Singladuras Daniel Zazo Editorial Páramo Valladolid, 2021 |
TIERRA IGNOTA
Esta tercera entrega de Daniel Zazo (Ávila, 1985), tras Que ardan los fuegos, libro epifánico
editado en 2017, y La periferia del deseo,
su primera incursión en el catálogo de Editorial Páramo, busca en su
planteamiento un mapa de ruta que encuentre para los itinerarios del yo cauces
de introspección y experiencia. Así lo corrobora el collage de portada y el selecto aporte de citas nucleadas en torno
al viaje, con magisterios de intensa permanencia: Konstantino Kavafis, Anne
Carson, Jack Kerouac y Fernando Pessoa.
Si el desplazamiento reivindica en su transcurso la fuerza para cambiar
la textura completa de la identidad es necesario, antes de partir, adentrarse
en el propio pensamiento, dar voz a los prolegómenos del discurrir. Así se
titula el apartado auroral compuesto por un único poema “Travesía”, en el que
aflora la necesidad de una conciencia nómada para renunciar a la sedentaria quietud
del conformismo: “Emprender la travesía como quien, / con paso firme y con los
ojos cerrados, / se arroja huérfano y sin saber nadar, / desde un farallón
alejado de la costa / a los profundos abismos del piélago”.
El afán metaliterario se convierte de inmediato en razón argumental; así
tiende sus versos el apartado “Periplo” que sale al día con una poética; en ella se constata la incertidumbre del perímetro
escritural, esa necesaria actitud de búsqueda que sondea la superficie y nunca
toca fondo. Con un claro propósito enunciativo, los poemas van planteando un
clima lector donde el fluir aloja los matices: la percepción en la ventana del
campo abierto, las provisiones necesarias para nutrir la senda, la compañía y
la caricia, o el sustrato cultural que rescata los pasos de la tradición, como
dejan constancia los versos de “Odiseo” recuperando el demorado regreso de
Ulises al lecho de Penélope. Daniel Zazo es un lector que asume la profunda
metafísica del libro y recupera numerosos personajes imaginarios para que sus
regresos constaten incisiones meditativas. Al manso despliegue versal llegan
los pasos de Lemuel Gulliver, Bastian, Santhi Andía o Lord Jim, cómplices pasajeros de la
página escrita que enlazan imaginación y realidad como geografías trasversales.
Otro tejido fuerte del poema es
el erotismo como canto y celebración y la mirada a la historia como página
abierta a la interpretación ética, o el propio papel activo del yo zarandeado
por un tiempo extraño, que erosiona la piel cálida de las utopías. En el poema
“Mi generación” se guardan las cicatrices abiertas de lo contingente; la caída
de las torres gemelas, la educación sentimental o esos hitos de la memoria como
el movimiento social del 15-M que definen un lapso temporal, tan igual y
distinto a los que le precedieron.
Al hilo de Cernuda, Daniel Zazo argumenta
que la única patria es el cuerpo; desde esta idea se escribe el homenaje a la
coherencia ideológica y personal del progenitor del poema “Apátrida”, un
rechazo a la establecida intemperie de las salvas de cuartel y una reinvención
de la ternura que hace de los sentimientos el más tácito premio en la quimera
gris de lo real. Si los afectos son incansables estímulos del viaje, como lo
son la música y el diáfano cristal del entorno, en el cuaderno de bitácora
quedan los lugares del poema, sendas que buscaron su ubicación precisa en la
memoria. Queda también la semántica fuerte del peregrinaje como intacto símbolo
de la existencia: “Vivir es sorprender al murciélago en pleno vuelo / y
apoderarse del pálpito del albatros / ante la inminente llegada del huracán. /
Es volver a los diecisiete en una noche de cencellada, / desvelar lo invisible
en los vértices del cuerpo / y encontrar en el absurdo la lógica de todos los
sentidos”.
Como estación final del poemario Daniel Zazo deja dos enclaves verbales,
el esqueje de “Legado”, solo formado por dos versos que parecen reivindicar la
desnudez como único patrimonio del viaje; y la sección “Coda”, subtitulada “La
jaula invisible”, que clausura el poemario con los trazos de este tiempo de
clausura y pandemia, una realidad colectiva que ha quebrado el vuelo libre y
que ha cambiado las rutinas diarias, siempre necesitadas del asombro y lo
inesperado. Ya casi es costumbre la sombra y el silencio, esa singladura sin
pasos que deja en nuestras manos la ceniza.
Singladuras se construye con
un claro sentido unitario, a partir de los significados connotativos del
desplazamiento. Viajar, más que una aleatoria suma de pasos, es adentrarse en
los itinerarios del pensamiento; es interiorizar los estímulos y sensaciones
que depara el caminar para percibir, con la mansa caricia del regreso, que
espera a los que vuelven el final del túnel, el súbito destello del comienzo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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