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Un corte que no sangra José Luis Gómez Toré Ediciones Trea Gijón (Asturias), 2015
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UN CORTE QUE NO SANGRA
Complementado con un quehacer crítico de alto interés, el cauce lírico
de José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) comienza con He heredado la noche, libro reconocido con un
accésit del Premio Adonais, y prosigue con las entregas Fragmento de un cantar de gesta, aparecida en 2007, y Claroscuro en el bosque, un trabajo
conjunto con Marta Azparren que llega al lector en 2011. Son estaciones en las
que se definen como sustrato común la indagación introspectiva, el buceo en la
identidad del yo poemático, el carácter simbólico de la palabra versal y los escenario paradójicos de la realidad.
Casi coincidiendo en el tiempo con un nuevo ensayo, El roble de Goethe en Buchenwald, la última muestra poética del
profesor madrileño extrae su título de una cita del filósofo Enmanuel Lévinas.
El aserto Un corte que no sangra define el instante, aquel mínimo quiebro que conduce desde un tiempo a otro de forma
inadvertida. Por tanto, el tránsito se vislumbra como veta central de la palabra, aunque lejos del lirismo nostálgico de la elegía.
La constitución del libro aporta cuatro tramos. Todos tienden al poema
breve y a la mirada múltiple en los contenidos. Como sucede en la contemplación
del ámbito externo, cada discurrir deviene un incansable aporte de estímulos. Así nace el poema, se hace comienzo y búsqueda, propicia un asombro a
compartir, como si dejara en sus versos una invitación serena a la belleza,
aspiración esencial del ser. Esta convivencia armónica de lo diverso integra un
muestrario azaroso: la música, los trazos de la costumbre, el deambular
transitorio y la terca aspiración del lenguaje para devanar ovillos en la
sombra. Leemos en “Desayuno en Babel”: “Hablamos. Las palabras persiguen un
lugar. Son fragmentos de nada que dibujan un cuerpo, un ovillo encerrado del
lado de la sombra…”
En el segundo conjunto cobra presencia fuerte el paisaje, lo que incide
en el cambio de registro. Una voz más descriptiva recorre una geografía
compartida, un lugar, la Sierra Norte de Madrid, donde el río Guadarrama
ejemplifica en su fluencia los signos del tiempo. El cauce renovado es
fugacidad y estío, pero también impulso y permanencia, una paradoja que pauta
la condensación reflexiva del poema: “nacer es pronunciar otro rumor del agua.
/ En lo que fluye hay una permanencia, / un prudente alejarse, / un idioma que
insiste en el olvido / removiendo los légamos del sueño.” El rastro natural
muestra su transparencia en la evocación que recobra las sendas de otros días,
aquel rastro invisible de las tareas escolares y los gestos diarios que ahora
dormitan en la memoria como reflejos frágiles, una luz de otoño que muestra al
paseante su desnudez.
El avance del libro aglutina apuntes líricos que distancian los poemas,
como si fuesen esquejes autónomos; de este modo pueden convivir en la misma
sección el exotismo de Araguaia, el largo río amazónico que abre una franja de
transición entre la selva y el lagunal donde viven reductos indígenas de
espaldas al discurso consumista del progreso, con el Claustro de San Pedro o la
sombra difusa del mirlo, un signo más de soledad e invierno. Son variaciones
sobre el discurrir, ecos de un tiempo que gira inadvertido resolviendo ecuaciones
y caminos, dejando entre la luz una poética: “Sostener un instante / el canto
inmerecido de los pájaros”.
La coda final arranca con una cita de Juan Gelman:”Porque morir es fácil
/ nacer no”. Su lectura sugiere un enlace, la vuelta al origen desde una mirada
intimista. En la composición “Dos años” es el hijo referente argumental, del
mismo modo, en los poemas siguientes el
primer intervalo de la vida se convierte es zona auroral, un hueco libre en el
que se guardan imágenes sin mácula, la quietud estrenada del asombro.