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Malabarismos Carmen Canet Valparaíso Ediciones Granada, 2016 |
JUEGOS DE MAGIA
Se insiste con
frecuencia en el hecho; el aforismo es una faceta creadora que ha alcanzado en la
última década un crecimiento modélico. El breve formato supera su indefinición
semántica y añade pautas que incorporan núcleos argumentales heterogéneos. A los autores más conocidos, se añade un goteo continuo de
amanecidas que engrandece la práctica de su escritura. Una de las
nuevas presencias es Carmen Canet (Almería, 1955), Doctora en Filología
Hispánica por la Universidad de Granada, crítica literaria de amplio recorrido y, en la actualidad, colaboradora habitual
de Los diablos azules, el suplemento digital de Infolibre.
Su primer trabajo, Malabarismos, abre ruta en la editorial granadina Valparaíso, hasta ahora centrada de forma
monográfica en la poesía. Además, la escritora es una estudiosa del género y han sido
frecuentes sus reflexiones teóricas en encuentros y ponencias universitarias,
así que la amanecida era esperada con notable interés, como si formase parte
activa de un núcleo que aglutina nombres propios como Juan Carlos
Rodríguez, Ángeles Mora, Luis García Montero, Trinidad Gan y el propio poeta y editor Javier Bozalongo.
Desde el mismo
título, la autora mantiene como clave de sus reflexiones una
brevedad máxima, despojada de cualquier apéndice innecesario, confiando en que
las breves frases sirvan para hacer equilibrios en la cuerda alzada de lo
existencial. Lúcido e iluminador resulta el título, aglutinando juego
lúdico y trabajo de entrenamiento para
conseguir cuatro vértices de la escritura aforística: destreza,
equilibrio, agilidad e ingenio. Son los apartados que organizan un
volumen que en palabras de Luis García Montero: “comprende la semejanza que hay
entre un autorretrato y una poética”; o lo que es lo mismo en el dibujo de una
identidad que hace de la escritura una manera de mirar el acontecer diario.
El apartado
“Destreza”, sirve de apertura a esta travesía, donde cada aforismo es
un toque cromático. El reflejo del yo ante el espacio blanco de su
voluntad creadora encuentra de inmediato
una expresión escueta: “Aforista: malabarista de palabras”; toda
experiencia de sentir tiene cabida en el lenguaje, un espacio creado para la
posibilidad y el encuentro que busca en su latido la respiración acompasada de
la realidad. Cada estímulo es una llamada de atención para que comience a
funcionar el arte del matiz, esa sucesión de secuencias que va mudando los estratos del sujeto y que se empeña en descifrar los callados mensajes del
silencio, siempre proclives a la paradoja: “Le gustaban los días nublados
porque todo se veía más real”, la ironía, “El misterio de los hombres, en la
parte alta, el de las mujeres en la baja. Siempre ha habido clases”, o la
reflexión ante la conciencia: “Se desmaquilló la cara
queriendo borrar también los restos de su última conversación”.
Ya he
comentado el sesgo aleatorio que toman los pasos del aforismo en las aceras del
tiempo, pero hay lugares que afloran como sitios del sujeto
verbal; es el caso del amor y de la amistad, actitudes básicas en la relación
del yo y el otro. De esa lírica sentimental se nutre el segundo apartado de Malabarismos donde abunda ese deseo de
transformar la realidad a través de los sentimientos. Sirve de pórtico una
hermosa cita de Julio Cortázar: “ven a dormir conmigo. no haremos el amor, él
nos hará” que se complementa con otra de Carlos Castilla del Pino que concede a
la amistad y el amor parcelas vitales complementarias. Abocados a un tiempo
convulso y a una búsqueda sin resultados evidentes del sentido vital, el
apartado difunde un epitelio reflexivo que se mantiene en casi todas las
anotaciones: “Los sentimientos conducen a las palabras. las palabras no
conducen”, “La amistad es la ciencia de los hombres libres”, “Sé la persona que
quisieras tener a tu lado”.
El pensamiento
es una obra en construcción, sus muros dejan sitio a los paisajes domésticos
que pueblan nuestros sentidos, a esos horizontes cuyos cielos cobijan las ideas
en vuelo; no son elementos abstractos y conceptuales sino pasos para entender
lo diario que pasan a limpio emociones y secuencias, recuerdos que sugieren el
regreso a otro tiempo y las estampas que se quedan a dormir en las esquinas del discurrir: “Una hija que duerme a su madre contándole historias”, “Me gusta la rima
de cicatriz con olvido”, “Hasta el tiempo pierde su tiempo”, “Hay seres que
ocupan demasiado espacio”
La última
sección hace al lenguaje protagonista, como si los aforismos agrupados
en ella buscasen en su formulación una razón de vida; lo existencial se cobija
en los estantes de la biblioteca, ese paraíso de Borges, que nunca envejece: “El aforismo viene bien a quien le cansa la lectura”,
“Leer y escribir es materialismo histórico”, “El poder narrativo de las
enciclopedias”, “Tuvo un accidente gramatical”.
Los aforísmos
tienen algo de relámpago; lo escribió en su día Ramón Eder –uno de los mejores
aforistas contemporáneos- y lo formula, con nítida precisión, Carmen Canet que
deja en sus breverías una casa encendida, un rumor, una brisa que hace más habitable la existencia.