La mancadura (
El daño)
Berta Piñán
Trea, poesía, edición bilingüe
Gijón, Asturias, 2010
Dentro de las literaturas peninsulares, la escrita en asturiano ha conocido en el último tramo finisecular un insólito despunte. De ello daba cuenta Toma de tierra, compendio de José Luis Argüelles que selecciona treinta y ocho nombres. En ese mapa lingüístico la obra de Berta Piñán (Cañu, Asturias, 1963) personifica un sólido trayecto creador, que arranca en 1986 con el poemario Al abellu les besties.
Amanece ahora La mancadura ( El daño), una entrega bilingüe de poco más de treinta composiciones, con un breve epílogo en prosa en el que describe agradecimientos, deudas y magisterios. Lejos del costumbrismo endogámico y tradicionalista, Berta Piñan conoce bien la poesía canadiense y norteamericana actual y su reiterada lectura, aliñada con voces femeninas de otros contextos, sirve para moldear una estética dibujada en su muestra Noches de incendio (1985-2002), en la que también afloran recursos expresivos habituales, similitudes estilísticas y variantes argumentales.
Poco dada a la gratuidad experimentalista, hay en La mancadura poemas breves y evocativos que siembran en la percepción del lector postales de caligrafía afectiva. El tiempo se convierte en un elemento ontológico, y la memoria adquiere relieve a través de alusiones biográficas puntuales.En el trasfondo narrativo un puñado de personajes recrea un modo de existir reconocible, que tiene algo de crónica sociológica. Se enaltece la casa y lo lárico; en ese espacio protector se vivió el tiempo áureo, esa etapa que cobija esperanzas e ideales, cuando el discurrir vital fluye entre labores sencillas y objetos cotidianos. A partir de ese ámbito germinal, un conjunto de pretextos define una sociología de época; el éxodo rural, la emigración, la apertura cultural de los flujos migratorios y los nuevos modelos de convivencia sirven de hilo conductor a un buen número de composiciones. En ese enfoque de la voz poemática hay un renacido socialrealismo, una conciencia abierta en la que el yo se integra en un devenir colectivo con aspiraciones comunes.
Otro motivo central es la finitud, eje gravitatorio de cualquier poesía evocativa. Apenas un puñado de versos sirve para definir el precario enraizamiento del devenir existencial. Con lúcida precisión y palabra coloquial se constata en el poema “Saqueo”: “Te lo has llevado todo:/ los lunes, las semanas/ los besos cotidianos,/ la ropa de diario,/ las tardes de risas junto al río./ Te lo has llevado todo: /incluso lo que nunca/ hubiésemos tenido”. Es una introspección reflexiva sobre la temporalidad que genera el vacío.
Todo avance lírico se fundamenta en huellas verbales de presencias literarias anteriores; de esa epigonía consentida nacen poemas en los que se relativiza el concepto de originalidad, las palabras gastadas adquieren nuevos matices. Como argumentaba Luis Rosales “La sorpresa se gasta rápidamente. La emoción se repone”
Una composición significativa, gestada a partir de una enumeración caótica es “Genealogía” en la que el hilo argumental oferta un amplio muestrario de nombres que reflejan el yo femenino con todas sus aristas y en los que son reconocibles gestos convertidos en abstracciones de una sensibilidad: “La llama de un fósforo, en Park Avenue,/ en las manos ateridas de Margaret Randall,/ que alumbra ahora mi cigarro/ en la noche de Madrid;/ las garzas azules de Elizabeth Bishop/ que vienen a posarse en las orillas de estos versos/ y son también aquellas que perdimos…”.
El poema final, “Mitos de familia”, es una composición reflexiva que insiste en la idea del tiempo como un continuum que vincula identidades. Una cita de Kenneth Rexroth, uno de los padres de la contracultura norteamericana, clarifica la noción de destino y sirve de umbral a los versos que enlazan las pulsaciones de la infancia con esas sombras del pasado que se convierten en guías tutelares: somos en función de los otros.
Con frecuencia, el localismo de una lengua se asocia con una forma de sentir ceñida a un espacio autónomo e insular, con mínimos contactos con una realidad exterior. Sin embargo, los poemas de La mancadura constatan estímulos y sueños, explican el sustrato experiencial de conductas comunes; por eso irrumpen, emotivos e intensos, en la intimidad del lector, porque plantean sus mismas incertidumbres.