El hijo culebra Ángela Álvarez Sáez InLimbo ediciones S. L., Poesía www.inlimbo.es, 2020 |
APRENDIZAJE DEL CUERPO
Existir es tatuar sobre la piel de lo cotidiano una continua estela de
cicatrices visibles e invisibles. Desde esa idea de la grieta y del aprendizaje
del propio cuerpo nace el poemario El
hijo culebra, de Ángela Álvarez Sáez (Madrid, 1981). Con él se inaugura la
colección InLimbo Poesía, una iniciativa coordinada por la escritora manchega
Ana Martínez Castillo. El devenir poético de Ángela Álvarez Sáez es una fértil
senda de entregas –una decena de libros desde 2006 hasta la fecha- y de
reconocimientos como los premios Antonio Carvajal, Carmen Conde o León Felipe,
pero el libro El hijo culebra se
ubica con brillantez en la categoría de obra singular. Y lo hace por su
temática que crea no poco desasosiego, y por su experimentación formal que
diluye el concepto clásico del poema lírico para afrontar una escritura
mestiza, que expande el verso libre y tiende brazos al diario autobiográfico y
al poema en prosa.
El recorrido argumental sitúa como abertura del apartado “Acotaciones
desde el río” una cita de la poeta y ensayista venezolana María Auxiliadora
Álvarez, que describe con temblor sobresaltado una extrañeza fisiológica: “Y
sale un río de mamá por debajo de la puerta / un río rojizo y triste que no se
mueve”. Desde tan sobrecogedora sensación arranca el libro que pone como
apertura un recuerdo en boca del hijo no nato, como si su existir sobrevolara
en otro plano de lo real, en algún vuelo etéreo y alejado de cualquier
nacimiento celebratorio. Pero no hay una línea de continuidad en estas
acotaciones que mantienen su objetivismo enunciativo y su frío textual, como si
la voz lirica se sustituyese por un simple capítulo documental en torno a la
maternidad subrogada. El cumplimiento legalista de los trámites no oculta su
incompetencia para la esperanza.
La caligrafía autobiográfica del diario está
presente en el apartado “Una noche en la culebra” para dibujar la sensibilidad
de la gestante y su condición de vientre de alquiler. El deseo sexual y la
consumación amorosa no existen. Solo una invisible culebra se cobija en el
útero. Las sensaciones del embarazo cuestionan las ideas de la maternidad y los
recuerdos personales dejan que el fluir de la conciencia desanude el hilo
blanco de las contradicciones. Nada borra la extraña condición de ser madre sin
hijo.
El remordimiento y la soledad son los tonos de voz que se escuchan en el
apartado “Poemas deformes” donde se hace palpable la condición de víctima y la
incomprensión social. Son monólogos que buscan respuestas a la hipertrofia de
la felicidad, a las sacudidas de los malos tratos, y a la intemperie doméstica
que limpia la sangre con lejía como si fuese una simple mancha en el suelo. Ese
abandono tenaz impide que la casa sea un
refugio habitable. Las abundantes imágenes del apartado crean una atmósfera de
tiniebla y asfixia, de malestar y extrema fragilidad en el discurso verbal de
la confidencia.
Con
una cita prologal de Isla Correyero, de fuerte caracterización visual, el
apartado “La madre” emplea la prosa poética para explorar la infertilidad con
secuencias que trazan un largo itinerario de experiencias. Mes a mes un río
rojo borra el rastro del hijo, sienta en la fría consulta del ginecólogo esa
espera de la inseminación y se hace un día semilla de maternidad. Pero algo va
mal y la desazón lleva a otra cama de hospital y a manchas oxidadas de sangre
que anuncian el aborto, la decepción de lo que ya no late. Todo retorna a esa
herida primigenia del dolor que convierte lo diario en la pantalla gris de la
ceniza.
El clima de escarcha y frío afecta a todo el entorno familiar. Cada
miembro es un intruso protagonista de una representación fragmentaria, llena de
enigmas y sinsentidos. Existir en común adquiere el deambular tanteante de un
laberinto sin salidas que encuentra su plasmación en textos complejos, como los
que integran el apartado “Poemas de la madre”, que postulan el objetivismo de
un observador. Pero el cambio de enfoque es continuo. Varía el escenario, los
contextos y los figurantes. En “El hijo” el poema en prosa se hace memoria y
sueño, mientras que en “Los poemas del hijo” el verso libre conforma los
contornos discursivos de la identidad filial y su persistencia en el lenguaje
como forma de vida: “Soy un cuerpo sin raíz / que crece en el aire. Soy un
óvulo / de tierra. A veces me espanto / y corro por los pasillos”.
Las secciones de El hijo culebra prolongan
un trazado de vivencias cuya unidad de sentido implica la asunción de la
maternidad desde el dolor. Crean una visión desgarradora e incómoda, a través
de los desplazamientos del punto de vista y del registro de experiencias que
nacen de la observación fisiológica y sus repercusiones en el discurrir ético.
No faltan los ángulos trágicos en los que la palabra se hace sutura, fluir
confidencial, queja y gemido, como si los versos intuyeran que esa sombra que
cubre el deambular constante es el no ser. Desde ese estar en el abismo, el
poema tiende la mano, es un asidero que salva.
José
Luis Morante