Antología poética. Ernesto Cardenal
Edición, selección y prólogo de Daniel Rodríguez Moya
Valparaíso Ediciones, Granada, 2012
El nítido perfil de Ernesto Cardenal
(Granada, Nicaragua, 1925) desacraliza la figura del poeta ensimismado en el
cielo azul y recrea un proceder ético en las antípodas del esteticismo: el escritor se compromete con la Historia, ajusta
plenamente itinerario biográfico y labor creadora para hacer causa común con aspiraciones
colectivas. Así lo manifiesta en la atinada introducción el poeta Daniel
Rodríguez Moya, el mejor conocedor del varillaje cultural nicaraguense, donde por
su magisterio en las generaciones más jóvenes sobresalen dos voces: Claribel
Alegría y Ernesto Cardenal, tras el fallecimiento en 1998 de Carlos Martínez
Rivas.
Esta compilación,
en la que ha participado de forma manifiesta el propio autor recomendando
textos de su preferencia, selecciona composiciones de una decena de libros, a
los que se incorpora un inédito, “El celular”. El volumen da cuenta de la uniformidad
de tono y del discurrir coherente de una veta ética, reconocida con distinciones como el reciente Premio Reina Sofía de Poesía iberoamericana, en
2012.
La voz de Ernesto Cardenal es heredera
directa de la poética de José Coronel Urtecho. Entronca con el verbo realista
de Bertolt Brecht, César Vallejo y Pablo Neruda; asimismo tiene amplias
afinidades con la denominada “antipoesía”, etiqueta que integra, de forma amplia y con
una textura verbal diferenciada, el trabajo de Jaime Sabines, Mario Benedetti,
Roberto Fernández Retamar, Juan Gelman o Nicanor Parra. Es una lírica enfrentada
a la verdad oficial y a los discursos del poder, que cree en la utilidad del
arte y rechaza la mirada contemplativa; se define por su acento testimonial y
por su inmersión en las singularidades de cada momento histórico. Su afán
expansivo practica el arte de la escucha e incorpora al verso el debate, la
controversia y la crítica.
Lo confesional concreto, como expresión de
un latido individual, alcanza su plenitud en el discurrir solidario de lo
colectivo. De este modo, el yo verbal se torna transmisor de un canto común. La carnalidad de las palabras acrecienta su
voluntad descriptiva para poner lindes al expresionismo de lo real, sin ningún
tipo de idealización. De ahí el empeño comunicativo, la confianza en la
intuición, la depuración estilística y el propósito firme de despojarse de
recursos expresivos secundarios. El maquillaje erudito se limita al máximo para
que el mensaje llegue directo, claro, conciso para testimoniar una situación
que transciende el mero destino individual.
Los mayores riesgos de esta poesía son el
prosaísmo y el aire con fervor de consigna. A veces los versos se convierten en
un documento de una denuncia, exento de vuelo poético; en el poema no cabe la pureza
sino una relación práctica con las convicciones. La poesía afianza su labor
cívica y una manifiesta rebeldía.
Y ese es el mayor mérito de
la poética de Ernesto Cardenal; las
palabras pretenden liberarse de la opresión introspectiva del yo, su escritura
hace habitable un territorio en el que se reafirma la intensidad de lo vivido,
ese pan necesario cuyo molde precisa de igualdad y justicia.