Chocar con algo Erika Martínez Pre-Textos, Colección la Cruz del Sur Valencia, 2017 |
CHOCAR CON ALGO
Entre
la publicación de El falso techo,
segundo poemario de Erika Martínez, y su nueva entrega Chocar con algo han transcurrido cuatro años, un paréntesis
temporal que habla de sosiego, maceración y búsqueda. Son aspectos poco frecuentados
por los protagonistas de la poesía joven que suele buscar una construcción
urgente del perfil creador.
Chocar con algo abre una bifurcación, a mi entender, en la trayectoria de Erika Martínez, hacia una voz más reflexiva y fragmentaria. El
poema aborda un trayecto donde suman pasos los viajes interiores del yo, pero
toma distancia, como si quien mira fuese un narrador capaz de objetivar su
percepción y señalara los relieves expuestos, las marcas de una presencia
ajena.
Quien toma la palabra es un explorador de la intimidad, pero su estar se
implica en el acontecer. Necesita mostrar las asperezas, el vacío o el fluir sin brújula de
la conciencia. Sus enunciados acumulan situaciones e hilos existenciales
que van sedimentando en la memoria.
Desaparece el trazo cartesiano del poema; ese orden saludable de
planteamiento, nudo y desenlace que suele mostrar el verso narrativo. El yo
confesional se convierte en las composiciones de Chocar con algo en un relato lírico, expuesto en párrafos autónomos
que a veces tienen la contundencia del aforismo: “cortarte las uñas te modifica
existencialmente". Las palabras adquieren así una respiración contenida, capaz
de bucear bajo las aguas de cualquier asunto. Repleto de originalidad e ironía
está esa mirada a la Real Academia y a su magra población femenina. Frente a la
estridencia de la queja, Erika Martínez opta por dar voz al fantasma de Carmen
Conde y descree de ese rigor solemne e
institucional que contamina méritos y menudea favores de secta. También insiste
en romper los estereotipos tradicionales de la feminidad con humorismo irónico
en “El guardapelo de las poetisas”. Las
tachaduras del tiempo han convertido en ceniza y naderías los equívocos del
romanticismo sobre la mujer y su frágil voz de poetisa en prácticas. El aporte
de tantas poetas ha sufrido siempre un exceso de cal y sedimentos que obtura
las tuberías de la historia. El tiempo histórico y su ideología patriarcal ha
transformado la categoría biológica de ser mujer en una noción ideológica.
Es necesario recalcar algunos textos de derivaciones metaliterarias. Con
el formato de poéticas dosificadas que esquivan la declaración programática o
el rígido manifiesto intencional, los versos enfocan con plena luz el diálogo
del lenguaje con su propio sentido. Lo vemos en “Pruebas circulares” en
cuyo cierre escribe: “Si insistes muchas veces en un solo movimiento se produce
un exceso que rompe el círculo o genera un aura de polvo: aquello que rebasa
concierne a la lírica”.
Chocar con algo es un
poemario contundente. Golpea con sus manotazos. Por su lenguaje incisivo que
toma estrategias narrativas del aforismo para hacer más permeables las
fronteras entre emoción y pensamiento, y por su singular tentativa de dar más
libertad a la escritura para que aborde elementos aparentemente desconectados
entre sí. Ahí están las propuestas visuales disueltas en el azaroso
discurrir del tedio urbano, pero también el
aleatorio trazado de la biografía sentimental entre los afectos familiares, el
amor y el eros, la mirada del sujeto ensimismado en el recuerdo, o la luz
escorada de las obligaciones laborales que siempre ponen hilo a la inquietud o el desconcierto.
Recuerdo una cerilla de Lenguaraz: “El norte está en constante
movimiento”; es una premisa válida también para la poesía: “escribir concierne
al tránsito / enfermedad, paseo, duermevela.” El verso es movimiento
continuo entre la plenitud y el vacío. La voz poética de Erika Martínez sigue
senda por la lucidez y un hondo intimismo; se interna firme por las aceras de lo necesario.
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