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Tratado de identidad | |
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SIGNOS PROPIOS
Tratado de identidad
Miguel Floriano
Ediciones Oblicuas
Barcelona, 2014
Toda poética es el trazado de una realidad cambiante, una evolución que
acoge las vivencias de lo cotidiano y el legado lector. En los signos vitales el
tiempo sedimenta su acontecer. Y es el aporte cultural el que reconduce al
barrio antiguo de la tradición, Así adquiere refrendo una sensibilidad autónoma, tendente a insistir en un núcleo de obsesiones al definir la
identidad del “yo que nos suplanta entre renglones”. El personaje verbal es
visto a distancia, como si formara parte de una exposición objetiva.
Miguel Floriano (Oviedo, 1992) estudia Filología Hispánica. La precoz
vocación literaria se confirma en los libros Cuentos para adornar los sueños, volumen de relatos, Diablos y virtudes, compilación de
poemas. Ya en el cierre de 2014 edita su tercera entrega Tratado de identidad, que comienza con
unas palabras introductorias de quien escribe esta reseña. Más que por un
análisis crítico pormenorizado del poemario, el liminar cuenta las impresiones
personales de un lector cercano y el contexto afectivo.
Desde el comienzo de Tratado de
identidad queda claro que Miguel Floriano es un disidente del etiquetado
figurativo, tantas veces lastrado por la epigonía y lo mimético. El ovetense
busca espejos donde reflejarse, prefiere la ruta poco hollada. En su travesía, precisa el carácter del discurso lírico a partir de una cita de Miguel d’Ors
que tiene como cierre estos versos: “Y eso que todos hacen a espaldas de sí
mismos, / eso precisamente, es la Poesía”. Tras una larga práctica acumulando
virutas en el taller literario, el poeta y profesor saca esta conclusión:
la poesía es ese inefable no sé qué que queda balbuciendo; los versos son hijos
del azar y se burlan del voluntarioso trajinar sobre el papel. Dejo al lector
que medite sobre la sugerente puerta que abre esta declaración de principios del poeta
antologado en Las voces y los ecos, aquella
propuesta de José Luis García Martín que mostraba el envés de la trama novísima
con otras convicciones estéticas.
Miguel
Floriano en “Introito” busca la razón del poema en el misterio, en ese azar que
lleva a lo impreciso; propone incógnitas al pensar para que se llene con su
niebla comprensiva. Comienza así un fértil viaje por el acontecer y su latido, en
el que las palabras recolectan explicaciones y hacen del amor el sustrato
primigenio del presente: “Pero es verdad, lo juro: únicamente quise / después
de enamorarme propagarlo / como único / método de amor, para así vivir acorde
/ a los latidos que me nombran…”. El verso parece aproximarse a la realidad
biográfica y hace del sentimiento amoroso una vivencia central, incluso en la
pérdida y el fracaso.
Al disponer el avance argumental de Tratado
de identidad, el poeta conoce los riesgos del verso previsible y el esquema
estrófico manoseado. Pero no existe otra alternativa; Miguel Floriano no teme recurrir
a las posibilidades expresivas del soneto, deja en las páginas algunos haikus y
mira complacido a modelos literarios de cabecera como Víctor Botas –magisterio
central junto a Miguel d’Ors- para conformar su escritura; así ocurre en el
poema “Conato de redención”. También emplea el rigor del aforismo, ese estar
disponible para despejar incógnitas con lúcida economía. En “Elogio
de la pereza” leemos: “Portamos la herida y ya se sabe / el resto del poema.
En la sección de arranque perdura el rastro de una voz confesional que
soporta a diario el trémulo desorden de una realidad hecha de sugerencias. El entorno
dilata los límites del desconcierto porque está lleno de pasadizos inesperados.
El segundo apartado es una sonora incursión en lo musical. Todos los títulos y
citas aluden a referentes culturales. En este tramo cobra entidad el verbo reflexivo, aunque los apuntes sobre lo existencial no
sean ajenos a la mirada escéptica y a ciertas dosis de ironía. El poeta
subtitula este conjunto de poemas “Paréntesis armónico”, como si tras el
derrumbe amaneciera una cierta catarsis emocional. El confidente lírico se
aplica a un ejercicio de sosiego y claridad; halla amparo efectivo en las
propias convicciones. Escribe en “Obertura platónica”: “Ni realidad convicta ni
estupor / que luego trae palabras. Ni consigna / amparada por el tiempo, ni
paraje / donde citarse con la eternidad. / Ni siquiera este ahora y su partir.”
El planteamiento sobre la identidad del sujeto se fortalece en el apartado final. “Libro tercero” vuelca sus pasos en la vía
interior y en la sensación de nomadismo hacia ninguna parte de quien carece de asideros sentimentales. Tampoco falta la preocupación
metapoética, en la media distancia entre el arte y la existencia; el poema es
el empeño de convertir el espacio subjetivo en escritura.
El andar temprano de un poeta
suele estar repleto de tanteos, protagoniza incursiones aleatorias hasta que el
transcurso aparece, recto y continuo. Miguel Floriano, en Tratado
de identidad ya está con paso firme frente al despejado
paisaje del futuro, habita ese momento en el que la escritura pulsa una cuerda
invisible y sale música.