´La hora del jardín José Luis Parra Selección y prólogo de Susana Benet Editorial Renacimiento Colección Calle del Aire Sevilla, 2020 |
Aunque nacido en Madrid en 1944, José Luis Parra hizo de Valencia y su
entorno geográfico un refugio vital. Allí discurrió, instalado en Quart de
Poblet, casi su existencia completa y fue gestando la vocación de escritura,
que solo encuentra una salida tardía. Su primera publicación Más lisonjero me vi aparece en 1989 y abre un fértil sendero de
publicaciones, integrado por las entregas Un
hacha para el hielo (1994), Del otro
lado de la cumbre (1996), La pérdida
del reino (1997), Los dones
suficientes (2000), Tiempo de
renuncia (2004), De la frontera
(2009) y el libro final entregado por el escritor Inclinándome, que se publicaría en 2012, el mismo año de su
fallecimiento. Además de las estaciones mencionadas, el legado lírico dejaba
las compilaciones Caldo de piedra y Abismos; y no tardaría en editarse el
poemario La hojarasca (2016).
Con luminosos contornos, la obra dibujaba un absorbente destino de poeta nunca desvanecido. La singular personalidad del autor daba cuerpo a un emotivo diario sentimental; transcribía una sostenida disposición anímica para percibir el discurrir temporal desde la palabra, a través de un sencillo núcleo de temas capitales.
Cuando parecía agotado el espacio poético de José Luis Parra llega a las estanterías de novedades La hora del jardín, un conjunto poético rescatado por la escritora y amiga íntima del poeta Susana Benet. En el prólogo al libro, la extraordinaria poeta contextualiza el origen de los textos. Proceden de los cuadernos duplicados que José Luis Parra, precavido, dejó en casa de Susana Benet, como si así ratificara la permanencia de los poemas. A ellos se añaden algunas piezas manuscritas y mecanografiadas, conservadas entre las páginas del diario. Queda así completa una nueva entrega, dispuesta en dos secciones orgánicas.
La primera, “Diario del romántico” avanza desde un criterio cronológico y contiene piezas escritas entre 1987 y 2006. El título intensifica el sesgo autobiográfico de los poemas y su epitelio sentimental. Los textos dibujan con mano firme las derivas del yo subjetivo siempre náufrago de las aguas del tiempo: “No queda tiempo, no me queda / tiempo. Escribir es una sombra, / un silencio / de todo lo que quedará / por escribir “. Limpia, serena, sin el rostro brumoso de la erudición y del aderezo metafórico, la poesía de José Luis Parra enuncia con claridad sus magisterios y sus contradicciones dubitativas. Como en Pessoa, el ser es uno y múltiple, claridad y tiniebla, deseo y renuncia.
Como una semilla nutricia, el amor convulsiona y transfunde la identidad. Es don inesperado y recuerdo, evocación que tiembla en los sentidos con una plenitud intensa, celebratoria, lúdica. El cuerpo habla desde la alegría, enaltece el encuentro carnal, estimula el ardor de la caricia y se hace estela del encuentro, necesario y urgente.
En la disparidad argumental del apartado conviven intimismo, apuntes sensoriales, el decurso de la educación sentimental, expandido entre la decepción, el escepticismo y la esperanza, y el pensamiento ensimismado del solitario, con tanta lucidez expuesto en el poema “Buen provecho”: “Dejemos que la vida nos cocine / a fuego lento / y no nos queme. / Si somos un menú para la muerte / que encuentre nuestra mesa dispuesta y ordenada, /…”.
La sección final, que presta su epígrafe al libro, agrupa textos escritos desde 2006 a 2012, un intervalo de plena madurez crepuscular. Desde esa mirada otoñal, marcada por la conciencia de temporalidad, se escriben muchos de los poemas incluidos. Las horas dictan un presente continuo porque el futuro cada vez se presenta más como un espejismo. Llega el frío y es necesario buscar abrigo. En el reposo las palabras convierten el sereno transitar del pensamiento “en la casa sin lumbre del poema”. Desde el ser para la muerte, la poesía concede la felicidad cercana de un pequeño jardín frente al derrumbe de los sueños: “He sentido mis pies como raíces / hincándose en el suelo, excavando / con fiebre mineral, en las tinieblas. / También en primavera es más fértil la muerte”. Del contraste entre desolación y esperanza habla con fuerza renacida el tanka “Cerezos”: “Casi cegados / los ojos en la ciénaga, / tu piel caía; / pero viste aún el vuelo / en flor de los cerezos”.
Como vasos de agua fresca, los poemas agrupados, con excelente montaje argumental de Susana Benet, en La hora del jardín tienen la caligrafía transparente de lo verdadero. Esa carga justa de emoción y misterio que pone mediodía en el áspero yermo del tiempo.
Con luminosos contornos, la obra dibujaba un absorbente destino de poeta nunca desvanecido. La singular personalidad del autor daba cuerpo a un emotivo diario sentimental; transcribía una sostenida disposición anímica para percibir el discurrir temporal desde la palabra, a través de un sencillo núcleo de temas capitales.
Cuando parecía agotado el espacio poético de José Luis Parra llega a las estanterías de novedades La hora del jardín, un conjunto poético rescatado por la escritora y amiga íntima del poeta Susana Benet. En el prólogo al libro, la extraordinaria poeta contextualiza el origen de los textos. Proceden de los cuadernos duplicados que José Luis Parra, precavido, dejó en casa de Susana Benet, como si así ratificara la permanencia de los poemas. A ellos se añaden algunas piezas manuscritas y mecanografiadas, conservadas entre las páginas del diario. Queda así completa una nueva entrega, dispuesta en dos secciones orgánicas.
La primera, “Diario del romántico” avanza desde un criterio cronológico y contiene piezas escritas entre 1987 y 2006. El título intensifica el sesgo autobiográfico de los poemas y su epitelio sentimental. Los textos dibujan con mano firme las derivas del yo subjetivo siempre náufrago de las aguas del tiempo: “No queda tiempo, no me queda / tiempo. Escribir es una sombra, / un silencio / de todo lo que quedará / por escribir “. Limpia, serena, sin el rostro brumoso de la erudición y del aderezo metafórico, la poesía de José Luis Parra enuncia con claridad sus magisterios y sus contradicciones dubitativas. Como en Pessoa, el ser es uno y múltiple, claridad y tiniebla, deseo y renuncia.
Como una semilla nutricia, el amor convulsiona y transfunde la identidad. Es don inesperado y recuerdo, evocación que tiembla en los sentidos con una plenitud intensa, celebratoria, lúdica. El cuerpo habla desde la alegría, enaltece el encuentro carnal, estimula el ardor de la caricia y se hace estela del encuentro, necesario y urgente.
En la disparidad argumental del apartado conviven intimismo, apuntes sensoriales, el decurso de la educación sentimental, expandido entre la decepción, el escepticismo y la esperanza, y el pensamiento ensimismado del solitario, con tanta lucidez expuesto en el poema “Buen provecho”: “Dejemos que la vida nos cocine / a fuego lento / y no nos queme. / Si somos un menú para la muerte / que encuentre nuestra mesa dispuesta y ordenada, /…”.
La sección final, que presta su epígrafe al libro, agrupa textos escritos desde 2006 a 2012, un intervalo de plena madurez crepuscular. Desde esa mirada otoñal, marcada por la conciencia de temporalidad, se escriben muchos de los poemas incluidos. Las horas dictan un presente continuo porque el futuro cada vez se presenta más como un espejismo. Llega el frío y es necesario buscar abrigo. En el reposo las palabras convierten el sereno transitar del pensamiento “en la casa sin lumbre del poema”. Desde el ser para la muerte, la poesía concede la felicidad cercana de un pequeño jardín frente al derrumbe de los sueños: “He sentido mis pies como raíces / hincándose en el suelo, excavando / con fiebre mineral, en las tinieblas. / También en primavera es más fértil la muerte”. Del contraste entre desolación y esperanza habla con fuerza renacida el tanka “Cerezos”: “Casi cegados / los ojos en la ciénaga, / tu piel caía; / pero viste aún el vuelo / en flor de los cerezos”.
Como vasos de agua fresca, los poemas agrupados, con excelente montaje argumental de Susana Benet, en La hora del jardín tienen la caligrafía transparente de lo verdadero. Esa carga justa de emoción y misterio que pone mediodía en el áspero yermo del tiempo.
JOSÉ LUIS MORANTE
Gracias por dedicar tus acertadas palabras a este poeta y su obra. Y ojalá sea descubierto por lectores de la mejor poesía. Besos
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