Habitar el silencio |
CASA
VACÍA
En
esta casa ya no vive nadie, aunque están todos los moradores que ocuparon las habitaciones. Escucho su fisiología desperdigada en pasos, susurros, toses y gemidos. De cuando en cuando callan, como si se hubiesen mudado por unas horas
a otro lugar. Pero siempre regresan. Esta noche olvidaron cerrar la puerta de entrada y apagar las luces. Algo me despertó. No supe qué decir; soy un morador de la extrañeza ocupando el silencio de una casa vacía. Ellos me reconfortan y justifican mi
presencia: “alguien debe soñarlos”.
(Del libro Cuentos mínimos)
Sé que los moradores de antes nunca se marchan.
ResponderEliminarCómo podríamos olvidar su presencia sintiendo olores, voces y aliento.
Gracias, por describir tan bella, una certidumbre que hace tiempo anida en mi piel.
Un abrazo, Maestro.
Lo que fuimos perdura, querida María, porque es la raíz de nuestra identidad, la mano firme que concede al pasado unos hilos de aliento. Un abrazo y gracias por estar; sin ti estos puentes no llevarían al lugar seguro de los afectos.
EliminarQuizás vivan los recuerdos...
ResponderEliminarUn abrazo.
El tiempo es una sucesión de laberintos que se superponen, querido Rafael. En los pasillos de las casas vacías hay sitios para todos. Un fuerte abrazo y felices vacaciones, que ya queda poquito para cerrar el aula.
EliminarLas casas nunca se quedan totalmente vacías
ResponderEliminarClaro que no, Tracy, las casas son organismos vivos, latentes, necesitados de espacio y tiempo para compartir. Un fuerte abrazo.
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