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El funambulista ciego
Ricardo Virtanen
Amargord Ediciones
Madrid, 2019 |
VIAJAR HACIA DENTRO
Muy pocos meses después de conseguir el Premio José Luis Hidalgo de Poesía,
Ricardo Virtanen sigue diversificando trayecto creador para alojar sus
aforismos iniciales, fechados entre 2001 y 2005, en El funambulista ciego. Es un dato de interés porque convierte al profesor y músico
madrileño en uno de los practicantes pioneros de la intensa crecida aforística
contemporánea, en la que ha dejado las entregas Pompas y circunstancias (2008), y Laberinto de efectos (2014), libros a los que no tardará en sumarse
el volumen Bazar de esquirlas.
Luis Martínez de Velasco, pensador y ensayista, firma un prólogo donde
emprenden vuelo algunas consideraciones que recuerdo aquí. Sistematiza el
quehacer fragmentario de Virtanen en la orilla del esqueje verbal filosófico,
en los entrelazados de un sistema de pensamiento que nunca se aleja del
quehacer existencial y sus contingencias. El sujeto se ubica ante el espejo del
lenguaje para acometer un denso proceso introspectivo. Viaja hacia dentro. De
ese percibirse interior emerge un impulso que pretende captar los estratos
aleatorios de la conciencia. Su conocimiento no siempre suma; cosecha
espejismos y autoengaños, y otras veces deja en la voz que enuncia un estado de
desencanto y desolación; la vida es una invitación a la incertidumbre.
No sorprende, por tanto, que Ricardo Virtanen emprenda senda con una
cita de G. C. Lichtenberg: “Y, sin embargo, el hombre es lo que piensa y no lo
que dice”; con ese norte arranca su particular metafísica de los sentidos, sin
otra pretensión que mantener un paso de humildad y coherencia, que confunda sus
ecos con la pisada inadvertida del hombre de la calle: “Hay pocas vidas interesantes.
La mía no es una excepción”; “No hay mucho que decir. Pero digámoslo”, “Mi
biografía está escrita. No hace falta más que vivirla”.
Sin un orden prefijado, los aforismos crecen por acumulación, como si
ensancharan límites de un espacio mudable en el que se cobijan las luces y
sombras de la conciencia. En ellas, el tiempo se convierte en enigma abierto en
el que la identidad del sujeto se diluye. Es esplendor y nada, porque el
trayecto vital va erosionando la existencia, en un inadvertido presente continuo.
Una y otra vez el pensamiento regresa a las grietas conocidas, abre
puertas, deambula, moldea las claves de una realidad fungible que alcanza en la
muerte cumplimiento y destino: “Al pensar en la muerte se me nubla la vista”,
“Me siento rodeado de muerte. Soy apenas isla”, “Mi muerte está escrita con
residuos de mi conciencia”. De esa sensibilidad en vela nacen los estados de
vigilia. Muestra en la aurora una difusa
sombra de esperanza en la que lo diario adquiere sentido, como lejanos astros
que marcan en el cielo su estar solo, el largo itinerario desde el sueño a la
realidad.
El carácter orgánico del libro construye vértices argumentales de
diversa extensión, aunque nunca con moldes cerrados. Resulta así una entrega en
capítulos, que aglutina desacuerdos y paradigmas, experiencias vitales y
paradojas: “Para creer en algo debemos tener la razón desactivada”, “En el
sentimiento de culpa hay cierto ánimo de venganza contra uno mismo”, “Que el
hombre sea la medida de todas las cosas no es un asunto del todo tranquilizador
para las especies”, “Todo lo que ocupa un espacio no es pensamiento”,“Una
certeza siempre se contempla desde la duda razonable. Por lo que ya no es tal
certeza”.
El apartado “Ars Artis” traza
circunvoluciones en torno a la perspectiva teórica de “El arte por el arte” que
tanta controversia animó en los idearios estéticos del pasado siglo”; Virtanen
se aleja de los postulados teóricos para dejar precisos trazos en torno al
utilitarismo, la belleza, el papel del creador y la vigencia de las cualidades
artísticas, con un evidente espíritu racionalista que observa los parámetros
artísticos como actividades esenciales del ser. Como Nietzsche, admite que no
existen hechos sino interpretaciones y por tanto descree de los dogmas siempre superados
por el devenir. Casi complementario a esta indagación resulta el apartado “La
linterna del creador” que alude a gestos, actitudes, cualidades y ese empeño en
aceptar, borrar, reescribir la página en pos de airear la esencia creadora que
oculta una poética.
Como grato homenaje a los predecesores, la
coda aforística “El talón del sastre”
aglutina una paleta de pinceladas literarias. En ellas aglutina humor,
conocimiento biográfico, afán didáctico y ese fulgor de los momentos álgidos
del trayecto creador. Así da vida a un teatrillo de sombras en el que se mueven
las sombras del libro que el tiempo no ha oscurecido, que dan solidez a “la
idea en el hecho” mostrando vínculos
estéticos y la perseverancia de las palabras: “Pedro Salinas se pensó futurista
y acabó enamorado”, “No deja de sorprenderme nunca ese clasicismo vestido de
vanguardia tan celebrado por Gerardo Diego”, “A Cernuda le espantaban los
espejos de la conciencia”, “Borges pasó demasiado rápido de las metáforas
inusuales al adjetivo apocalíptico”.
En un breve lapso temporal de poca más de una década el aforismo ha
multiplicado títulos y enfoques. Se ha cimentado el género con una codificación
esencial que exige al decir breve síntesis, claridad, transparencia y sentido,
más allá de lo obvio. Enlaza poesía y pensamiento y en su leve apariencia
encierra la capacidad de asombro. Así se manifiesta en los repechos
argumentales de El funambulista ciego.
Ricardo Virtanen construye una reflexión reposada, que aborda los merodeos del
pensamiento en torno al tiempo, y al proceso de despojamiento que nos hace
dueños de una habitación casi vacía, una memoria en la que no faltan los
territorios perdidos, la sensación de que cualquier paso es provisional, como
esas luces y sombras de la conciencia que parecen sombras chinescas; el
aleatorio resplandor de una vela que busca en el pensamiento un poco de luz.
JOSÉ LUIS MORANTE
Revista digital elaforista.com