Los naufragios del desierto Zingonia Zingone Vaso Roto ediciones, 2013 |
Los naufragios del desierto
El trato habitual del traductor con espacios
lingüísticos específicos afianza enlaces en su trabajo creativo con tradiciones
foráneas y le concede matices individuales. Esta es la primera reflexión que
suscita la lectura de Los naufragios del
desierto, quinto poemario de Zingonia Zingone (Londres, 1971), poeta,
narradora y traductora del poeta marathi Hemant Divate y del italiano Daniele Mencarelli.
Sirve de entrada al poemario un breve
liminar del escritor nicaraguense Sergio Ramírez, quien define esta colección
poemática como una saga lírica que aglutina el deambular de tres protagonistas,
Khalil, Soraya y Bâsim, que en el existir perdieron una corona, un amor, un
camino y dejan en sus palabras el afán de su búsqueda.
Cada identidad está inmersa en su propia tarea.
En la primera parte, “El oráculo de la rosa”, que arranca con una cita de Omar
Khayyam, asistimos a la larga peregrinación del príncipe Khalil. Perdido en la
noche, busca refugio en la memoria, recupera otro tiempo en el que era posible
la belleza. La rosa se convierte en símbolo permanente de esa belleza; sin ella
el poder no tiene sentido, tampoco el existir que se convierte en una simple
columna de humo, en el desasosiego de una inacabable peregrinación por el
desierto, espacio abierto que acoge la soledad y el abandono del nómada.
El segundo apartado “Las campanas de la
memoria” deja bajo los focos un nuevo perfil, Soraya: “Soraya tiene ojos de
carbón. / Su cuerpo fino lleva el peso / de una infancia / manoseada / por el
destino “. La mujer proviene de un tiempo de sombra; su carne se hace memoria
de un dolor intenso y vivo, velado por la complicidad. De ese paso por la
sombra también está hecho el presente, en el que está viva e inalterable la
angustia de la culpa.
Quien deambula en los poemas de “Río
escondido”, último tramo del poemario es Bâsim; aporta la sensibilidad del niño
que posa sus sentidos en los meandros del ahora y comienza a sentir los desajustes
del tiempo a su alrededor; está su madre y el hueco ausente de su padre y está
en ciernes una conciencia pensante: “El
niño cae y se levanta; regresa a tierra. / Lanza otra vez el hueso del
dátil / e intuye que la vida se vive a saltos; / pequeño acróbata de los
abismos”.
Los protagonistas de este poemario, aunque
desde etapas vitales diferentes, comparten el mismo estado de soledad e
incertidumbre. Bucean en el manantial del tiempo sin encontrar respuestas,
haciendo del encuentro con el otro un hilo frágil que sirva para no perderse en
su continuo tránsito. Daisy
Zamora comenta algunos referentes culturales del poemario, percibe elementos de
la tradición cultural árabe y judeocristiana. Yo añadiría que el aire narrativo
de los poemas se aproxima también a la oralidad del cuento, a esos minirrelatos
que se escuchan tras las voces del tiempo, cuyo didactismo recuerda que la vida
es un continuo aprendizaje, un naufragio que busca con urgencia un litoral
hospitalario.
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