Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) estrena
El sol y las otras estrellas,
entrega poética reconocida con el
XXVI Premio de Poesía Generación del 27. Un hito más que se suma a una
identidad literaria de trazos firmes, cuya obra poética tiene carácter de
centralidad y constituye uno de los aportes básicos de la poesía contemporánea.
Así se percibe en los frecuentes estudios y antologías que integran su ideario,
en la poblada nómina de reconocimientos a su obra o en la versión de sus poemas
a diferentes ámbitos lingüísticos.
La poeta se inspira en un verso de Dante Aligheri, el inolvidable autor
de la
Divina Comedia, para hilvanar un poemario que hace del amor el
campo semántico referencial. El motivo, de amplia tradición literaria, busca singularidad y establece nuevos itinerarios y matices para iluminar una travesía
existencial siempre marcada por lo transitorio.
La apertura “Oda a la creencia” postula una sensibilidad formal
reiterativa; los versos se construyen sobre la idea de la fe -una fe terrenal, sólida, que busca plasmar la lealtad a una creencia, y sus
mutaciones en el discurrir, desde esa persistente inocencia inicial hasta el
escepticismo de la experiencia que impide que el sujeto vuelva a sentir aquel
soplo de vida y esperanza en manos de una realidad marcada por la contingencia
y lo gregario. El amor confirma una sobrecarga de efectos secundarios. El puente
hacia el otro anticipa una identidad renacida. Postula incertidumbre y
desconcierto por la fuerte vinculación afectiva. Y exige a quien habita su
entorno una constante vigilia.
El
intimismo confidencial de Raquel Lanseros en torno al amor no se limita solo a
la relación de pareja. Añade una perspectiva abierta que enfoca también la
figura de la madre y su entrega abrumadora. El estar materno es un cuerpo de
letra grande, un titular vital que abre el surco de la entrega total en cada
instante hasta desvanecerse, con el empeño de “Amar sin abarcar / pero
permaneciendo”.
La deuda de gratitud
filial no finaliza aquí, aflora también en el poema “Ese maldito día que exijo
no vivir”, construido en torno a la idea insoportable de la despedida final y
la ausencia, en ese tiempo sin argumentos que se define como “Ley de vida”.
El amor resguarda el ahora, como si todo lo vivido se sometiera a un
código secreto que estructura y ordena bajo el arbitrio de una sentimentalidad
impulsora y diversa. Aglutina esperanza y construye los cimientos fuertes que
sostienen la casa del futuro. Es un lugar de esperanza que se hace inmune a las
erosiones y desgastes de una conciencia mudable. Su tacto impregna cada
amanecida, como un ser poderoso y ubicuo: “Es el amor, anfitrión permanente /
música orbicular y soberana. / Es el amor, soy yo / eres tú, son todas las
criaturas. / Amor, eterna rosa con su trono / que solo ven los sabios y los
niños.”.
La hermosa elegía “Llama azul”,
que entrelaza versos en castellano y alemán, formula esos nutrientes
dubitativos que contiene el estar enamorado. Las imágenes se suceden para
constatar ese diálogo interno, mantenido con la luz. Así lo confirma la
fecunda terminología en la que el amor es lumbre, lámpara de fuego,
destello encendido, vértigo… Son coordenadas de
un imaginario hiperbólico, que toma distancia frente al férreo cartabón de lo previsible
y consumen la normalidad sin matices de lo racional.
El sol y otras estrellas suma
pasos argumentales en los que el verso libre deja sentir su huella de continuo.
Su libertad formal aglutina sensaciones y pensamientos, emoción y dudas. Son
contados los casos en que la poeta emplea estrofas cerradas, como
el soneto “Lo llaman desencanto”, cuya lectura
deja un preciso aire clásico; de esta presencia del legado canónico se nutre
también el soneto “Desprendimiento” que lleva un subtítulo clarificador:
“Revisitación libérrima del Siglo de Oro”. El cuidado formal ensaya otras
propuestas expresivas como el poema en prosa, empleado en la composición “El
secreto de los ángeles”, una hermosa composición que prologa una cita de
Novalis.
La vereda lírica de la poeta está repleta de nombres clásicos, el
paratexto emana de la tradición y acumula magisterios referenciales, desde la
presencia auroral de Dante Aligheri hasta el rumor crepuscular de Kafka, hecho
casi una advertencia aforística: “Todo lo que amas se perderá pero al final, el
amor volverá de otra manera”. Dispersos entre las composiciones del libro
resuenan los pasos
de Goethe, Ovidio,
Eliot, Dostoievski, Novalis, Shakespeare, Juan Ramón Jiménez o Borges. Sin
embargo, el excedente culturalista nunca pierde la naturalidad expresiva y la
dicción de línea clara, la voz hospitalaria que comparte reflexiones y vivencias
con palabras de piel transparente.
El lenguaje pone luz al estar
ensimismado, deja la voz dormida para que un día sea discurso de clausura que
ponga un espejismo de vida en la ceniza, una ilusión fraudulenta de tiempo
perdurable. El amor alimenta el sueño fértil de la gratitud a quienes nos
precedieron
en la tarea de dar vida e
identidad al otro; así se plasma con excelente tino en el poema “Dos almas
tutelares”.
La celebración creadora de esta entrega suma
sensaciones que dejan en el respirar un aire nuevo. La escritura moldea el
balance; forja un sueño
de “roca y azucena”
que hace del amor centro propicio. Sin su energía y su insólita fuerza “El sol
no existiría ni las otras estrellas”.
JOSÉ LUIS MORANTE