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A puerta cerrada Luis García Montero Visor, Colección Palabra de Honor Madrid, 2017 |
MISERIAS DEL PRESENTE
Mientras Luis García Montero (Granada, 1958) trabajaba en los contenidos
de Balada en la muerte de la poesía,
donde recurría a la precisión semántica del poema en prosa para abordar la irradiación del verbo poético en una
sociedad alienante y pragmática, fueron saliendo al paso los poemas “secos,
descarnados e indagatorios” de A puerta
cerrada. Escritos entre 2011 y 2017, algunos se adelantaron en la tercera
edición ampliada del estudio crítico Ropa
de calle (Letras Hispánicas, 2017).
El título de este poemario, que retorna al verso libre como molde
expresivo, connota un conciso sentimiento de soledad y estar retraído, como si
el alter ego literario completara el recorrido circular de un exilio interior.
Se busca en la intimidad un estar con
los ojos abiertos frente a la intemperie de lo colectivo y las miserias del
presente.
El aserto Huis clos proviene
de la obra dramática del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre estrenada en
1944. Su argumento explora la relación interpersonal como confrontación
inevitable, abierta al conflicto. La travesía existencial demuestra, sin
paliativos, que el infierno son los demás; el hombre es un lobo para el hombre,
según señalara el latino Plauto y repitiera siglos después T. Hobbes; el
comportamiento pasional, egoísta y utilitario transforma al semejante en un
peligro. De este modo, el pesimismo sobre la convivencia cobra un espeso
crédito. La relación intersubjetiva no es posible y hay que habituarse a
habitar los refugios de la soledad. Solo dentro de cada identidad hay seguridad
y autarquía; el otro vela y está ahí, como un enemigo al acecho.
Con tales cartas entre las manos corresponde al personaje el reto de
vivir. Ver si en el ocaso de los desamparos la luz calienta la grisura. Los
versos de “Entretiempo” se asoman a un entorno complejo en el que percuten los
desajustes. La realidad aflora: es una cartografía repleta de pliegues
asimétricos. La conciencia introspectiva lo percibe, como vislumbra la estela
leve de su itinerario biográfico dormitando en el pasado. Quedan en el aire las
tareas de recomponer y habitar una épica subjetiva que supere cualquier
nihilismo o deje sobre la epidermis del escéptico la posibilidad de sentir:
“Nada tiene que ver. / Da igual viajar o estarse quieto. / Se trata de sentirse
conmovido, / de vivir fatigado”.
En este empeño por seguir creyendo en el advenimiento de una nueva
armonía está la justificada convicción del papel protagonista de la poesía. En
su discurso de recepción del Premio Nobel, Eugenio Montale definió la poesía
como un producto absolutamente inútil, pero nunca nocivo. En una cultura de
masas, efímera y erosiva, tan proclive al megáfono de la estridencia, la voz
lírica suele hablar a micro cerrado; su esencia está ligada a la condición
humana como expresión de percepciones, sentimientos y sueños; de ahí que en una
meteorología abrumada por las inclemencias, los versos adquieran la calidez del
mediodía.
La lectura de “Aparición del lobo” traslada de inmediato al conocidísimo
poema de Rubén Darío “Los motivos del lobo”. El poeta nicaragüense, impulsor
del modernismo, hizo del animal extraído del folklore narrativo de las fábulas
una presencia propicia al devenir reflexivo. Emblema de crueldad, el lobo
expone a San Francisco de Asís los argumentos que justifican su actitud
belicosa: el duro invierno, el hambre, la crueldad de los cazadores y el
espectáculo del mal tan habitual en los asentamientos humanos… Pero también
tiende la mano a un coetáneo muy próximo al universo afectivo de Luis García
Montero, Joan Margarit. El poeta catalán publicó Els motius del llop en 1993, y el libro se editaría en castellano
en la colección lucentina Cuatro estaciones, coordinada por Manuel Lara
Cantizani, con un sabio prólogo de Antonio Jiménez Millán que resumía la
filosofía de estos poemas: en la madurez se agranda el vacío existencial y el
desgaste cotidiano acaba erosionando esperanzas y sueños; de ahí la necesidad
de hacer del presente un espacio habitable, una última costa en la que
desembarquen los afanes más íntimos.
Luis García Montero ha reiterado su admiración por el legado creador de
Jorge Luis Borges y su incansable magisterio en el tiempo. De una de sus
identidades ficcionales, Beatriz Viterbo, se nutre el poema “Mónica Virtanen”
en el sugerente marco de Buenos Aires. Es una composición de calado intimista
en la que se reflejan los contraluces de la felicidad. El protagonista lírico
recuerda al ser amado y hace suya la emoción real de quien retorna a un
episodio afectivo que forma parte de un patrimonio sentimental intacto; queda
la ausencia, pero también el rescoldo cálido de lo perdurable convertido en
impulso poético.
El presente es un oleaje de crisis y falta de valores, cuyas
consecuencias socaban con graves erosiones a la fachada social. Crea en la
sensibilidad individual una necesidad de repliegue interior, como urgente
medida correctora. Es el retorno al método socrático. El filósofo defendía que
la verdad habita en el interior de cada presencia y que hay que percibir su
latido desde la introspección y el pensamiento racionalista. Pero este método
de investigación descubre pronto que la conciencia también es un marco
cambiante y perecedero, un reflejo efectivo de las cualidades ajenas. Por
tanto, hay que salir fuera y buscar las causas. Más allá de lo doméstico, de
ese vacío informe y subjetivo, se puede avanzar, aunque sea dando traspiés.
Existe en el horizonte una tabla de salvación, un espejismo, una geografía
promisoria donde se recupera la claridad, donde encuentra refugio “la intimidad
del mundo en un poema”.
De esas tonalidades de esperanzado estar en el ahora se nutren muchos
poemas de A puerta cerrada. Aunque en
cada conciencia las estampas sentimentales marquen las huellas de la decepción;
aunque seamos islas a la deriva, hay que tomar fuerzas contra la corriente y seguir
escribiendo la historia cotidiana con la concisa convicción de quien escribe su
epitafio.