Responsabilidad generacional Corporativa Fernando Camacho Sonámbulos Ediciones Granada, 2021 |
TIEMPOS BINARIOS
Desde los andamios poéticos de una ópera prima hay que controlar el
vértigo de de la originalidad a cualquier precio y el sedentario conformismo de
asumir la ruta gregaria. Lo recuerda en su hermosa nota de contraportada Rocío
Acebal Doval, la ganadora en 2020 del Premio de Poesía Hiperión, con Hijos de la bonanza, al presentar la amanecida de Fernando Camacho
(Sevilla, 2021), autor de Responsabilidad
Generacional Corporativa.
La solemnidad del aserto, extraído de un concepto sociológico sobre economía sostenible, convoca de inmediato en una primera
lectura a la ironía. Pero también al deseo de no convertir la entrega en un
dietario sentimental que resuelve en sus contenidos semánticos los
interrogantes abiertos en el ahora social, un tiempo binario marcado por el
desconcierto de la pandemia y el entrelazado poderoso de la sociedad global.
Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas primero, y ahora de Estudios
Ingleses e Historia del Arte, Fernando Camacho ha publicado algunos poemas en
la revista Maremágnum. En aquellas
composiciones evidenciaba que personaje lírico y sujeto biográfico comparten el
mismo andén de cercanías. El discurrir del verso se entiende como una conversación
intimista, una reflexión sobre las aguas revueltas de la realidad cotidiana. En
la escritura habita la voluntad de ser, la mirada en el espejo para encontrar
las coordenadas que definen al yo aplicado en percibir las grietas del
desasosegante techo de la actualidad. La composición de apertura “Mis años
treinta” ensaya un meditado autorretrato que hace balance, al consumir tres
décadas de rutinas y hábitos. Los versos deambulan por esas sendas que muestran
un entrelazado de asuntos personales y preocupaciones colectivas; en suma un
sujeto histórico, con músculos y huesos orteguianos, marcados por las
circunstancias. Fernando Camacho plantea otro retrato personal complementario
en la composición “Quiero que lo sepan por mí”. Esta vez afloran las zonas de
sombra del huésped interior desde un inventario de carencias. En el
propósito final habita la esperanza de comenzar de nuevo y hacer del sereno
nihilismo de la experiencia una amanecida.
Entre los referentes culturales que
maneja el poeta está la sensibilidad de Gustavo Adolfo Bécquer, estación
obligatoria para construir una poesía en el que sentimientos y emociones actúan
como vértices del poema; y están otros clásicos como Ted Hudges, a quien dedica
una doble versión que alude a los recorridos biográficos más conocidos del
poeta. Los poemas también se aproximan, aunque sea de forma tangencial, a otros
nombres propios como Luis Cernuda, Pablo Neruda o Gonzalo Gragera. Así mismo, es
un buen estante de miradas culturales la Historia del Arte, que acerca al
lector hilos sueltos de una pinacoteca abierta a los sentidos, como Caravaggio o
Guercino. En el apartado de apertura se
integra el poema homónimo “Responsabilidad Generacional Corporativa” que se
presenta como una dilucidación sobre el
compromiso cívico al focalizar el contexto y su rendimiento incondicional para
ser, sin más, el yo ensimismado que no se presta a llevar en público ningún
estandarte. Esta aparente atonía al percibir la vida al paso encuentra su
contrapunto en “La banalidad del mal (larga vida a Doña Hannah) una
composición reflexiva sobre la condición
del ser y su incansable epitelio de sombras. En ese estar del sujeto hay
también un reflejo que vislumbra la proximidad de la muerte y el viaje con
fecha de caducidad del trayecto vital que,
antes o después, nos convierte en inevitables protagonistas de un mal guión.
La breve sección final “Vacaciones en el mar” conforma un devenir hecho
de estratos sensoriales y fragmentarios en los que el mar es una presencia
fuerte por su plenitud y su belleza. Así se constata en poemas como “Imagínate
un ser…” o en el más localista “Asturias”, casi una crónica de la memoria que
enlaza el recuerdo y la plástica visible del paisaje. En otras
composiciones del apartado el estar busca espacios tangibles que alzan
emociones y sentimientos de la arquitectura afectiva.
En su epifanía, la voz poética de Fernando Camacho se siente cómoda en
el lenguaje figurativo. Prodiga un afán
de comunicación y diálogo que comparte incertidumbres y observaciones, la estela de finitud que abren los sentimientos.
Con voz tranquila, coloquial y directa, construye un relato personal que abraza
sentido crítico y un optimismo preventivo, capaz de superar la interinidad de
cualquier certeza. Vivir es eso, entenderse a uno mismo y buscar sitio en el
poema al ánimo feliz de un domingo de fútbol.
JOSÉ LUIS MORANTE
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