La errata es inherente al universo de la literatura. Su presencia se puede considerar desde posiciones extremosas: como si fueran catástrofes naturales cuyos efectos arruinan el texto, o como si fueran asuntos secundarios que no merecen más que un leve suspiro de decepción y un asentimiento resignado.
Hay erratas reflexivas que exigen una somera indagación de su significado y hay erratas hilarantes que son la mejor terapia para el encogimiento de ánimo. Así que me animo a presentar erratas reales o imaginarias que he ido acumulando en los últimos meses de lectura:
“cristales transparientes”
(Permiten vislumbrar cuando se acercan a casa la familia y los desconocidos)
“Luis Alberto de cuenca”
( No sé si se refiere a la cuenca del Tajo o a la del Guadiana)
“Poemas de Miguel Dos”
(siempre está bien que la escritura de un poeta valga el doble)
“elegido y antologazo”
(Recibió, supongo, un golpe con alguna antología voluminosa, sin duda editada por SIAL)
“un ramo de rosas y violentas”
( Las rosas emplearon sus espinas en defensa propia)
“tiende al reducionismo”
( La errata predica con el ejemplo y reduce letras)
“ te mando la versión correjida”
(Mensaje de un corrector de ojo estático)
“un adolescente des consolado”
(Suspendió el trimestre y los padres prohibieron el uso de la consola)
“el cilindro, el coño y la esfera”
(Nuevo cuerpo geométrico genital)
“empleados del sector púbico”
( A saber en qué oficio)
Como cierre, adjunto las variables de mis erratas nominales:
José Luis Morientes
(Sin duda por mi confesa afición al Real Madrid)
José Luis Orantes
(Mi yo en el mundo del tenis)
José Luís
(Con acento autonómico)
José Luis Morente
(Si estoy con la guitarra cerca)
José Luis Morantes
(Siempre hubo un antes y un después)
José Luis Morante de la Puebla
(Mi apellido taurino)