El caracol dorado
Dionisia García
Renacimiento, Sevilla, 2011
Desde que firmara su primera incursión en la poesía, Mnemosine, llevada a puerto por Rialp en 1981, Dionisia García (Fuente- Álamo, Albacete, 1929) ha prodigado un incansable quehacer literario que aglutina poesía, relatos, aforismos e incluso una autobiografía novelada.
El caracol dorado es una colección de aforismos que dibuja una sensibilidad moral; buena parte de los textos incide en la reflexión sobre las enseñanzas de lo cotidiano. Si es cierto que “abarcar el cromatismo de la vida es imposible”, el sujeto en tránsito mantiene un estado de búsqueda, ahonda en los matices, persiste en la tarea de observar las mutaciones y los pequeños gestos del entorno. De este modo de pensar y sentir surge el impulso de una escritura indagatoria que hace balance y postula enunciados aplicables a la experiencia. El libro prosigue el recorrido abierto en 1984 por Ideario de otoño, que halló continuidad, una década después, con Las voces detenidas. Debe su título a una impresión visual descrita, con prosa lírica, en la nota liminar: “…entre las hojas trepadoras, ví un caracol en movimiento. El rocío y el primer resplandor de la hora confluían en la concha del molusco, dando lugar a irisaciones que se tornaron doradas y atraparon mi curiosidad, atenta al meloso cuerpo, a su lentitud con la carga entre la yerba”.
En apariencia encontramos una doble disposición, como si los textos se aglutinaran en dos casilleros: vida y literatura, aunque existen frecuentes interferencias. El primer grupo aforístico se acoge bajo la etiqueta de “Confidencias”, un sustantivo cuya semántica confirma la disposición de las palabras para entablar con el destinatario un diálogo a media voz, con voluntad de permanencia en la memoria. Pero el intimismo se preserva y el pudor de la piel se mantiene velado; se habla de la conciencia de ser, no de los trabajos y días de un yo personal.
El segundo apartado se denomina “Artificios”; la voz parece difuminar el tono confesional y deja campo abierto a meditaciones sobre el arte en cuanto técnica, habilidad u oficio; en suma, se rastrean las virutas del taller literario para disentir del arte como regalo de los dioses y para reafirmar la consideración de la tarea del escritor como un largo camino de probaturas, errores y aciertos. La anotación sociológica o el rasgo cultural también encuentran sitio para mostrarnos la inquietud del otro.
En su discurso sobrio, el aforismo se convierte en línea medular del pensamiento; sustituye la perífrasis por la sugerencia, al hilo de aquella aseveración de E. Jünger que afirmaba que los detalles estropean las cosas. Máximas y opiniones estiman cualidades y dejan a descubierto el fluir de la vida. Huellas y pasos, esfuerzos sin fisuras que buscan la verdad y la belleza.
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