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Apócrifo Hiram Barrios Prólogo de José Luis Morante Editorial Naveluz Colección La Hormiga México D. F, 2018 |
PRÓLOGO
Quien calla nunca es trivial;
quien habla lo es casi siempre.
HIRAM BARRIOS
Entre las incertidumbres del siglo XXI las formas literarias breves han
conseguido reconocimiento inesperado y una resonancia especial que acrecienta
su práctica. Son un signo de época. Conceden una percepción súbita de la
realidad cuyo carácter, temporalista y mudable, tiene consecuencias inmediatas
en los quehaceres del lenguaje. Sucede con el haiku, esa japonería aclimatada
al castellano cuyo mensaje da cauce a la impresión instantánea, el microcuento,
ficción de argumento resolutivo; y el aforismo, una miniatura reflexiva repleta
de connotaciones.
Hiram Barrios (México, D. F., 1963) creador plural, traductor y docente
en ejercicio en las aulas del Instituto Tecnológico de Monterrey se adentró en
la tradición literaria paremiológica en Lapidario.
Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Era un balance de la
aportación cultural de autores foráneos, con algunas voces del exilio español
asentadas tras la guerra civil, y firmas de otra geografías. El escritor
definía el proyecto con tono humilde, “como un trabajo liminar, exploratorio y
en construcción” y lograba un libro riguroso, de didáctica unitaria que sondeaba
vínculos entre escuelas y autores en un paréntesis temporal de siglo y medio.
Una obra excelente para un momento donde el ciberespacio está cambiando las
reglas del género y las posibilidades de recepción.
Con Apócrifo Hiram Barrios se
integra en la práctica aforística aportando su versión particular de la
economía verbal. La decodificación lectora concede al título, como elemento
paratextual, una tripe función:
identificadora, referencial y distintiva. Así que antes de adentrarnos en el
cuerpo de la obra conviene recordar las dos connotaciones básicas del término.
En su acepción académica, alude a un adjetivo que califica lo simulado,
inexistente o fingido; la etimología popular emplea el término para encuadrar
comentarios u opiniones subjetivas que carecen de fundamento, que siembran
rumores que no se pueden constatar. Así pues, Hiram Barrios pone bajo sospecha
la práctica de este género de intensidad, que busca ahorrar pasos entre la
niebla de lo digresivo.
La observación estimulada por el rótulo no desdice la naturaleza
singular del género. El aforismo preserva la autonomía de cada fragmento y la
pluralidad de inquietudes semánticas. El escritor establece para los rasgos
temáticos y formales del corpus una ruta de lectura de quince secciones. Su
primer tramo es “Diario o culto” tiene una base testimonial, como si el yo
biográfico personificara al protagonista en sus interacciones cotidianas con un
entorno que difunde estrategias cognitivas: “Los mejores aforismos los escupo
en la calle. En el asfalto está mi aforística”. Los breves nacen de circunstancias
concretas y dejan constancia de una subjetividad que respira a pie de calle.
Pero el cauce natural del aforismo es la contradicción; si el sujeto busca a ras de suelo la huella
firme de algunas certezas, esta actitud es compatible con “las videncias del
oráculo”. La intuición predice. Esta clarividencia desconfía del logos: “Un
hombre, a solas con su pensamiento mucho tiempo suele ser peligroso”, “No
pensar como medida preventiva”, “Los mensajes más oscuros son los que alumbran
más”. La construcción de los aforismos integrados en “microhistorias” dibuja un
perfil de cercanía con el relato ultracorto, no solo por la precisión extrema
del lenguaje sino por el carácter ambiguo y la capacidad de sorprender mediante
una visión no convencional del hilo argumental. Así lo constatan estos ejemplos
textuales: “Cordura. Antes escuchaba
voces. El psiquiatra me recetó pastillas: ahora son las voces las que me
escuchan”; “Irresistible. Mi esposa
es atenta y complaciente: una delicia de mujer. Por eso busco amantes.”; “El legado. Pelearán hasta matarse por
los bienes del difunto. Los males se heredan por igual.”
Otra
modalidad de frontera con el aforismo es el epitafio. Entre ambos abundan los
motivos conectores e igualatorios: egocentrismo, solemnidad lapidaria,
posicionamiento temporal. Queda recalcado en abundantes aciertos expresivos: “El genio. Lo enterraron vivo, siempre
adelantado a su tiempo”, “El
librepensador. Luchaba por la verdad. Su obra lo desmintió”.
Escribir aforismos es alzar un entorno de habitaciones soleadas con una
buena orientación que propicie borrar sombras y convoque al desaprendizaje para
que el trazo sutil de la existencia avance con nutrientes nuevos, inmediatos,
volátiles y el activo destello del relámpago.
En el remanso de Apócrifo siempre
hay sitio para la gota de claridad inesperada en la que se despliega la
capacidad oratoria de la inteligencia y el necesario silencio: “Callemos mejor
para entendernos”. Así afloran las aristas de un tiempo fermentado que el
aforismo se empeña en moldear para lijar sus distorsiones. Es un quehacer
continuo y atomizado, con voluntad, con fe, sabiendo mientras camina que “el
aforismo es un atajo”.
José Luis Morante