El hilo del invierno Raquel Vázquez Hiperión, Poesía Premio "Nueva Valencia" Madrid, 2016 |
HILOS EN BLANCO Y NEGRO
El año literario llega a puerto y
una de las características más relevantes de su trascurso ha sido la
proliferación de antologías para dar voz coral a la primera generación del
siglo XXI. Casi todas han mostrado un paisaje plural. Sin embargo, las selecciones son parciales y han dejado fuera de
página a itinerarios singulares que antes o después se afianzan como travesías
renovadoras. Así sucede con el corpus lírico de Raquel Vázquez (Lugo, 1990),
Licenciada en Filología Hispánica por la universidad de Santiago de Compostela
y autora de Por el envés del tiempo, Pinacoteca de los sueños rotos, Luna turbia, Lied de lluvia para una piel ausente, Si el neón no basta y la entrega que ahora comentamos, El hilo del invierno, un nutrido
equipaje en un lapso temporal que apenas sobrepasa el lustro.
En su última entrega, la poeta se acoge a un paratexto
enjundioso: Cortázar, Bekett, Faulner, que no clarifica demasiado las sombras tutelares, así que corresponde ir desgranando El hilo del invierno, sortear
referentes culturales y hallar las líneas cromáticas de su visión estética. El
poema de apertura, “Sapere aude” postula una situación de desamparo y soledad
en la que la voz poemática está frente a sí misma; busca sentido a ese
recorrido por lo transitorio que postula incertidumbre: “Saber que cada roce /
de piel, cada palabra es un milagro / insuficiente, azaroso, ya efímero. / Y lo
es del mismo modo que nosotros: /esa película, la eternidad. / Y su fundido en
negro. / Existe vida – y no / apenas simulacro - / solo en los ojos que no
niegan a la muerte”. Existir es caminar sin tregua hacia la última costa y solo
aceptando esa premisa alcanza el tiempo su encaje mudable.
Pero la voz del sujeto nunca se formula a espaldas de un trayecto
colectivo, recoge pasos que comparten senda y contingencia, que van apurando
los signos de identidad de una época en crisis, donde se han ido asentando
en los diccionarios de la angustia sustantivos de complejo significado. De esa llamada social se nutren poemas como “Recortes” con un cierre magnífico:
“Recortarán la luz / y diremos que nunca había amanecido.”; o “Sufijos
telefónicos” que muestra la cronología sucesiva de la barbarie en Guernica,
Nagasaki, Sarajevo, Basora o Alepo, esos topónimos escritos con sangre que
tallaron el mármol de la muerte y que imponen su evidencia en la conciencia de
todos. Son sitios malditos, inútiles andenes de un cauce paradójico, en el que que sigue manando el mismo
miedo y la sombra tenaz del silencio y la noche. Cada lugar es un punto de
inflexión y de impotencia en el que se van apagando luces y esperanzas. Con ese
mapa de carreteras desplegado en tantos sitios dispersos, es difícil aspirar a
que crezcan semillas de esperanza y buscar todavía sueños que aspiren a cumplir
su amanecida. El bagaje del apartado inicial está marcado por las coordenadas
del dolor.
En el paisaje interior de “Hilván de cielos”, apartado central del
libro, el sentimiento amoroso constituye un andén de llegada; la ausencia del
otro vuelve amarga la luz, clausura el estar diáfano del mediodía y deja entre
los dedos la sensación desapacible de un tacto de nieve. De ese estar en el
desamparo nace un abismo que va creciendo dentro como un páramo en el que las
palabras reinician titubeos con perseverancia: “Pero no es nada fácil saber qué
permanece, / nombrar lo fugitivo. / Cuando mi mano está / irremediablemente
acostumbrada / a la siempre presente caricia de tu ausencia“.
Unos versos de Roberto Juarroz clarifican el título de la sección de
cierre, “Hilván de saltos”: “Hay que dar un salto. Pero todo salto vuelve a
apoyarse. / Habría que ser un salto”. Es una manera de dejar sitio a la
voluntad que va dejando una caligrafía esperanzada en las palabras. La
evidencia está ahí, con su piel de óxido, como están los muros que cortan los
sueños de los sin papeles que buscan sitio en las ciudades del progreso, como
están en la imaginación del náufrago las costas acogedoras de una isla cercana:
“Al menos si el sonido es luz que se levanta, / quedará alguna voz donde
permanecer, / hacer de cada sueño / tinta: palabra a la que aferrarse. / Antes
de ese final / que ya mismo comienza. / Que poco a poco traza el hilo del
invierno”.
Sin duda, la percepción crítica sobre los trazos que deja la poesía joven necesita
distancia cronológica. Su proceso creador debe abordarse con elementos
objetivos que confirmen las vibraciones iniciales y el hecho natural del
crecimiento. Y así lo refrenda El hilo
del invierno por su sentido orgánico, por el acierto en elegir residuos y connotaciones sombrías de nuestro
tiempo y por la intensidad y consistencia que emiten sus símbolos e imágenes. Por
tanto, no especulo cuando digo que Raquel Vázquez es uno de los nombres de
confianza del espacio poético actual, una de sus realidades más logradas.
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