|
Ángel González (1925-2008) |
ÁNGEL GONZÁLEZ. ACOTACIONES.
(a Luis Felipe Comendador,
que vivió conmigo tantas jornadas con Ángel)
Abundan los estudios críticos que consideran a la Generación del 50 como
epicentro del panorama lírico contemporáneo. Esa promoción de límites abiertos
incluye en su núcleo a Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín
Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez
y Ángel González. Son autores de obra sólida, voces matizadas, con un estilo
singular y reconocible. Compañeros de vocación creativa, casi todos protagonizan
la imagen generacional más recordada: el homenaje a Antonio Machado en Colliure
el 22 de febrero de 1959, al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte.
Aquel encuentro canaliza una andadura creativa conjunta, con amplias
afinidades.
Ángel González nace en Oviedo, en 1925. En su niñez vive el acontecer
hostil de la contienda de 1936 y más tarde los condicionantes biográficos de la
posguerra, cuyo rigor alcanzará exacta precisión en su literatura. La entrega
inicial, Áspero mundo, es un libro
intuitivo; el protagonista verbal comparte circunstancias vitales que avanzan
impulsadas por una sensibilidad emotiva. Ceñido a bordes concretos y finitos,
el yo poético es el resultado de un proceso vital; esta gestación demorada lo
sitúa en un ámbito de inquietud, un áspero mundo, hecho de desajustes y pérdidas, pero también abierto a la esperanza,
a los pasos que buscan el sol de la mañana. Esta epifanía poética está
influida por dos lecturas tempranas, Segunda
Antología, de Juan Ramón Jiménez, y Poesía
española contemporánea, muestra seleccionada por Gerardo Diego que
matiza temas y perfecciona el tratamiento formal. Sin embargo, hay composiciones
que cogen el testigo de la poesía social – Blas de Otero, Gabriel Celaya,
Eugenio de Nora, José Hierro…- y hacen suyas las preocupaciones del hombre de
la calle, los laberintos de la existencia individual en una geografía histórica.
Esa ética solidaria es una constante en Sin
esperanza, con convencimiento; sus versos no ignoran los desajustes de la
realidad. Ahora aparece un recurso muy utilizado por el autor, la
ironía, cuyo aprendizaje se atribuye al libro de José Agustín Goytisolo Salmos al viento. El reiterado empleo de
la ironía supera la idea de mero procedimiento expresivo, se convierte en parte
de lo expresado: la realidad es contradictoria e irónica en sí misma. En Grado elemental el sustrato ideológico
se define, de forma explícita, a través de un sujeto textual que expone
preocupaciones e intereses en una época que exige una mirada crítica. Los
poemas inciden en el cuestionamiento de las estructuras sociales a partir de
una aproximación racionalista. Ese factor didáctico se muestra con un tono
paródico, en el que abundan las alusiones intertextuales. Todavía en 1965, tras
publicar Grado elemental, consigna:
“Al margen de las discusiones y de la polémica, yo sigo teniendo fe en esa
poesía crítica que sitúa al hombre en el contexto de los problemas de su tiempo
y que representa una toma de posiciones respecto a estos problemas. Más que
posible, esa poesía me parece inevitable”. También el intimismo se preserva y
es semilla germinativa de las composiciones de Palabra sobre palabra. Como herramienta del yo, la palabra
posibilita conocimiento y comprensión y delimita el entorno; pero esa función
básica enaltece su semántica en el poema porque relaciona elementos y
proporciona claves. El poeta empleará el título en 1968, en Seix-Barral, cuando
aglutina en un solo volumen el corpus lírico editado. En él son palpables la
continuidad y unidad interna de una poesía que restablece simetrías entre
contenido y expresión
Poco antes de su asentamiento en
Estados Unidos comienza una segunda etapa lírica en la que se intensifican,
como señaló Emilio Alarcos Llorach, los rasgos irónicos, el aparente prosaísmo
y una progresiva objetivación del yo que toma distancia y vela el
testimonialismo biográfico. La entrega que marca este giro es Tratado de urbanismo, que amanece en
1967 y se reedita en El Bardo, la colección dirigida por José Batlló, en 1976.
Esta segunda edición aporta un breve liminar firmado por Martin Vilumara, que
resalta la continuidad de algunos recursos de escritura: el afán comunicativo,
el enfoque irónico y la pupila escéptica ante una realidad contradictoria.
Sólo siete poemas forman el libro Breves
acotaciones para una biografía, libro editado en Las Palmas, en 1969. La
mínima selección diversifica sus argumentos; se reflexiona sobre el hecho de
escribir: “Escribir un poema se parece a un orgasmo: / mancha la tinta tanto
como el semen, / empreña también más, en ocasiones “; y regresa lo vivencial,
siempre con un toque irónico. Son rasgos que permanecen en Procedimientos narrativos, con una clara deriva hacia el juego
conceptual. Se rechaza al poeta ensimismado en su interior para volcarse en un
ámbito más general, hecho de imágenes hilarantes, en cuya expresión se preserva
el sentido crítico.
Las nuevas obras coinciden con su estancia en Nuevo México, donde
desarrolla una intensa experiencia docente. Como es sabido, la eclosión del venecianismo, tras la aparición de la antología Nueve novísimos poetas españoles, promulga la relevancia del hecho
estético frente a la actitud moral, vigente en los modelos del realismo social.
Esta opción no afecta al posicionamiento lírico de Ángel González, quien
publica en 1977 Muestra corregida y
aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes
sentimentales que habitualmente comportan. No pasa inadvertida la intencionalidad paródica del enunciado ni la presencia
de textos confrontados con el ideario dominante. Como confirma “Oda a los nuevos bardos”, existe una expresa distancia crítica; no
comparte el abandono de preocupaciones éticas ni el difuso compromiso con el
marco contextual.
En Prosemas o menos el
desvanecimiento del presente y la temporalidad son los detonantes poéticos
iniciales. Sobrevuela la certeza de que somos efímera materia que se va
consumiendo en la renovada cadencia de los días. El libro aporta además un
nuevo escenario, Albuquerque, ciudad donde el yo poemático es testigo del ciclo
estacional. Forma el epílogo una muestra de textos en la que es común la
referencia bíblica, una excusa cultural despojada de sentido religioso. Y el cierre vuelve los ojos a lo
metaliterario, con generoso homenaje a los magisterios de Juan Ramón Jiménez,
Jorge Guillén y Blas de Otero.
El último tramo de su escritura es el más elegíaco. Se define por una
aguda conciencia del tiempo, cuyos efectos configuran una visión moral hecha
desde la meditación serena. En él se integran Deixis en fantasma, Otoños y
otras luces y el libro póstumo Nada
grave.
Los poemas de Otoño y otras luces
componen una lúcida aceptación del destino; modulan un recorrido vital que
desemboca en el curso bajo de la senectud; hay, por tanto, un tono crepuscular
que preludia la despedida. En esa moratoria la evocación de presencias (hay una
sentida glosa al compañero de generación Claudio Rodríguez) y lugares se
convierte en palabra salvadora; los versos mantienen el resplandor, empeñados
en oír los latidos naturales del pasado.
Antes de la salida en Visor, se adelantan poemas de Nada grave en la revista Litoral
que en 2002 dedica un monográfico al ovetense, coordinado por Susana Rivera.
Nihilista y desesperanzado, Nada grave es un libro de cierre, editado en mayo de
2008, unos meses después del fallecimiento del poeta. Sus veintiocho
composiciones comparten un idéntico enfoque: la muerte es una realidad
omnisciente, ominosa, sombría; un túnel angosto que nos lleva a la nada. Atrás
quedan recuerdos y cicatrices vitales y el estar fugaz de todo lo que amamos.
Todos los textos reiteran la profunda crisis del protagonista textual. La
arquitectura formal es severa, se extrema la precisión y se anulan otros
recursos como la ironía, mientras que se usa con frecuencia la paradoja para
dar el perfil del yo frente a sí mismo en la última hora.
Cuando tomo la obra de Ángel González para la relectura no percibo una trayectoria cerrada sino una presencia activa que muestra afinidades con muchos poetas contemporáneos sobre los que el asturiano ejerce un magisterio continuo. Ángel González perdura. Sigue abierto un taller literario que deja en el tiempo sus procedimientos habituales: depuración expresiva,
sentido del ritmo y cuidado formal, vocación autobiográfica e implicación
directa en el diálogo con el lector. Sus poemas no son textos contingentes sino escritos vivios que recuperan la dimensión literaria de una voz que nunca
duerme.