Diario I José María Souvirón Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López Centro Cultural Generación del 27 Málaga, 2018 |
BIOGRAFÍA Y CRÓNICA
Frente a la proyección fulgurante que alcanzaron sus coetáneos de la
Generación del 27, la estela literaria de José María Souvirón ha mermado mucho
en el devenir temporal y apenas aparece en los estudios contemporáneos sobre
literatura del siglo XX. Su obra extensa y plural apenas se libra en las
últimas décadas de una persistente desatención crítica, por lo que el trabajo editor de Javier La Beira y Daniel Ramos López, al preparar Diario I es oportuna vía de acceso al caleidoscopio literario y
humano del escritor.
Los editores moldean su propuesta con tres vértices autónomos que sirven
como umbrales del diario: una meditada reconstrucción del periplo biográfico,
el trazado completo del legado en todas las facetas creadoras, con las
contingencias editoriales y los efectos críticos suscitados, y un primer plano
del diario para encartar las páginas autobiográficas dentro del género. Todo
ello, recurriendo a una densa biobibliografía sobre el autor y a los propios
testimonios personales dispersos en la cadencia reflexiva del diario.
Nació José María Souvirón en Málaga el 26 de octubre de 1904 en el seno
de una familia acomodada de clase media. En su ciudad natal cursó estudios con
los jesuitas del colegio San Estanislao de Kostka, sobre los que escribirá en
el mapa de la memoria con cierta asepsia sombría. Leyó con ojos juveniles el
asombro de Juan Ramón Jiménez y conoció en Granada a Federico García Lorca,
mientras cursaba Derecho en la ciudad de la Alhambra. En 1923 se publica su
primer libro, Gárgola, contagiado por
los destellos de un modernismo tardío, y colabora en la revista Ambos con Manuel Altolaguirre y José María
Hinojosa, impulsores de su afán literario. La muerte ese año de su progenitor
modificó la situación laboral y económica pero no mermó su taller creador que
entrega en 1928 un segundo fruto, Conjunto,
claramente marcado por el ideario surrealista. Conocerá esta estética en
profundidad en París, donde se casa y donde el matrimonio decide viajar a
Chile. El país latino se muestra cálido y acogedor; allí nacen sus dos hijos y
conoce a figuras como Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Entra en una fértil
etapa creadora que se quiebra con el estallido de la guerra civil. EL conflicto
fraticida moviliza y extrema la ideología y se acerca a Falange, lo que le
distancia de muchos escritores chilenos. Sin embargo, su prestigio docente en
la Universidad Católica de Chile se acrecienta y prosiguen a buen paso las
nuevas entregas. En 1953 retorna a España para integrarse con presteza en el
ámbito cultural hispano del nacionalcatolicismo, donde siempre se sintió cómodo. Ninguna mácula percibió en la dictadura franquista y en sus ideólogos y vivió con entusiasmo complacido la colaboración entre iglesia católica y estado, como si la bendición de la cruzada supusiera un estadio de convivencia lógica y bonanza espiritual. Es en este tiempo cuando comienza su escritura del yo.
El poeta se autocontempla en un mirador singular: “La circunstancia de haber
regresado a España después de una larga ausencia –de un largo deseo de
regresar- me permite ver las cosas españolas con una mirada que no tienen (no
pueden tener) los que han permanecido aquí esos años. Estoy padeciendo y
gozando de un proceso de reintegración, de reincorporación y adaptación.
Venciendo lentamente y trabajosamente al olvido” (p. 108).
Para Javier de la Beira y Daniel Ramos López la crónica íntima de
Souvirón mimetiza los rasgos caracteriales del género: aporta intensidad
emocional, necesidad de escribir para mitigar el aislamiento y la sensación de
soledad, y da cauce al afán de escritura constante que hace de lo diario
caligrafía y testimonio. Sin embargo, las anotaciones-sobre todo en la expresión directa de su ideología conservadora, han envejecido y resultan rechazables sobre todo en aspectos como la homosexualidad, la consideración de escritores como Antonio Machado o Vicente Aleixandre y los juicios de valor sobre su propia obra, siempre enaltecidos por una pujante autoestima.
La voluntad autobiográfica comienza en el otoño de 1955 y perdura hasta
mayo de 1973, ya en el tramo crepuscular de su biografía, cuando la enfermedad
clausura la última etapa existencial. Sus contenidos se conforman con los
episodios vitales, las reflexiones y pensamientos íntimos y el papel de
cronista de un entorno cercano en el que mantuvo un papel activo y una presencia visible en las primeras filas. Así lo
corroboran las mismas anotaciones del escritor: “Un diario tiene que ser
variedad (en la unidad) estados de ánimo, días nublados y claros, alacridad y
fatiga, entusiasmo y desdén; si la transición de una nota a la del día
siguiente parece demasiado violenta, es que ambas notas proceden de situaciones
“correctivas” entre sí.
La edición crítica de Javier La Beira y Daniel Ramos López recupera la
zona de visibilidad de un escritor que hizo del diario un tronco fuerte de
sensibilidad y coherencia, a veces con extrema sinceridad y con una profunda fe
religiosa que exigía a la conciencia comprender y comprenderse mediante un
testimonio directo y veraz. Diario I publica
íntegramente los tres primeros cuadernos, por lo que se mantienen inéditos
otros nueve; del material publicado, según informa la nota que clarifica los
criterios de edición, complementada por un amplio aparado de referencias
biográficas.
En suma, un gran trabajo filológico que fotografía al hombre y al escritor, que muestra músculo y pensamiento luchando contra el tedio y la
decepción. Diario I es el retrato de un protagonista integrado en el régimen franquista, mientras escapa del vacío que la vida
va ahondando, consciente de que el tiempo erosiona y se destruye a sí mismo.