ANTONIO RIVERO TARAVILLO: TRADUCTOR
La traducción permite que ninguna lengua sea insular y que se
multipliquen los diálogos entre geografías, autores y títulos. Es conocida la perspectiva plural de Antonio Rivero Taravillo, poeta,
narrador, ensayista, crítico, director de la revista Estación Poesía y traductor…Esta conversación explora esta última
faceta del escritor.
En la casa de tu escritura hay muchas habitaciones. ¿Alguna
quita sitio a las demás?
La que siempre tiene las llaves
es la poesía. De ella surge todo y ella entra y sale cuando quiere. Mis primeras
traducciones fueron de poesía. Luego he ido ampliando el campo y desde hace
años, casi siempre por encargo, también traduzco libros de prosa. Con la
escritura de novela he empezado hace solo tres años: es un trabajo muy
absorbente, que parece exigir todo el tiempo y atención. Con todo, cuando surge
la idea de un poema este interrumpe lo demás. Hasta publicar la biografía de
Cernuda, sentía que la labor de traductor oscurecía mis otras “habitaciones”.
Lo publicado después ha ido abriendo puertas, y hoy me siento my a gusto
tratando de mantener uan casa tan espaciosa.
En mis manos tengo el libro que me ha sugerido esta entrevista. Tu
traducción de los sonetos de W. Shakespeare. ¿Cómo nace esta edición?
Nace en la prehistoria podríamos
decir, casi antes de que naciera el propio Shakespeare, me parece. Era yo
estudiante de primero de Filología Inglesa, y me topé con un par de sonetos
suyos. Me puse a traducirlos de una forma pedestre gracias a la cual me di
cuenta de las exigencias del ritmo y de la necesidad de la condensación: no
podía hacer líneas de veintitantos versos fofos, sin nervio, para sus
pentámetros yámbicos. Puedo asegurar que aprendí a escribir verso castellano
traduciéndolo a él. Con el tiempo, y a lo largo de muchos años, fui
traduciéndolos hasta completar la serie de 154 (que no todos son sonetos, pero
bueno). Tuve la suerte de que Renacimiento se interesara por ellos. Esa es la
primera edición. Luego, con algunas modificaciones (siempre buscando
mejorarlos) salieron en la colección de bolsillo de Alianza Editorial y, junto
con el resto de la poesía del Bardo (Venus
y Adonis, La violación de Lucrecia,
etc.) posteriormente en la bella edición de la Biblioteca de Literatura
Universal bajo la dirección de Luis Alberto de Cuenca.
Mi modelo fue Manuel Mujica
Láinez, que para el tercio de los sonetos que llegó a publicar, empleó el
endecasílabo blanco. A día de hoy, me sigue pareciendo la mejor solución
métrica.
Son muchas tus versiones al castellano; ¿de cuál guardas un mejor
recuerdo?
Quizá, de los proyectos que más
tiempo me han acompañado, como el de Shakespeare, el de Yeats, o mi antología
de poesía gaélica medieval que sacó Gredos: Antiguos
poemas irlandeses.
¿Qué autor te ha parecido más complejo, más desajustado entre las dos
lenguas?
Naturalmente, los traductores que
prestan especial atención al lenguaje, sea en poesía o en prosa. Los irlandeses
que escriben en una variante del inglés no son fáciles de traducir al español:
pienso ahora en Flann O’Brien o en Jamie O’Neill.
Es un tópico vivo de la discusión literaria, una polaridad inagotable
que siempre divide a los traductores: ¿fidelidad al texto y a sus elementos
estilísticos, o empeño en preservar el
espíritu de autor?
Preservando el espíritu del autor
se defienden los elementos estilísticos y a la postre el texto. Esto es
particularmete cierto de la poesía, donde el qué no puede desvincularse del
cómo y donde la traducción más “fiel” a lo literal es la más infiel en realidad.
Respiramos un hondo cambio en los formatos literarios por la imposición
aplastante de las tecnologías. Tiempos
nuevos de blogs, revistas y libros
digitales, internet… ¿Afecta esta situación a la traducción?
Afecta en general para una más
amplia difusión de todo, pero tiene efectos no deseados como la piratería de
libros enteros o al por menor: a menudo me he encontrado una traducción mía sin
atribución, como si el autor hubiera publicado directamente en español.
También es un tiempo de continua revisón del discurso crítico de la
literatura. Aquel aserto de John Donne parece premonitorio: “Todo está en
pedazos, se ha perdido toda coherencia”. ¿Percibes como escritor esa sensación
de disgregación y agotamiento?
Varios siglos después, Yeats
escribió algo parecido en su poema “El segundo advenimiento”, donde se queja de
que “todo se desmorona; el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo”.
Son versos que me sé de memoria entre otras cosas porque los traduje para la Poesía reunida del irlandés que publicó
Pre-Textos. Hace unos años lo habría afirmado yo también. Ahora, sin embargo,
soy más consciente de que siempre se está produciendo un cambio gradual de
paradigma. Siempre se está creando literatura valiosa, lo difícil es
distinguirla en el profuso maremagnum, agudizado por el fenómeno reciente de la
eclosión creativa de quienes renuncian a ser buenos lectores de lo ajeno para
ser malos escribas de lo propio.
La traducción como labor
creadora, ¿necesita una nueva filosofía o sigue siendo un meridiano fijo en la
esfera de lo clásico?
Nunca se ha teorizado tanto sobre
la traducción como en el presente pero, como suele decirse, el movimiento se
demuestra andando. Lo importante no es la tramoya de los estudios sobre la
misma, sino la puesta en práctica de una traducción solvente, que a mí solo me
interesa (más allá de las respetables razones pecuniarias) como una
prolongación de mi propia creación.
¿Alguna nueva traducción en marcha?
Muchas. De Harold Bloom, Margaret
Drabble y James Merrill entre otros. Y quiero volver, cuando tenga una tregua,
a “mis” escritores en lengua irlandesa, que me están esperando en el pub y no
sé cómo me los voy a encontrar después de tantas pintas.