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El murmullo de los otros Diario José Luis Cancho papelesmínimos / narrativa Madrid, 2025 |
MEMORIA PERSONAL
Las notas de El murmullo de los otros recuperan vivencias cotidianas. Abarcan desde finales de 2022 hasta diciembre de 2024. Un intervalo, que conecta al protagonista biográfico con el figurante verbal, para hacer de la observación un entrelazado de lecturas, recuerdos personales y miradas críticas sobre una actualidad contingente. Son incisiones que moldean el contexto histórico y personal del diario, tras el encierro colectivo de la pandemia.
Junto a los nombres de Chema Elena y Fernando Arnaiz, José Luis Cancho integra en la dedicatoria su compromiso afectivo con Sergio Gaspar (impulsor de DVD) e Imanol Bértolo (Creador de papeles mínimos ediciones), dos editores independientes referenciales que han dado visibilidad y confianza a su literatura. Y, sin preámbulos introductorios, ordena el contenido fragmentario por años para agrupar las diferentes teselas, siempre lacónicas y ligeras en su extensión.
De inmediato la muerte se convierte en uno de los temas decisivos de la escritura. Los fallecimientos de Miguel Suárez y Christian Bobin, con su carga de efectos secundarios, marcan el amanecer de esta literatura que subraya nuestra finitud; la decepción y la incertidumbre generan un presente frágil y mudable. No son las únicas ausencias. Se habla también de Tomás Salvador, Marta Agudo, Javier Marías y de compañeros, ajenos a la grada literaria, que llegaron a la última costa para ser, después, memoria y recuerdos.
Pronto abre senda, por contingencias circunstanciales, el ambiente literario más cercano. La conexión de José Luis Cancho con el grupo de Valladolid, su ciudad natal, que alentó su práctica literaria en la década del noventa: Miguel Casado, Olvido García Valdés, Miguel Suárez, Ildefonso Rodríguez, Tomás Salvador, Luis Javier Moreno… Nombres ligados al trayecto de algunas revistas literarias y a una determinada sensibilidad poética, siempre confrontada con el realismo figurativo de la poesía de la experiencia.
Pero el traslado al Pais Vasco abre nuevos afectos con narradores, poetas y aforistas del norte, como Eli Tolaretxipi, Karmelo C. Iribarren o Mikel Lasa. O con amigos de otros entornos como Eduardo Moga o Jordi Doce. Llega la soledad, se amplía el tiempo personal y la voz interior se replantea el lugar propio; con precisa cadencia se delimita la forma de estar ante lo cotidiano, con un severo proceso de renuncias y contemplaciones. La calle y la estridencia de la actualidad percibidas a través del periódico languidecen. Los cambios del estar cotidiano no pasan desapercibidos. El comportamiento se remansa al saborear el casi inadvertido asombro de lo diario. La presencia del yo va ocultando la cabeza en la propia intimidad para sentirse cada vez más ajeno al ideario que vertebró el discurrir biográfico durante tantos años. La existencia se enrosca en la contemplación. La banal actualidad se diluye; acumula sedimentos de una realidad inadvertida en la que nada permanece como si cada instante fuese solo una espera pactada de lo esencial.
El diario El murmullo de los otros se convierte en un espacio de claridad. Se hace habitable geografía donde se escucha el latido de la existencia. Lo vivido perdura, está ahí, exige permanencia y reconstrucción. También gratitud por conservar fragmentos del trayecto personal capaces de iluminar los puntos ciegos. Es la pupila abierta de un testigo que se mira a sí mismo mientras aprende a tomar distancia para preservar la arqueología de la evocación, para airear la lumbre en la calma sosegada de los afectos.
JOSÉ LUIS MORANTE
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