido final y el sesgo racional de una obra que
va creciendo con lentitud, muy lejos de la intuición sentimental, con un sólido
trabajo de organización.
Por otra parte, los contactos con Carlos Barral, Josep María Castellet y
otros poetas del medio siglo facilitan el conocimiento público de sus creaciones.
Son días de cielo claro. Cuando arranca 1960 sus apuntes lectores gestan un
criterio crítico pleno de solidez. En él, Antonio Machado adquiere una
significación tutelar, que influye en una expresividad directa y en el sentido
ético del poema; lo mismo sucede con los compañeros de viaje. Con afines
supuestos estéticos forjan el catálogo de la colección Colliure, que habrá de
convertirse en pórtico editorial de la lírica del grupo. También es valorado de
forma positiva Luis Cernuda; en cambio cuestiona las últimas salidas de Juan
Ramón Jiménez.
El periodo acogido discurre hasta 1964 y en él perduran los peculiares
caracteres del ego, aunque los párrafos se hacen más esquemáticos. En ellos se
alternan los estados de ánimo, las crisis físicas y amorosas, las lecturas y
los avances de poemas que van adquiriendo todos los elementos de la versión
final. Asimismo prosiguen los contactos promocionales y el deambular por
enclaves peninsulares, con especial incidencia en la costa. La identidad del yo
se asienta en claroscuros que transmiten su inestabilidad afectiva. Mientras
lee a Catulo y los poemas epigramáticos de la Antología palatina que servirán para encontrar el tono de
“Pandémica y Celeste”. Cuando arranca 1964, vislumbramos síntomas mudables en
la persona. Se remansa su intemperancia polémica, siempre dispuesta a la
confrontación, y eso permite una meteorología relacional más estable. Se
consolidan ramas esenciales: Jaime Salinas, Esther Tusquets, Gabriel Ferrater,
Juan Marsé… Un escogido listado de nombres propios que aglutinará esfuerzos e itinerarios editoriales comunes.
Este litoral en calma también tiene borrascas, como el fallecimiento de
Joan Petit o la muerte de Luis Cernuda, cuyo legado siempre será un hito
referencial. Son meses también de provechoso quehacer: los versos de “Pandémica
y Celeste” pulen aristas con un sostenido afán reflexivo. De nuevo, el discurso
verbal está marcado por la razón de una exigencia máxima que analiza avances y
movimientos, articula secciones, evitando espejismos aleatorios con una
organización interior que sostiene el desenlace.
El calmo acontecer amansa la inquietud erótica. Ahora sus desvelos
sentimentales están cuajados de moderación filosófica. Sobre la mesa están las
páginas abiertas de Corpus Barga, Gombrowicz, Villalonga, Sartre o Isherwood.
Es un tiempo claro y benigno en el que se va gestando el libro Moralidades con calculada lentitud.
De cuando en cuando la serenidad bascula hacia la apatía. Su exigencia
crítica es extrema, lo que le provoca paréntesis de desmoralización, cuando los
proyectos no adquieren solidez y coherencia. Su falta de interés afecta sobre
todo a los entornos literarios y a su presencia activa en foros sociales. En
cambio, le gusta meditar sobre la intrahistoria colectiva: ecos de las
revueltas universitarias, huelgas asturianas y el sostenido caos ideológico del
franquismo que diluye las líneas de fuerza del poder político.
En el diario de 1978 la textura de la realidad ha sufrido significativas
quiebras. Desde 1972, en los estertores de la dictadura, viaja al litoral
porque adquirió una casa en Ultramort, en la comarca del Empordà y allí fija su
retiro residencial. Se asienta la convivencia sentimental con Josep Madern,
salvo algunos esporádicos encuentros ocasionales y sus preocupaciones
cotidianas se mantienen, tanto en la empresa, como en el taller de autor, que
acrecienta enlaces con la segunda generación poética de posguerra
De
cuando en cuando, los síntomas de la enfermedad condicionan su salud o empujan
a temporadas de ánimo sombrío. Pero la radiografía general de este periodo se
expone con tranquila objetividad, como si fuese trazando una estela de sueños
cumplidos, a pesar de su conocida inestabilidad emocional.
Poco a poco adquiere su pleno sentido un verso premonitorio: “Que la
vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. El invierno vital
establece una perspectiva crepuscular en la que el sujeto adquiere razón de una
travesía transitoria. Se recupera de una fatigosa bronconeumonía que acentúa su
humor sombrío. Los años cumplidos comienzan a sumar erosiones. La historia del
país tras la muerte de Franco entra en un interludio complejo donde no siempre
se sortean los resabios franquistas. Varias notas reflejan la detención del
dramaturgo Albert Boadella por la representación de la pieza teatral La torna. El director será sometido a un
severo proceso judicial, tras un consejo de guerra.
Retornan los hábitos, viaja de nuevo a Filipinas y asume
responsabilidades empresariales. Cada vez muestra una mayor dependencia
afectiva de Josep M., pero sus vaivenes emocionales persisten. Incluso el
diario se convierte en una enojosa tarea obligatoria que solo retoma en 1985,
cuando se le diagnostican los primeros síntomas del sida. Las páginas
autobiográficas de 1985 son la crónica del viaje final hacia ninguna parte.
El hábito del diario requiere coherencia y dejar que pase la tentación
continua de embellecer el pasado. La escritura de Jaime Gil de Biedma abre los
ojos con la claridad apacible de la amanecida y en ella se diluyen los límites
del yo para convertirse en literatura y existencia, sin trasfondo, con la
respiración ajustada de quien cumple trayecto hasta la última estación.
JOSÉ LUIS MORANTE