MANIFIESTO VITAL
Cuando apenas se cumplen dos años de la publicación en 2019 del balance
Leer después de quemar, se reúne el
despliegue poético de Rafael Soler (Valencia, 1947) en la misma colección, con
el título
Vivir es un asunto personal,
como si la escritura fuera asidero permanente. El árbol del lenguaje, por su
capacidad expansiva, trasciende contradicciones y contingencias para sacar a la
luz la caligrafía intimista de un manifiesto vital. El epígrafe elegido para
este dominio panorámico procede de una de las secciones de su segunda entrega
Maneras de volver, poemario de regreso
que celebraba el amor y el deseo como vértices esenciales de la identidad.
La compilación no requiere premeditaciones justificatorias. Carece de
prólogo, notas didácticas de contexto y elementos paratextuales. Su pensamiento
discursivo integra el recorrido desde la amanecida hasta el ahora, abarcando un
segmento temporal de más de cuatro décadas de creación. El plano general
aglutina los poemarios
Los sitios
interiores (Sonata urgente),
Maneras
de volver. Las cartas que debía,
Ácido almíbar y
No eres nadie hasta que te disparan. Estas salidas han dado pie a
antologías como
La vida en un puño y
Pie de página y aportan textos a la
muestra
Leer después de quemar, donde
se ubica una amplia selección realizada por Lucía Comba. Pero se trata de
agrupar también el material del ahora; se incluye el poemario de reciente aparición
Las razones del hombre delgado, entrega
publicada en Nueva York en 2021
. El
apartado final
Otros poemas compila
el ramaje autónomo de piezas sueltas y dispersas para dibujar un árbol fuerte,
con la fronda escrita entre 1978 y 2021, alentada por premios literarios para
un solo poema, participaciones en antologías y solicitudes de colaboración en
revistas.
La poética de Rafael Soler tiene una clara raíz vanguardista y un nítido
desarraigo del convencionalismo epocal. Desde su obra auroral, mezcla en su
quehacer expresivo la afectividad sentimental, el verbo irónico, un cauce
argumental que aventura las coordenadas de la existencia y una significativa
búsqueda de imágenes que plasmen una dicción original y distinta. Desde la
requerida precisión y brevedad, el poema se habita por una individualidad que
sale al día con las convincentes argumentaciones de la palabra para alzar un
ideario estético proteico, que relega encasillamientos. Rafael Soler es un
escritor realista, hermético, surrealista, social e intimista y deja que el
lector sume su particular etiqueta sobre el
work
in progress de su obra poética.
El volumen elige la linealidad cronológica para integrar las entregas en
el orden de aparición editorial. Se percibe así que en el trayecto lírico no
hay quiebras sino una cadencia armónica, enriquecida con el empleo de varias
voces, con claro predominio del enfoque directo de la primera persona. Se cuida
con mimo la sensibilidad comunicativa para que el sujeto testimonial, en su
indagación de lo humano, se trasforma a veces en un tú apelativo que se
precipita al vacío del existir. Desde una contradictoria claridad se guardan
sombras y se especula con la realidad y sus versiones. Con fuerza admonitoria
el lenguaje muestra un territorio de frontera entre lo cotidiano y el discurrir
onírico, mientras los pasos tanteantes del discurso toman posesión de la
incertidumbre.
Libro a libro, los poemas clarifican la existencia del yo como un tránsito
que concluye en el vacío; pero en ese recorrido hay que seguir la brújula del
corazón y hacer del transitar un gesto de coherencia, un indicio del ser que
guarda la memoria.
El amor y la
convivencia se hacen coordenadas reflexivas. Desde esa percepción, siempre bajo
la lluvia del tiempo, se concreta el estar, ese golpe de dados que celebra el
cuerpo y que hace del deseo un destino tangible.
La reflexión existencial se acentúa en
Las razones del hombre delgado cuyo avance está impregnado por una
intensa penumbra crepuscular: la enfermedad, la muerte o el largo ensayo de la
despedida convierten la experiencia de vivir en una inabordable deriva. Se
acumulan las pérdidas. La percepción se esmera en rescatar signos y preservar
en la memoria “la falsa pulcritud de los escombros”, como un patrimonio más del
solitario.
Frente a cada poemario, el mosaico completo permite una mirada amplia,
un perfecto trazado en el que se pueden captar más fácilmente los motivos y
preocupaciones que se reiteran y las características formales. La suma paradójica
de vida y escritura conceden al yo poético una identidad definitiva.
Vivir es un asunto personal da cuenta de
un intenso mirar introspectivo. En él habita un tiempo de azar
que camina con paso firme, y sin posibilidad
de extravíos, hasta el laberinto gris de la ceniza. Cada vez se descubre con
más precisión la llegada a un tiempo de finitud cumplida en los distintos
ámbitos de la experiencia, que vela su subjetividad con la ironía y el rechazo
de cualquier impostura trascendente. La palabra sortea las arenas movedizas de
lo transitorio para seguir en pie, deshaciendo las lindes de la muerte.