El francotirador paciente Arturo Pérez-Reverte Alfaguara, Madrid, 2013 |
GRAFITEROS
La novela El francotirador
paciente dibuja épica en ese gesto juvenil, de supuesta disidencia y
rebeldía, de sembrar las ciudades de grafitis, una expresión pictórica que conlleva,
al mismo tiempo, vandalismo gamberro y tarea artística en un equilibrio
imposible, generador de sentimientos contradictorios y continua sangría de
recursos económicos municipales, por más que algunas inteligencias comprensivas
vean en la escritura de grafitis una posición moral de acción y compromiso.
Pleno asentimiento:
Arturo Pérez-Reverte es el principal referente de la novela histórica en
nuestro país, tras crear el personaje del capitán Alatriste, ya convertido en
arquetipo; además es miembro de la Real Academia de la Lengua y autor
consagrado de más de una veintena de ficciones que goza de la mirada valorativa
del mercado y que tiene una envidiable difusión en lejanos ámbitos lingüísticos.
En El francotirador paciente la acción se sitúa en la última década
del siglo XX. Una historia plenamente contemporánea que define maneras
periféricas de vida en una sociedad individualista y marginal, que busca en el
uso de los aerosoles adrenalina y clandestinidad. Entre los que llenan la noche
de pintadas en muros, cierres y vagones, el autor dibuja a su identidad
central, un misterioso francotirador capaz de convertir la pintura fresca del
spray en una propuesta artística sobre una tapia semiderruida. Ese grafitero se
llama Sniper. Sobre él y su trabajo Alejandra Varela, experta en arte que dedicó la tesis doctoral al vuelo imaginativo y el vigor comunicativo del grafiti,
recibe el encargo de elaborar un amplio catálogo que saque a la luz la obra
dispersa de Sniper. Son pinturas inencontrables, sobre la superficie de muros
azarosos, que pueden alcanzar, tras la realización de un catálogo y la
consiguiente campaña publicitaria, una alta cotización entre aristocráticos
galeristas, capaces de montar una retrospectiva en los mejores museos contemporáneos. La investigación de Alejandra
Varela nos guía por un submundo que
camina entre el delito y una filosofía vital hecha de encuentros con una
realidad a trasmano de la brega diaria. Los practicantes parecen una secta que
sigue las consignas de un líder y valora su innata rebeldía frente al
sistema y su negación de poner un precio a sus trabajos, siempre en la diana
complaciente de los mercados. Son impulsores de un arte ilegal que se mueve en
itinerarios ajenos a los valores establecidos por el sedentarismo burgués. Como es habitual en el
novelista y académico, Arturo Pérez Reverte profundiza al máximo en el contexto
narrativo para alzar una trama convincente que, en muchos momentos, respira el
aire de una novela negra, de ese sombrío discurrir del callejón. En él, un
grafitero deja su tag junto a un cajero automático, o dibuja las chapas
coloristas de un tren de cercanías. En el andén, lleno de esos ceños fruncidos
que regresan a lo laborable, un rumor formula la eterna cuestión: “vándalos o
artistas al margen ”. Vándalos, claro.
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