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Antología poéticaPhilip Larkin Edición de Damià Alou Cátedra, Letras Universales Madrid, 2016 |
HUELLAS DE VIDA
Para no pocos críticos, Philip
Larkin encarna una estética conservadora y estable, ligada a un enfoque
amarrado a lo previsible; la diaria labor de su poesía busca la puesta en
limpio de los contornos, calca una realidad cercana y tangible. Dibuja un
escenario por el que se puede caminar a pie y percibir a cada paso la
frustración de lo cotidiano. Su taller se contrapone al sondeo vanguardista y a
ese espíritu de renovación vinculado con el afán rupturista. De este modo,
Philip Larkin sería arquetipo de un realismo objetivo mientras que Thomas
Stearns Eliot personificaría el otro polo, el del riesgo, con obras como La Tierra Baldía en la que el poeta
construye su propio mundo a partir de un largo poema épico. Otro artífice
esencial de la vanguardia sería Ezra Pound y sus Cantos pisanos Pero entender la lírica de Larkin como un ejercicio
mimético no deja de ser una clamorosa simplificación. Su obra construye un
territorio creativo donde la realidad se transfigura y está repleta de mundos
interiores; por eso sus composiciones resultan tan emotivas e iluminadoras; por
eso, siempre es un acontecimiento relevante el encuentro con una amplia
selección de su poesía, como la que nos ofrece la propuesta editorial de Damià
Alou desde letras Hispánicas.
La producción de Philip Larkin
(1922-1985) viaja a nuestro ámbito con lentitud. Hasta 1986 no se traduce al
catalán, en breve antología prologada por José María Valverde. Y tres años
después Marcelo Cohen vierte al castellano Ventanas
altas. La edición bilingüe contenía como pórtico el ensayo “Philip Larkin,
el corazón más triste”, un esfuerzo por pasar revista al tupido sistema del
itinerario lírico anglosajón y a sus aspiraciones y resonancias para entender
la modernidad como una revolución. Cohen rastrea la atmósfera creadora de la
Universidad de Oxford en los años cincuenta, donde se fortalece una generación
de jóvenes autores que hace suyo el legado de Thomas Hardy; de esa tradición
renovada emana los primeros tanteos de Larkin y su propensión a escribir una
poesía austera, adherida al epitelio de cosas cercanas, en la que respira una
existencia grisácea, donde el lenguaje de signos y actitudes de la rutina encuentra
una mínima resistencia. Poco a poco, con humildad, como corresponde al tono
general de su poesía, arranca el goteo de nuevas traducciones realizadas por Jorge
Ferrer Vidal, que acerca poemas donde queda constancia de “la frialdad de la
existencia, la indiferencia de la naturaleza y la hostilidad de la propia obra
humana –el llamado progreso- que acaban por conformar un universo colectivo
carente de coordenadas referenciales coherentes”. O las logradas versiones de Álvaro
García y Jesús Llorente Sanjuán que anticipan la eclosión en 2014 de Poesía reunida, un conjunto que aglutina
la obra de madurez y convierte a Larkin en un referente.
La edición Antología poética, de Damià Alou, busca el paisaje esencial del
escritor anglosajón y regala algunos inéditos, no compilados en libros autónomos.
Se extiende además en un sugerente esbozo biográfico que clarifica el perfil
del poeta. Nacido en el seno de una familia acomodada del centro de Inglaterra,
con ideas muy tradicionales –el poeta sería en su madurez un declarado
admirador del liberalismo de Margaret Thatcher- y nítida preocupación cultural,
Philip Larkin se va formando bajo la severa mirada de su padre y comienza a
escribir en su juventud, cuando también desarrolla una sostenida afición al
jazz. Su miopía le impide participar en el conflicto bélico de la II Guerra
Mundial, aunque sufre sus estragos, que dejan huella profunda en algunas
composiciones primerizas. Estudió en Oxford, tuvo una participación animosa con
el ambiente universitario, escribió novelas y protagonizó varias relaciones
sentimentales con complejas identidades femeninas.
Su obra no encuentra respaldo
crítico hasta 1955. Ese año se edita Engaños,
su primer trabajo de madurez, en 1962 sale Las
bodas de pentecostés una entrega que lo consagra de forma definitiva, y en
1974 se distribuye Ventanas altas,
que Damià Alou titula en esta edición Ventanales.
El punto de inflexión del
itinerario creativo de Larkin lo marca la lectura de Thomas Hardy, en él
encuentra emoción, léxico sosegado sin retoricismos pretenciosos, e inmersión
en los modestos pertrechos de lo cotidiano. Así nace un dogma estético, aireado
en el poema “Modestias”, cuya primera estrofa dice: “Las palabras sencillas
como alas de pájaros / no mienten, / no adornan las cosas / por timidez. “. En
su forma de concebir la escritura se señala la coherencia entre vida y obra
como derivaciones confluentes de una misma conciencia, sin retoques ni
embellecimientos pretenciosos. En su escritura traza huellas la verdad de la
experiencia, el leve paso de la grisura.
Su estilo tiende al poema relato y aborda los argumentos como epifanías, como
un territorio anecdótico que explora una situación, ese momento único que
amalgama el suceso y su impresión en la
experiencia. De este modo, la escritura se convierte en una travesía desde el
figurante verbal y el nosotros, con artificios expresivos que adquieren el tono
de la oralidad.
Más que declaraciones
programáticas, Philip Larkin prefiere dar voz a los versos para que ellos
enuncien la verdad del poema. Deja que el lector descubra que “la poesía es
emocional en su naturaleza y teatral en su funcionamiento, una hábil recreación
de la emoción de la gente”. Y no duda en mostrarse en el poema como un
personaje de la calle, que sobrevive y se aferra a la dignidad de ser sin
conformarse, buscando un lugar sedentario en un ámbito donde todo cambia:” Con
saña, cierro la puerta. / Susurra la calefacción a gas. El viento / trae la
lluvia de la tarde. De nuevo, / una soledad que no me contradice / me sustenta en
su palma gigante; / y como una anémona, / o un simple caracol, con cautela / se
despliega, emerge, lo que soy”.