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miércoles, 20 de septiembre de 2017

JESÚS APARICIO GONZÁLEZ. ARQUEOLOGÍA DE UN MILAGRO

Arqueología de un milagro
Jesús Aparicio González
Ruleta Rusa Ediciones, 2017

SALIR AL DÍA


   Hay una notable parte de nuestra geografía versal que ha optado por entender el poema como un gesto dialogal; las palabras proponen salir al día; una conversación en voz baja en la que se descubre el tejido interior de un yo concreto. Habla la voz de un protagonista asentado en una circunstancia histórica que comparte, desde la verdad habitable del poema, su sensibilidad. A esa apuesta por el lenguaje comunicativo pertenece Jesús Aparicio González (Brihuega, Guadalajara, 1961). El castellano-manchego ha recorrido un largo recorrido escritural con más de una decena de poemarios publicados. Tan abrumadora dedicación permite establecer en los sondeos críticos algunas coordenadas de situación: entiende la poesía con la cadencia de un cauce natural; una búsqueda continua de la experiencia personal trascendida a través de impresiones y recuerdos, sensaciones y sentimientos que nunca enmascara. En sus versos se ve reflejado un protagonista verbal cercano y con rasgos comunes a las preocupaciones de una presencia sensible.
   Quien nos habla siente necesidad de enaltecer cada instante, como si el solo hecho de existir pusiera en contacto con el don generoso del entorno. Así pues Arqueología de un milagro arranca como un cántico celebratorio, una exaltación hímnica que abre la mano a la plenitud de la belleza cobijada bajo el azul diario.
  Si en algún tiempo, se hace más palpable esa plenitud, como si no existiesen distancias entre ilusiones y sueños, es en la infancia; aquellos años preservados en la lejanía de los calendarios aparecen como el tiempo áureo por excelencia. El niño duerme y apenas siente el rumor del mundo en su descanso; sabe que mañana al despertar la luz llenará sus manos y sus sentidos. Así se siente todavía el poeta al rememorar su pretérito; no es un tiempo gastado sino el reloj hospitalario que alojó sus días infantiles. Y por él la mañana espera, para ser, para buscar distancias y caminos donde llegar un día. El hombre que será ya está en el primer paso, va marcando una huella y comienza a escribir.
   A veces el poeta se percibe a sí mismo, como un yo desdoblado que busca descanso tras el intenso quehacer de la escritura en medio del paisaje; la naturaleza aparece entonces como nueva caligrafía frente a los sentidos que hace olvidar las tareas pendientes para mostrar el canto de los pájaros, o la escritura entrañable de los paisajes conocidos. Entonces la palabra se repliega por un instante, como leve cosecha que mañana retornará de nuevo.
  Las sensaciones que se aposentan en el sujeto no desconocen la condición transitoria del yo, el callado circular de los ciclos estacionales o el material perecedero que forma la epidermis de las cosas; pero existir es también dejar señales, ir marcando el desgaste de ilusiones y sueños que vuelven a germinar como una telaraña entre las rosas, como un pétalo que renueva su luz entre los verdes.
 La poesía de Jesús Aparicio González, como la de Eloy Sánchez Rosillo, el gran poeta contemporáneo de la celebración, expresa en el conciso hábitat de las palabras la plenitud diaria de la experiencia vital. Sobria y coloquial, con un lenguaje hecho de voces cercanas y expresivas, nos muestra la existencia cotidiana de un sujeto agradecido, que sabe discernir  en la belleza el consuelo mejor de nuestro caminar en el tiempo. El lúcido extravío de vivir se marca ante el cristal transparente de la conciencia con la callada música de de lo perdurable. En ella oímos  la hermosura del mundo, la grata arqueología de un milagro.
    



viernes, 29 de agosto de 2014

JESÚS APARICIO GONZÁLEZ. EL EMPEÑO DE SÍSIFO

La paciencia de Sísifo
Jesús Aparicio González
Libros del Aire, Madrid, 2014

EL EMPEÑO DE SISIFO
 
    Dos años después de la entrega doble, La papelera de Pessoa / La luz sobre el almendro, Libros del Aire publica La paciencia de Sísifo, nueva salida del poeta Jesús Aparicio González (Brihuega, Guadalajara, 1961), quien ya cuenta con una decena de estaciones.
   Tan amplio recorrido poético se define por una mirada que encarna una dicción coloquial, con el aire fresco de una conversación de sobremesa, que elude los laberintos conceptuales y que nace casi siempre cercana y despojada. El yo que habita en los poemas nos habla del cotidiano sueño del existir, está presente en el hilo de epifanías que va esparciendo viajes y regresos, un cúmulo de instantes que el acontecer transforma, inexorable, en un liviano montón de ceniza. Meditativo y temporal, el poema hace suyo el axioma machadiano de ser palabra en el tiempo.
 El volumen se estructura en dos apartados. Ambos tramos escriturales, “Hojas del calendario” y “la paciencia de Sísifo” aportan un considerable número de composiciones, aunque tengan la brevedad del haiku o de un tanka, ya que el poemario está formado por ciento treinta y tres textos, lo que permite leer la entrega como si fuese una antología plural y representativa del autor. El verso libre elige siempre la brevedad y un formato sostenido en un soporte anecdótico que deja la impresión de cuaderno vivencial, de estancia en una casa sosegada cuyos rincones se abren de par en par ante el lector. La hoja en blanco se va poblando con la minúscula caligrafía de una andadura emotiva. La amanecida especula con la posibilidad de dejar sitio al sueño cumplido; despliega una luz auroral, nos pone entre las manos la punta renomazada de un lápiz infantil que dibuja las cosas con la pureza de un trazo sin sombras; así se va forjando la travesía de cada yo sin que todavía oprima el pecho la sensación de acabamiento y ceniza.También la segunda parte comparte la palabra elegíaca y el estar conforme. Un viento amigo siembra indicios ante los sentidos para que se pronuncie la voz que define esa relación entre el ser y el entorno, ese remozado verdor de una tierra acogedora y hospitalaria que se llena de matices en cada ciclo estacional. Como las aves, el sujeto levanta su mirada para que sobre la mesa de cada día se comparta el fruto de su canto. De ese modo la palabra se torna luminosa cadencia de aceptación, prolonga lo vivido, sondea en la permanencia de lo transitorio con la paciente voluntad de Sísifo.
  Elegía y celebración, la lírica de Jesús Aparicio González muestra el fulgor que destila lo minúsculo. Lo cotidiano renueva en cada esquina ángulos que enriquecen humildes apariencias.. El ser se complementa con lo externo porque la realidad es un espacio abierto que da sentido a la identidad individual, un escenario dispuesto para que las acciones de Sísifo, siempre metáfora de la incomprensión de su destino, de voluntad incesante y quemada en un esfuerzo inútil, encuentre su verdadero papel en la cuesta arriba de cada travesía vivencial.