jueves, 31 de octubre de 2019

RICARDO LABRA. ÁNGEL GONZÁLEZ EN LA POESÍA CONTEMPORÁNEA

Ángel González en la poesía contemporánea
Ricardo Labra
Ediciones Luna de Abajo
Oviedo, 2019


PALABRAS CON ÁNGEL


   Autor de un extenso conjunto de publicaciones de variado registro, Ricardo Labra (Langreo, 1958) ha firmado poemarios, el libro de relatos La llave, dos colecciones de aforismos, y varios estudios críticos y antologías centradas en el entorno poético asturiano y en los enlaces generacionales con las voces del medio siglo. Fue miembro fundador del colectivo Luna de Abajo, hermoso proyecto que impulsó el perfil creativo de Ángel González en los años ochenta, tras la eclosión novísima, hasta convertirlo en presencia referencial al finalizar el largo exilio americano. Son datos biográficos que constatan una nítida implicación personal y convierten al ensayo Ángel González en la poesía española contemporánea en selecto objetivo de sus indagaciones conceptuales.
  El poso lector de la generación del cincuenta es una evidencia contrastada que enlaza con el devenir lírico contemporáneo con mucha más insistencia que el culturalismo veneciano o los magisterios tutelares del 27. Así se corrobora en el paso a paso de la lírica realista durante los años ochenta y noventa, cuando la llamada “Poesía de la experiencia”, heredera natural de “La otra sentimentalidad” auspiciada por Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador, se convirtió en cauce central finisecular. Los nombres del 50 están ahí, con plena vigencia en su insularidad, y entre ellos resalta la fuerza presencial de Ángel González, como faro encendido en costa abierta. 
   El forjado de esta aproximación al poeta asturiano deja en el prólogo una breve lectura de claves. El estudio parte del análisis de un entorno epocal que condiciona el pulso de escritura y precisa las coordenadas del itinerario. La génesis creadora de Ángel González arranca en el grupo de los 50, una promoción que diversifica estéticas y suscita en sus idearios controversias como el conocido debate de la poesía como comunicación o como conocimiento. La asentada mecánica promocional canoniza la estética realista y da molde a las más representativas antologías del momento como Antología consultada y Poesía última de Francisco Ribes, junto a la de José María Castellet Veinte años de poesía española (1939-1959). La segunda parte del trabajo se centra en la evolución del pensamiento poético de Ángel por etapas, salvando la cohesión temática, sus dimensiones biográficas e históricas y analizando la expansión de procedimientos formales en el desarrollo poético.
  Ninguna senda es adánica; todas plantan su raíz en el suelo fértil de la tradición, en ese legado germinal que fortalece el despegue de la voz propia. Dos figuras rectoras cimentan la obra de Ángel González: Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez; ellos dan a su palabra una temporalidad esencial, libre de contingencia. Ambos se convierten en referencias culturales básicas para entender el discurrir personal.
   Por tanto, Ricardo Labra parte de la foto de grupo de la segunda generación de posguerra que inserta al sujeto concreto en la escala generacional, pero este encuadre elude cualquier mecanicismo biológico. Defiende que este dispositivo de periodización sirve como nutriente a la individualidad creativa. El análisis de Labra focaliza dos procesos de canonización. El primero se ubica en “la operación realista” que protagonizan los integrantes de la escuela de Barcelona, es decir Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo, con la colaboración crítica de José María Castellet. El segundo proceso canonizador surge tras el inicio de la transición democrática que dio pie a un incansable proceso de mutaciones sociales, políticas y culturales. Es en ese momento cuando aparece la antología de Juan García Hortelano El grupo poético de los años cincuenta (1978) que sirve para reactualizar la relevante herencia del medio siglo en un escaparate poético casi colonizado por la singladura novísima. Será en el periodo comprendido entre 1984 y 1987 cuando varios grupos de jóvenes poetas comienzan una intensa labor vindicativa de la promoción del medio siglo como precedente central de sus idearios estéticos. Entre estos grupos de afirmación sobresalen los que impulsan Luna de Abajo, en Langreo, y Olvidos de Granada. Ambos colectivos promocionan actos y publicaciones en torno al 50. En el caso de Ángel González, Luna de Abajo le dedica un monográfico. Estos proyectos fomentan una mantenida relación personal y vínculos literarios que culminan en los encuentros de Oviedo de 1987 y en las Jornadas intergeneracionales de 1997, cuando Tribuna Ciudadana organiza un homenaje colectivo al autor de Palabra sobre palabra.
   El pensamiento poético es objeto de estudio en la segunda parte del ensayo, donde se analizan la construcción del personaje verbal y los rasgos que definen los distintos periodos escriturales, desde la mirada social y el compromiso crítico hacia una poesía más reflexiva y existencial, con poemas más íntimos y confidenciales, centrados a menudo en la batalla del ser contra el tiempo. Se explora también una etapa metapoética, en la que el lenguaje, como propulsor del mensaje y como enclave formal, se convierte en mirador privilegiado de la escritura.
 El estudio crítico de Ricardo Labra Ángel Gonzalez en la poesía contemporánea refleja un conocimiento de largo recorrido. Dilucida sobre la obra de Ángel González desde la posición de un testigo privilegiado que asistió al devenir literario de una sólida trayectoria poética con la condición cordial de quien se reconoce parte de una tradición. Esa actitud conforma un libro necesario por su densa información que filtra la sombra protectora del poeta, su presencia perdurable en la configuración del mapa poético actual, su sereno estar en el tiempo.



JOSÉ LUIS MORANTE

miércoles, 30 de octubre de 2019

ANOTACIONES SUELTAS

Santa Comba de Bande (Ourense)
(Octubre, 2019)



ANOTACIONES SUELTAS


Cada regreso suma presencias y huecos. Hay gente que tiene el don de la hojarasca. Aparece una temporada guiado por la experta brújula de un interés concreto (un favor editorial, una reseña, un manuscrito para corregir, una presentación, direcciones de críticos o medios de comunicación, poemas inéditos, un acto literario…) Después se pierde en la nada como si nunca hubiese existido, prescindible, muda, perfecta pobladora del último silencio.

Sobre la continua algarada independentista hablar hacia dentro, como los sillares de una iglesia visigoda que resisten al tiempo. Lejos de la estridencia, el patetismo y la sonoridad de coro griego de los titulares de prensa.

Las biografías literarias como anexos de la obra no pueden borrar la terca cercanía de la estupidez; siempre hay tóxicos que transforman un mensaje afectivo en una bofetada verbal. El buen crítico, para leer a Ángel González, no necesita inventarse chascarrillos de tertuliano cotilla, debe enfocar el legado escrito, sentir el peso de cada poema. Palabra sobre palabra.

Estas anotaciones sueltas remiten a la memoria fragmentada del diario, tan útil para clarificar fricciones entre sujeto y entorno. Pero son excepciones. No quiero más sobresaltos obligatorios en mi escritura. Solo el camino como hábito.

Cada identidad contiene hendiduras repletas de fantasmas larvarios.

 (Apuntes al paso)


lunes, 28 de octubre de 2019

DOBLE CARA




DOBLE CARA

   Dedicó las tareas del existir a la creación de un espejo de doble cara. Quería fabricar una superficie dual para que reflejara al mismo tiempo el rostro de quien se mira y la visión completa de la espalda, ese conjunto de trazos desconocidos que están ahí y conforman una suposición.
  Creía que la imagen posada en el azogue es y no es, porque yuxtapone lo evidente y lo probable, la claridad y la tiniebla, lo expuesto y lo invisible. Cada espejo es una luz escoltada por la sombra.

(De Cuentos diminutos)





sábado, 26 de octubre de 2019

EPITAFIOS

Escucha




PIEDRA CALIZA

     (Epitafios)

   


He soñado con la realidad. 
Con qué alivio me he despertado.

                                                                                              STANISLAW  J.  LEC


La muerte no  es nada,
cuando existimos ella no existe
y cuando aparece, nosotros desaparecemos.

                                                                                      EPICURO


                                   I

En su artesana construcción del silencio,
la muerte no reconoce
ninguna otra verdad.

                                   II

Otra noche.
Sobre mí  prosigue su labor
la luna quieta.
Carezco de otra luz.

                                   III

Queda mi nombre
y la serenidad de este paisaje
que no sabe quien fui.

                                   IV

Agudizo mi vocación fantasma.
Miro sin comprender
y reclamo razones para estar en la nada.
No hay respuestas;
la pureza del aire
habita el desamparo.

                        V

Un manto de raíces y una brizna de sol,
pero las formas se han desvanecido
en el escaso jugo de una tierra estéril.
Estoy con otras sombras y nos une
la mansa convivencia,
el aire de familia
de los que nada piden al futuro.

                        VI

Vuelven los ecos y dibujan mapas,
un recorrido de memoria y sueño
que convierte al que fui
en terco pasajero de otra ruta
que ya no identifico.
El pasado se puebla
de restos arqueológicos.

                       VII

Ahora vivo debajo de las cosas,
con vocación de sima.
A tientas me desplazo
sin que se marquen huellas
ni dejen una imagen
los lugares de paso.
Nada sucede aquí;
nada sucede.

                        VIII

Callé.
Después de todo,
cobijo la pereza.
En el silencio, nadie;
un estar sin contornos que tantea
 y mide con desgana
el transcurrir del tiempo.


                        IX

Camino dentro
de un dédalo de calles
y paisajes extraños
tras un rastro invisible.
Prosigue la deriva;
es terca voluntad
que empuja hacia otra parte.
En un tiempo sin tiempo,
ensordecido,
busco un lugar
para empezar de nuevo.


                       X


Epitafios;
un triste empeño en seguir hablando
cuando  se consumió
mi turno de palabra.


                                   JOSÉ LUIS MORANTE



                                  

jueves, 24 de octubre de 2019

PARADOJAS

Ausencia
Imagen
de
Catawiki


PARADOJAS

Los códigos cifrados.
El pájaro y la jaula.
La lluvia en los poemas.
El mar de tierra adentro.
La ceguera y los libros,
aquella afinidad entre mi padre y Borges.
La idea que cobija el borrador.
Esa ilusión etérea de las cosas reales.
Las rosas sin olor, las flores secas.
El tiempo y la quietud de cada instante.
La luz y el corazón de las tinieblas.
Los días que amanecen y no estás.


                                    (De Mapa de ruta)



miércoles, 23 de octubre de 2019

HAROLD BLOOM. EL LECTOR

Harold Bloom
(1930-2019)
Fotografía
de
Paris Review

HAROLD BLOOM. EL LECTOR

In memoriam


   Para los que amamos y practicamos la crítica literaria Haroold Bloom fue un ejemplo paradigmático, casi el arquetipo ideal del lector personal y apasionado. Nacido en Nueva York, en 1930, ha protagonizado un larguísimo itinerario docente en la universidad de Yale, en cuyas aulas fue profesor durante más de cincuenta años y ha ido dejando en las estanterías más de treinta libros, algunos tan conocidos como La ansiedad de la influencia, Mapa de las lecturas erróneasEl canon occidental, Cómo leer y por quéShakespeare y Poemas y poetas.
   Leí fascinado Anatomía de la influencia, un compendio de ensayos críticos en los que se resume el pensamiento del ensayista ante la creación literaria a través de más de treinta autores, casi la mitad de los mismos de lengua inglesa. En él plantea la cuestión central que vertebra su campo de investigación: la influencia no es sino un conflicto entre creador y precedente que abre un proceso de búsqueda; un poema revisa a otro. El agón o la ansiedad de la influencia se convierte en rasgo central de las relaciones literarias. El nombre de W. Shakespeare, epicentro de todo el canon occidental, es el más citado y el que mejor interioriza la idea de que la literatura surge de la literatura, de un eco transmutado que engendra una voz nueva.
  El crítico contrasta la presencia ineludible de W. Shakespeare con la de W. Withman, figura de singular variedad que deja rastros en D. H. Lawrence, Neruda, Borges o  en voces posteriores como  Stevens, Crane, Ammons, Strand o J. Ashbery. Se establece una disposición cronológica que abarca desde el siglo XVI hasta el ahora pero tal organización es consciente de que el rastreo de la influencia literaria es laberíntico y superpone autores, espacios y tiempos.
  Las obras de Harold Bloom no ofertan lecturas sencillas; la cantidad de referencias literarias y la yuxtaposición de tiempos creadores dificultan la recepción para aquellos que no estén habituados a el inmenso catálogo de autores que deshilvana. Pero todos podemos apreciar el aliento de quien ha hecho de la literatura un modo de vida, la apasionada meditación de un lector heterodoxo, en continuo recorrido de ida y vuelta por los autores clásicos que, de cuando en cuando descansa en cada pausa del camino lee a Shakespeare.
   Ha muerto Harold Bloom y yo quiero dejar en esta entrada unas líneas de gratitud y la estimulante tarea de volver de nuevo a sus libros.

    


lunes, 21 de octubre de 2019

TACHADURAS

El niño de Vallecas
Ramón Gaya


TACHADURAS

Desde hace años mis horas nocturnas son una mezcla de vigilia lenta, fisiología y balance existencial fragmentario. A veces duermo.

La televisión, tras la sentencia del TS al golpismo secesionista, multiplica las imágenes de beligerancia, destrozos urbanos y enconamiento. Profunda tristeza. El fanatismo ha erosionado miles de cerebros con el espejismo de una realidad etérea, humeante, gaseosa.

Tras las algaradas vandálicas se vislumbran los relatos justificadores de secundarios que buscan realzar su populismo en el magma colectivo. En esa estética de lo inaceptable entrenadores, exfutbolistas, cantautores, raperos y artificieros profesionales que hacen del cerebro inexistencia.

Asisto a las jornadas del simposio sobre Ramón Gaya y la modernidad en el Museo del Prado. Ponencias de alta calidad reivindican el legado pictórico y literario de Ramón Gaya y su ejemplo moral. También en estos días de intemperie social  toman asiento la sabiduría y la sensatez, las pinceladas visibles de la esperanza. No está todo perdido. 


(Apuntes otoñales)





sábado, 19 de octubre de 2019

RAMÓN EDER. PALMERAS SOLITARIAS

Palmeras solitarias
Ramón Eder
Renacimiento, Los Cuatro vientos
Sevilla, 2018


MIRADAS


Con mi admiración y mi afecto
a Ramón Eder, Premio Euskadi 2019


  El universo aforístico de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es núcleo central del decir fragmentario actual. Ocupa este lugar por dos circunstancias básicas: su quehacer desdeña el papel de hombre-orquesta para configurarse como solista, de modo que su itinerario, salvo en el tramo inicial que publicó los poemarios Axaxaxa mlö (19859 y Lágrimas de cocodrilo (1988) y el libro de relatos La mitad es más que el todo (1988), se basa en el esquema conciso y lapidario del aforismo. El segundo rasgo es el descubrimiento de un decir singular sobre la existencia cotidiana, que zarandea y perturba, a partir de ingredientes expresivos como el humor, la ironía y la paradoja. Así conforma un recorrido compuesto por títulos como La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015) e Ironías (2016), todos ellos articulados con similares componentes y con afín sensibilidad, como si encajaran en una estructura cerrada y orgánica.
   Palmeras solitarias añade a la edición el prólogo de Juan Bonilla y algunos dibujos en negro, que aportan un trazo de viñeta. De todos es sabido que Juan Bonilla tiene un alto concepto del ingenio, ese chispazo de la inteligencia que nunca concede sitio a lo previsible. Cada perfil tiene otro lado oscuro, una brújula de asombro. El poeta y novelista escribe: “Definir un aforismo no es cosa sencilla, no está a mi alcance. A veces, con los mejores, tengo la impresión de que un aforismo es como uno de esos castellets en los que hacen falta cuarenta cuerpos para sostener a veinte que sostengan a diez y así hasta llegar al niño que lo encumbra”.
   Firme, pero también frágil, simulando esas torres humanas, el aforismo levanta arquitecturas con piezas inadvertidas y necesarias, donde cada fragmento es autónomo y, a la vez, suma su voluntad inquieta al quehacer colectivo.
  Quien nos habla muestra ante el entorno una atención perpleja, como si cada una de las contingencias de lo diario se integrara de inmediato en el balance existencial. Las exigencias estéticas de Ramón Eder se evidencian pronto. El escritor sintetiza en los textos un aforismo reflexivo, convertido en convincente bosquejo, sin pompa retórica ni oscuridad, cuyo enunciado es compartido de inmediato: “Entre dos eternidades vivimos unos años y lo llamamos vida”.
   Su anhelo es conseguir un código comunicativo, que se esfuerza por explicar las inclinaciones de la mirada y busca descubrir esas pequeñas brasas encendidas en las que se cobija la claridad de lo sentimental: “Las muchachas en flor convierten a los  adultos en jardineros melancólicos”.
   La tarea del aforista añade al estilo redondo y accesible del destello, sin la controversia del ´pulpito moral, la búsqueda de un punto de vista con validez colectiva entre las perplejas observaciones del cronista: “En la amistad es mezquino llevar una contabilidad minuciosa”; “Ciertos problemas personales es bueno que se compliquen aún más para poder resolverlos”; “Solo sabe mirar el que ha contemplado mucho”. De este modo, las notas privadas del aforismo parecen pasos de una conciencia escrita, entregada a la intimidad del pensamiento.
   El libro de aforismos contiene también una mirada introspectiva que explora la semántica del género, esa afinación perfecta para que en los acordes no quepan disonancias y alberguen una metafísica de bolsillo.
   Por primera vez, se integra en la compilación aforística los dibujos del escritor. Las imágenes añaden a la razón textual una interpretación plástica. Son realizaciones de trazo pulcro y lineal, que muestran la inquietud volátil de lo transitorio, como el ojo hubiese realizado una abstracción de los detalles para siluetear en la realidad un instante de vida destilada. Las unidades mínimas de estas viñetas abiertas dejan junto a la estela verbal un dibujo suspendido en el vacío.
   Escribe Ramón Eder que “El buen aforismo es el que dice más de lo que parece, no el que parece que dice más de lo que dice” y hay que tomar ese metaforismo en sentido literal. Estas palmeras solitarias en el libro de arena de lo laborable nunca son espejismos.  




viernes, 18 de octubre de 2019

OCTUBRE, OTRA CIUDAD, LA MISMA

Madrid Gran Vía en otro tiempo
Tourist Tour




OCTUBRE, OTRA CIUDAD, LA MISMA

En este mundo, nada está en su sitio,
empezando por el propio mundo.

EMILE CIORAN


.  Es octubre, otra ciudad, la misma, y llueve. Las aceras congregan un contagio de prisas con chubasquero. Como si yo caminase a trasmano, pongo lentitud en la mirada y en los zapatos. Tengo la cabeza contaminada por las sombras abiertas del paraguas.

. Alguien habla en voz alta. Otro asiente a intervalos. Una multitud conectada con un oído atento en la distancia. Solo yo permanezco fuera de cobertura. Quité el sonido al móvil y cuando lo enciendo me he perdido seis llamadas y una nube de mensajes me recuerda los asuntos literarios que hay que programar. Debería ayudarme más a mí mismo; solo, no puedo.

. Pido un café con leche y abro un libro. Apenas leo unas líneas. Elijo un ventanal que testifica el tránsito incesante. Frente a mí un asiento vacío y esa caligrafía de la ausencia que escribe en lluvia oblicua. Otra ciudad, la misma. Y yo no estoy.

. En el bullicio, los tesoros expuestos del mendigo. Dos cartones intactos de vino peleón, colillas, el saco de dormir y un desamparo que no ocupa sitio y que mira en silencio, mientras tiende la mano. El periódico dice algo de un verano perpetuo en Madrid; el mendigo no se lo cree…No debo escribir un diario; me mana la tristeza y hay que ser optimista, aunque no sepamos para qué.

(Apuntes de otoño)



miércoles, 16 de octubre de 2019

EDDA ARMAS. FRUTA HENDIDA

Fruta hendida
Edda Armas
Prólogo de María Ángeles Pérez López
Cubierta e imágenes interiores de Fernando Adam
Kalathos Ediciones
Madrid, 2019



APETITOS, RENUNCIAS


   La presencia de Edda Armas (Caracas, 1955) en el espacio lírico de Venezuela se define muy pronto, en 1975, cuando sale al día su primera cosecha Roto todo silencio. El libro aglutina casi cincuenta textos que enlazan aporte sensorial e indagación reflexiva. Así nacía un discurrir fecundo formado hasta el presente por dieciséis poemarios. Un cuerpo sólido que ha recibido notables reconocimientos y está representado en antologías como la imprescindible Rasgos comunes, poesía venezolana del siglo XX (Pre-Textos, 2019), con selección, prólogo y notas de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni. En esa muestra se define un breve ideario de Edda Armas, psicóloga social, gestora de eventos culturales, profesora de talleres, editora, antóloga y poeta, y se apunta el giro de trayecto desde una expresión concisa hacia un ángulo de visión con mayor densidad narrativa.
  El camino personal integra en 2019 Fruta hendida, salida que cuenta con el prólogo “Si la memoria es una fruta y es un país” de María Ángeles Pérez López, poeta, profesora universitaria del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca. Edda Armas refuerza el carácter simbólico del título con un aforismo acogido entre las líneas iniciales: “escribe en el deseo de hilvanar lo esencial con memoria de espinas”. Con selecta dicción, el prólogo enuncia que Fruta hendida, cuya imagen de cubierta reproduce un hermoso bodegón de Fernando Adam, hace de las líneas del discurrir contenida materia de lenguaje. Lo real muda en lo inasible intacto; perdura, permanece, se asienta en los pliegues de la evocación como atinada valoración del instante. Al cabo, como escribe Sylvia Miranda en el poema “Arar”: “Toda fruta es una palabra”.
   En el apartado “Cuando evocar se hace fruta” el sujeto poético incide en el desgaste horizontal del tránsito, hecho anclaje de grietas y erosiones. Aún así, los elementos cercanos, con su textura heterogénea, asoman a la mirada del yo como terapias sensoriales capaces de alejar los fantasmas mudos del conformismo. Nunca son formas ornamentales. La belleza está ahí, tangible y transparente, mostrando al sol el hilo de la vida propicia a conjurar el infortunio. Los poemas no ocultan las derruidas paredes, pero tras las grietas del día perciben una hondura fértil en la que se cobija la esperanza. En el interior de las palabras nace un querer renacer, una energía etérea, como el pasar mudable de las nubes, donde adquieren fuerza brotes nuevos. Lo perdido retorna, compone dentro un paisaje interior, es una fruta hendida que contiene la pulpa vivencial de la experiencia y la claridad sensible del retorno. Esa sensación de patrimonio intacto abre los sentidos a una contemplación gozosa de frutos y aromas. Queda todavía mirar hacia adelante: “Las flores abiertas nunca secan”.
   La sección “Carbunclo de fructosa” integra una línea aclaratoria:”Seres que arrima la marea”. Es una clave iluminadora que advierte de quiénes son los protagonistas que habitan los poemas. Así, la composición “Mar de origen” alienta un homenaje al padre, el escritor Alfredo Armas Alfonzo, protagonista de un recorrido literario ejemplar. Se advierte de inmediato el impulso germinal en la vocación de Edda Armas, quien también se hace indagación en el poema a partir del nombre propio. Son compañía en el libro abierto de la memoria el recuerdo de Elizabeth Schön, la callada vigilia de árboles y pájaros en ese jardín umbrío que siembra los recuerdos de aromas familiares, o la arquitectura castellana de Salamanca. En ella, la piedra tallada grava, con terquedad, el sueño transitorio de monstruos, mitologías y personajes históricos. Retornan ecos de Fray Luis de León y Miguel de Unamuno; llegan hasta el ahora como sueños recurrentes y transitorios que a nadie pertenecen.
   A esa sucesión de perfiles se incorporan Francisco de Asís, Tamara del Jesús o Frida Kalho. Son voces que perseveran como fragmentos mínimos de otros días y que dejan su lección vital sobre lo desvaído, como si fuesen manos que sostienen y dan raíces a los días marcados por la desposesión.
   Como estación final del poemario, el apartado “Si fruta fuese país” expande una meditación sobre el dolor. La sensorial metáfora que enlaza fruta y país se resiste al derrame del gris sobre las cosas. Se perciben en el árbol familiar las raíces secas y crecen las ausencias. Es necesario sujetarse al vacío y encontrar casa en otra parte. Quien permanece, soporta el filo punzante de las despedidas o mira el caos con las pupilas de la infancia, en cuyo trasfondo duerme en silencio la conciencia carnal de la experiencia.
   Fruta hendida conforma un cuerpo tonal de colores y luz frente al abatimiento y la disgregación. Niega la desoladora contingencia de un tiempo de derrumbes para mirar una naturaleza esclarecida por la belleza y el conocimiento. Hace de la palabra un sentir vivo de canto y esperanza, de regresos que vuelcan su mirada en el cristal del tiempo.




martes, 15 de octubre de 2019

NEVADA

Alud en la ruta del Cares
Imagen de
Diario de León


NEVADA


  En la atroz ventisca, casi desfallecido, busco resguardo tras una roca. Frente a mí un espacio inclinado de blancura intensa, sin rasgos, sin marcas, sin huellas. Cierro los ojos largo tiempo, casi adormecido por el alud. Tarde, junto a mí aprieta su piel, densa, tangible, fría, un animal. Sigo con los ojos cerrados. No importa si es oso, perro, lobo o ciervo. Allí permanecemos uno al lado del otro mientras cae la noche y pasa la tormenta.
  La compañía es refugio, camino hacia el vacío, el acto salvador que nos anuda.


(De Cuentos diminutos)


domingo, 13 de octubre de 2019

JEAN PORTANTE. LA REINVENCIÓN DE LA SOMBRA

La reinvención de la sombra
Jean Portante
La Garúa Poesía
Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2019



EL TEMBLOR DE LA PÉRDIDA


   El periplo creador de Jean Portante (Luxemburgo, 1950) da voz a un amplio despliegue que integra poesía, novela, traducción y colaboraciones habituales en medios de comunicación. Sospecho que ese activo abanico literario se cimenta en una pulsión afín, que actúa como catalizadora: la escritura es el cuaderno blanco de un nómada; una forma de mirar la realidad y de dejar memoria de sujetos, paisajes y sucesos. Eso justifica de entrada la dedicatoria de La reinvención de la sombra al pueblo de san Demetrio, el municipio italiano donde vivieron sus padres, destruido por un terremoto en los primeros días de abril de 2009.
 La escritura del volumen se ordena en seis tramos heterogéneos, tanto en su línea argumental como en su formato expresivo. El primero, “Lo que adviene o no adviene” aborda el papel de testigo desde el trazo objetivo. Incide en el estar como pautada contemplación que ayuda a saber quiénes son los demás y quién es ese intruso que habita en nuestros espejos. Hay que percibir para abrazar indicios y abrir grietas por donde se deslicen las palabras. Para dejar testimonio de la destrucción y el vacío. Esa visión entornal describe la sombra y la desposesión como indicios callados del misterio. En un instante llegó la incertidumbre como larga noche que tendió sobre las cosas su oscuridad más densa. La conmoción del temblor traza una línea firme entre la vida y la finitud. Se hace espanto en el que desaparece la semilla del tiempo. Nada permanece en su sitio, solo el propósito de un destino cumplido que condena a la nada o al exilio.
   La destrucción enciende la necesidad de partir, hay que dejar la casa para buscar el sur, un refugio ajeno cuyos contornos nunca se definen. Desde ese enfoque nacen las composiciones de “El fabricante de sur”. Más intimista, la palabra focaliza los pasos de una presencia en el túnel, empeñado en un quehacer obsesivo y tenaz. Los versos reiteran, como mantras, la oración del inicio: “Cae una hoja y se diría…” El estar es búsqueda, indagación en lo temporal, esfuerzo para bucear entre las sombras. La respiración desvela por qué el aire es una lluvia de cenizas y muerte; de manchas que borran el azul del cielo. La hoja se convierte en permanente símbolo de la caída, en invierno, en tacto frío que no sabe encontrar el porqué.  Como si la vida se retractara de lo luminoso, las voces se cobijan en un espacio interior. Lo que permanece fuera ya es pasado, un antes del temblor que solo respira en la memoria. Solo así se concibe el jardín, solo así retornan los brotes nuevos y el olor y las formas. El presente niega la inocencia, tose con el rencor de quien solo tiene entre las manos el rastro de algún sueño. Los días contienen esos instantes en los que el sujeto descubre los restos de otra existencia, como quien abre un cajón y se recrea contemplando viejas fotografías. Son el patrimonio afectivo de otra época, cada vez más insólita y lejana, como un rumor oscuro que se va apagando en el callado círculo del día.
   No hay en “Los errores de la luz” un cambio temático, pero sí un cuidado mayor en la distribución estrófica. Todos los poemas integrados en este conjunto presentan la misma disposición versal. Perdura el sur como espacio mítico y celebratorio frente a la parquedad visual del lugar de la pérdida. Son los espacios tallados por la luz contrapuestos a los linderos ocres de la sombra y a sus calles repletas de extrañeza.
   El cauce de La reinvención de la sombra integra en su tramo final el despojado estilo de la crónica. Las composiciones se convierten en fragmentos de un diario que ubica los pasos nefastos de la catástrofe. Retornan los lugares del terremoto y sus efectos, y esa impotencia de quien sabe que el lugar de la infancia, tan repleto de destellos vivenciales, quedará para siempre sepultado bajo los escombros: “El terremoto ha quebrado mis raíces. / ¿Cómo vivir con tantas raíces en ruinas?”
   Conviven en las secciones del libro las traducciones de Jorge Miralles, Víctor Rodríguez Núñez, Carlos Clementson, José Reyes de la Rosa, Antonio R. López, Suzana Cella, José Reyes y José María Olguera. Todos ellos convierten las versiones al castellano no en meros ejercicios de literalidad expresiva sino en secuencias básicas de una historia que enlaza belleza y destrucción. Como en un ejercicio de desposesión que fragmenta y anula hasta definir la nada, el devenir se convierte en un catálogo de imágenes que lastra los sentidos de impotencia.
   Más que la reconstrucción de un evento trágico desde la mirada de un poeta, La reinvención de la sombra da voz a la pérdida de un espacio interior. Los poemas confrontar el largo instante de la epifanía y el asombro con la nube negra de la finitud. Las palabras rehúyen la divagación para sentirse asideros de lo que permanece. Para vibrar de nuevo con la quietud de una semilla que aguarda en la mañana, significante, activa, fuerte, otra amanecida.

 

viernes, 11 de octubre de 2019

CARENCIAS FÍSICAS

Caballo de Troya
Fotografía
de
Internet



CARENCIAS FÍSICAS

Haber nacido me arruinó la salud

CLARICE LISPECTOR

  Mi ausencia de sentido del humor se incrementa cuando aparecen algunas carencias físicas como la otitis; la pérdida auditiva transforma voces y ecos en veces y ocas, una alternativa verbal que no oculta la magia del relato.

   Hay sueños que estremecen por su voluntad de personalizarse en cuerpos concretos. Nacen desde la urgencia y recorren distancias entre la realidad y el deseo con el paso eficaz de quien no teme nieves ni humedades.

   Cuando discuto conmigo, me cuesta refutar mis argumentaciones.

   Esa precisión matemática de internet que contabiliza con exactitud el número de amigos, que me pregunta qué estoy pensando y que avisa, con paquetería de urgencia, quién cumple años, me deja entre las manos la certeza de que caminamos hacia un mundo feliz, hacia esa sociedad tecnológica hecha de exactitud donde vivir es lo de menos, pura contingencia.

   Comienzo hoy una etapa de colaboración literaria con una revista mexicana de hermoso diseño. Debo trazar un camino poético de voces relevantes. Es uno de esos encargos que sumergen en la claridad de la alegría. El ahora contiene muchos y buenos poetas, amigos y maestros.

   La salud ignora su naturaleza de paréntesis; es una funambulista sobre un cable sin red.

(Apuntes para el diario)



jueves, 10 de octubre de 2019

OTOÑO. VOCES Y ÁMBITOS

La brisa de la tarde
(Ávila, 2019)
Imagen
de
Adela Sánchez Santana



OTOÑO, VOCES Y ÁMBITOS

Si la brisa de la tarde
serenó luego los ánimos

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

   Concluyen dos semanas de insólita intensidad social y arranca otra forma de medir el tiempo con la mirada abierta al estar solo. Un discurrir propicio a descubrir voces y ámbitos en la callada quietud de la lectura, como enunciaba aquella primera novela de un jovencísimo Truman Capote.
   Abro fechas de entrega a trabajos pendientes y selecciono los libros finalistas de un concurso literario; trazo otros caminos que irán tomado asiento en este blog, cuando desplieguen sus ángulos ante los sentidos curiosos de quien busca conocer.
   Todo espacio vital se amplía en otros y nadie queda fuera de esa sensación de vecindad que impulsa a descubrir. Para enaltecer lo propio con conocimiento de causa es necesario frecuentar lo ajeno. Cada viaje por el conocimiento permite contrastar detalles y ambientes, deja que lo percibido muestre afinidades y diferencias. Un cambio de horizonte aloja elementos nuevos con los que la realidad se completa a sí misma. La posibilidad del encuentro busca una implicación directa. No quiero ser el testigo que mira acontecimientos a la distancia justa para que las emociones no se sobresalten. Pienso, como defendieron los románticos en su literatura, que cada paisaje no es más que la apariencia exacta de un estado de ánimo.
  Como en el entreacto del teatro, no acaba aquí la historia; recupero aliento y vuelvo a casa, a la mesa repleta de libros por leer, al silencio auroral de la poesía, a las cosas de siempre.

(Páginas del diario)

  

miércoles, 9 de octubre de 2019

VERÓNICA JAFFÉ. DE LA METÁFORA, FLUIDA

De la metáfora, fluida
Verónica Jaffé
Prólogo de  Igor Barreto
Edición de
Marina Gasparini Lagrange
Visor Libros / Fundación para la Cultura Urbana
Madrid, 2019 


PLUMA, CLARIDAD Y BLANCO


   La muy aconsejable lectura de poetas venezolanos contemporáneos fortalece la creencia de que el mapa lírico actual es una geografía creadora extensa, definida por su riqueza y diversidad. Entre las sendas más fuertes no existe un sustrato monolítico ni unitario sino un litoral abierto en el que cada escritor completa singladura con los propios interrogantes.
   Verónica Jaffé (Caracas, 1957) encarna un yo biográfico que articula un quehacer muy activo. Licenciada en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello, estudió Literatura Alemana y ha ejercido largo tiempo como docente e investigadora. Así mismo, dirigió revistas literarias y ha firmado un amplio trabajo ensayístico. Su cauce poético tiene su epifanía en 1991 con El arte de la pérdida y se prolonga con las entregas El largo viaje a casa (1994), La versión de Ismena (2000) y Sobre traducciones. Poemas 2000-2008 (2010) que aglutina aportaciones al espacio verbal de obras plásticas.
  Como traductora impulsa ediciones bilingües de Gottfried Benn, Else Lasker Schüler y sobre todo de Hölderlin, de quien versionó Cantos hespéricos (2016) en una bellísima edición enriquecida con imágenes. El prólogo del poeta Igor Barreto apela al magisterio crucial que Hölderlin ejerce en el ideario estético de Verónica Jaffé, “una poeta daimónica porque es dueña de una voz interior de sabiduría natural, no preceptiva”. Igor Barreto acerca también la sobrecarga tensional de una experiencia de indagación marcada por el exilio. No resultas ajeno a esta mirada el anquilosamiento en el devenir histórico de Venezuela de un poder autoritario, confrontado con la libertad individual y responsable de un larga incisión de la convivencia. No es una poesía de la denuncia sino el magma interior de una sensibilidad angustiada que hace del lenguaje instrumento conciliador y estrategia cognitiva de iluminación.
   Los apartados del libro se organizan con un criterio temporal. Los más tempranos corresponden a 2009 y muestran en su despertar un destello irónico, visible en los versos de “Poema, caracol”, composición con un cierre ético conclusivo: todos portamos caparazones en nuestra identidad, a veces como refugio y otras como necesarias excusas para resguardar contradicciones y conflictos internos.
   En otros poemas se oye la memoria. Deja sus sílabas entre el sueño y el despertar para recalcar la indefensión del sujeto frente a la intemperie, esa soledad del estar con las palabras y con la necesidad de decir. En este tramo expresivo, Verónica Jaffé da al título de cada texto una función semántica, bien como fragmento del verso de apertura, o como señal para abordar el sentido implícito en el cauce argumental.
  Como cierre de este primer apartado temporal la escritora apunta una poética de la levedad: “Después pensé que la poesía / era para lo pequeño / (y no sólo por las / aliteraciones). “. El sujeto verbal, frente al desaforado optimismo de los que suponen en el verbo poético una denuncia, una vía de superación o una catarsis sentimental, reconoce la humildad del lenguaje, su estar confinado en la estrechura para sumar recuerdos y palabras. Sin más “levedad y ocasión / de pluma y claridad / y blanco”.
   El arranque del conjunto “2010” parece dar voz a lo colectivo; Caracas se define como ciudad del miedo y el yo subjetivo comparte su estar angustiado con el malestar cívico de los que sienten alrededor el vacío y la ausencia. Pero el poema no es grito prosaico sino exploración y, por tanto, los versos siguen con sus juegos fónicos e imágenes.
   Resalta en el apartado un homenaje a Paul Celan y a las circunstancias trágicas de su muerte, de las que parte la reflexión sobre la condición de extranjero. Quien respira el oxígeno de otra lengua y otro país se adentra en un hábitat de extrañeza, donde  resulta complejo la definición del pensamiento subjetivo en el decurso circunstancial.
   La reflexión sobre el proceso indagatorio de la traducción y sus efectos es un tema que cobra relevancia en poemas. En ellos, el fluir es un principio básico. No se trata de volver a la fuente sino de explorar dónde concluye, qué arrastra, cuándo cambia de dirección. Sobre esta metáfora del fluir, la traducción alza sus cimientos para hacer del blanco y lo eventual una cala en lo perdurable.
   Resalta en De la metáfora, fluida la cobertura temática. En el conjunto “2011” volvemos a encontrar un pacto verbal entre lo sublime y lo pequeño. La contemplación elogia, como en Hannah Arendt, el paso contingente de la belleza, pero también vuelve los ojos hacia el legado histórico para buscar las consecuencias de los fundamentalismos revolucionarios que hacen de las ideas una oscuridad abrumadora y una incitación común al desvarío, que solo aporta una grafía estremecida del rencor de la que tampoco el verso sale ileso. También lo diario siembra una sensación de fragilidad y pérdida, un discurso temporal en el que los años se van sucediendo; son secciones de un libro de interrogaciones que deben traducirse como complejos textos, a veces sin sentido.
   Son abundantes las composiciones que bucean, no de una manera dogmática sino como un tema de indagación que exige un desvelo de la voluntad, la razón del poema. El quehacer metaliterario se aborda mediante símbolos, se hace causa y camino de la lógica, se recupera como fragmentos dispersos que hacen de la lógica un misterio abierto. Se compara el poema con el país, como dos realidades cercanas y aleatorias que comparten una geografía apenas legible: “De la metáfora, fluida / forma: esas gotas / y la forma / informe. / Que la forma / da la meta / y la meta / la forma”.
   La propuesta poética de Verónica Jaffé nace desde la inconformidad. A veces resulta extraña por su alejamiento de lo enunciativo y por su querencia por un decir alógico y fragmentado que hace del lenguaje una traducción ávida de luz. Ávida y personal nos propone en De la metáfora, fluida una selección de poemas de casi un lustro de escritura que hacen de la palabra exactitud y búsqueda, un compromiso táctil con la memoria y una lucha contra la anestesia del poder. También una insubordinación frente al sentimentalismo gastado desde un orden expresivo que añade intertextualidad y nuevos matices. Que hace del poema un camino que no se sabe dónde, una metáfora que busca forma y traslada.