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Mi padre me visita en sueños (Apuntes del diario de Ramón Fernández) Frutos Soriano Fernández Chamán ediciones Colección Chamanes en trance Albacete, 2025 |
ASUNTOS PROPIOS
Desde el formato expresivo de la anotación breve, Frutos Soriano
Fernández (Albacete, 1960) escribe Mi padre me visita en sueños. (Apuntes
del diario de Ramón Fernández). A primera vista, la narración remite de
inmediato a una autobiografía en la que tienen acogida señalados
episodios personales, que marcarán el azaroso discurrir de lo cotidiano.
El múltiple perfil literario de Frutos Soriano, en el que conviven la
poesía, el teatro, la columna y la exploración del haiku como autor, antólogo
y estudioso, moldea un protagonista cercano. El narrador tiende a la meditación,
desde la experiencia de lo vivido, con el íntimo lenguaje de la confidencia y
con el epitelio estacional de los cambiantes estados de ánimo. El viaje ficcional comienza en “Invierno”, un intervalo de gelidez solitaria en el que
resalta la ausencia de un personaje central: el padre. El tiempo de duelo está
marcado por la evocación: “Mi padre me visita en sueños. Desde que murió, hace
casi tres años, sueño a menudo con él. Casi nunca recuerdo detalles concretos,
pero siempre hay en los sueños una sensación de vínculo y amor”. Tan hermoso
despertar es en esencia el despliegue argumental de la historia. Como un faro
atemporal, la identidad paterna sirve de anclaje a vivencias, pensamientos y
actitudes; será la línea de equilibrio que conforme el discurrir de la
cronología y la puerta franca que permite el paso hacia la espesura del
pensamiento.
La brutal hendidura de la pérdida es un desastroso acontecer que marca
el antes y después en la existencia. El yo asume en su introspección meditativa
el dolor y sus zarandeos. La pulsión intacta del abismo. Pero no es la única
inquietud. También se hace fuerte la extraña culpa por una hermana gemela,
muerta en estado embrional. El desamparo sume al sujeto en una indagación
sombría del sentido existencial y del vulnerable estar en lo diario. Aunque no
naciera, el recuerdo abre un cobijo emocional que preserva y cuida el recuerdo imaginario, formulando cuestiones de imposible respuesta.
El apartado “Primavera” descubre la cadencia del haiku y la conformación
de un aquí y ahora donde germina la vida y el deseo de “andar por andar. Atento
a lo que surja. Olvidándose de uno mismo”. La nueva estación apacigua el
persistente estado de melancolía y hace que los esquejes verbales adquieran una
textura emotiva, donde todo se vuelve más transparente y real, como si cobraran
mucha más entidad los pequeños gestos, lo humilde y lo desapercibido. Son días
en fuga que renuevan brotes para inventar la aurora y para percibir en su decurso
la necesidad de una mirada espiritual y transcendente; el necesario asombro y
deslumbramiento ante los sucesos del entorno natural. Pero el tiempo nunca
declina su afán de seguir. Lleva a la sala de espera de la tarde final, al
inevitable viaje que apura el paso hacia el crepúsculo.
La voluntad no cede a una reconfortante sensación de epifanía. Desde la
esperanza y la fe nace la fuerza que reivindica el retorno a la vida sencilla,
frente al cambiante desajuste exterior. La escritura es terapéutica
compañía, donde se sedimenta el copioso anecdotario de lo cotidiano. Las
teselas narrativas se enriquecen con frecuencia con la inclusión de poemas y
haikus que atestiguan la conexión del sujeto con el entorno y con la
conversación ensimismada que proponen las cosas. Quien siente la pulsión de la
existencia se sume con frecuencia en un reparador éxtasis contemplativo que
invita a la evocación. Que llama también a buscar en el interior las razones
que justifican la vuelta de la claridad.
La cartografía del apartado
“Verano” ubica recuerdos, secuencias del aprendizaje sentimental y ese reguero
de emociones que convoca el reloj de lo vivido en su diversidad. El expansivo fluir de la conciencia
entremezcla sentimientos y el silencio activo de la contemplación. El escritor
además intercala citas que reflejan aspectos esenciales del aprendizaje
personal y del conocimiento interior. En esta tercera sección resalta también
la inclusión de abundantes haikus que sirven para llenar de precisa belleza de
la realidad ordinaria.
El tramo “Otoño” se abre con la jubilación del protagonista. Comienza
una nueva etapa vital y corresponde jalear los hábitos de siempre. La escritura
sosiega y preserva entusiasmo. El propio cuerpo también moldea su
estar. De repente se echan de menos a presencias a las que estábamos
acostumbrados y a su trasiego de apariciones y desapariciones. El pensamiento
se vuelve menos dogmático y más tolerante y, alrededor, el ámbito familiar
ratifica su condición imprescindible, su papel de refugio.
El escritor da a su libro un sentido circular y lo cierra con el retorno
del invierno. Poco a poco se impone el sentimiento navideño y el cierre de año,
como si el presente generara la sensación de vivir aquí y ahora e invitara al
yo a mostrar su compromiso de vida, con la justa energía, con la conciencia
clara de que existe un compromiso personal de aceptar los contraluces de
nuestra condición humana.
Frutos Soriano Fernández hace de la escritura de Mi padre me visita
en sueños. (Apuntes del diario de Ramón Fernández) una elegía en prosa. El sondeo
interior del protagonista del relato y su perseverante contemplación salvan del
olvido los mínimos destellos de una existencia aparentemente humilde y poco
dada a la estridencia de lo extraordinario. La trama textual y su senda de emociones
y pensamientos propician el reencuentro con instantáneas vitales cargadas de sensibilidad
y humanismo. Las palabras escuchan el latido del tiempo, ese pasado desdibujado
y neblinoso que guarda los momentos vividos. Recordar es abrir senda a lo
extraordinario, llenar los sueños con la tinta fresca de lo inmarchitable
JOSÉ LUIS MORANTE
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