Sol y soledades Ida Gramcko Selección y prólogo de María Antonieta Flores Kalathos Ediciones Madrid, 2017 ITINERARIOS |
El cierre del itinerario biográfico de Ida Gramcko el 2 de mayo de 1994,
tras un largo internamiento hospitalario que anunciaba el derrumbe cuando
todavía no había cumplido los setenta años, sumía al devenir histórico de la
poesía venezolana en una severa orfandad. Su ausencia asentaba en la conciencia
del lector las coordenadas creadoras de un legado aglutinador, hecho con
facetas como la poesía, el relato, la crónica en prensa, la
dramaturgia y el ensayo. Pero el lugar principal que Ida Gramcko ocupa en el
ámbito literario latinoamericano tiene su plaza principal en la obra poética.
Una muestra de su amplia producción se recoge en la antología Sol y soledades, con selección y prólogo
de María Antonieta Flores.
El prólogo descubre un avance significativo de las circunstancias
personales de la escritora: la vocación temprana, su formación filosófica –tan
perceptible en el enfoque de los poemas- y su dependencia afectiva del
periodista José B. Benavides, compañero
de viaje hasta su muerte en 1985. La
actitud de Ida Gramcko personifica la asunción de un destino literario; concibe
el camino vital enhebrado al poema, como un designio impuesto a la urgencia de
ser; no puede entenderse de otro modo el recuerdo que fecha el primer poema a
los tres años. Y que prosigue en el tiempo dando vida a los principales libros
de la autora que obtuvieron numerosos reconocimientos, algunos tan destacados
como el Premio Nacional de Literatura, en 1977,
por su obra completa. El análisis e interpretación de esta escritura a
cargo de María Antonieta Flores traza una senda central con este aserto: “Toda
obra responde a un destino y una
alquimia”; es un enunciado que adquiere la fuerza de un aforismo. Supone que la
energía creadora emana de la propia identidad como principio genesíaco y se
transforma en una resonancia profunda que pone cauce a la sensibilidad.
Frente al rupturismo vanguardista, siempre sometido a una fecha de
caducidad temporalista de otras propuestas literarias, Ida Gramcko prefiere
caminar sobre huellas asentadas. Como otros compañeros de la generación del 42
–aunque ella optó por la singularidad
y el discurrir en solitario- recupera una estela tradicional hispanista que
enlaza sobre todo con la mística y las sombras tutelares del Barroco.
El meditado acercamiento crítico de María Antonieta Flores no reduce el
papel activo de cada lector al sondear el sedimento expresivo de esta obra que tiene su punto inicial en las
composiciones de Umbral (1942), un
cántico tejido a partir de la emoción que guarda afinidades estéticas
con los libros siguientes, Cámara de
cristal y Contra el desnudo corazón
del cielo. pertenecientes a un mismo ciclo escritural, las
composiciones de esta etapa dan voz a un discurso verbal intimista y reflexivo,
con escuetas referencias culturales. Pero toda obra literaria es una senda
cognitiva que va yuxtaponiendo espacios reflexivos; en las composiciones de Poemas (1952) la escritora nos deja una ontología de la percepción. Supone una transición entre el espacio
subjetivo del yo y la presencia fuerte de lo exterior: “Metáfora increíble: /
el silencio / a través de la cual tanto nos dicen / los objetos. / Ninguna cosa
es un cerrado límite / todo puede ser nuestro, / descubrirse, / revelar su
secreto”. La crítica ha resaltado con frecuencia esa dimensión filosófica que busca en la semántica una forma de responder a las continuas
formulaciones de la incertidumbre. Pero esta indagación en el poema nunca es
abstracta, mantiene siempre una lucidez precisa y un evidente desarrollo
formal. En las composiciones de Ida el verbo mantiene un pulido formal que
ensaya la rima y que hace de la métrica versal un elemento más de identidad
literaria. El poema es orden, espacio limitado, construcción, simetría.
La lírica de Poemas muestra una alta coherencia en su arquitectura, recuerda un universo
cerrado que contiene una alta plasticidad sonora, abierta a la
sugerencia. De ella recupero esta poética inadvertida: “Recuérdate palabra, /
como eres, como estás, pulcra y redonda, / no el agua más el agua y tras el agua
/ y con el agua sin más pie ni alfombra”.
El verso luminoso de Poemas
impulsa a buscar en los siguientes libros otros recursos expresivos como el
fragmento en prosa, empleado en Poemas de
una psicótica; o el poema dramático La
hoguera se hizo luz. El poema en prosa permite verbalizar intuiciones y
retornar a un espacio interior donde duerme una potencia oscura que requiere un
autoanálisis iluminativo. La expresión del dolor psíquico expande la conciencia
hacia una superación trascendente; las palabras dan voz a un misticismo que
enlaza con la vía iluminativa de la mística, o la poesía catártica de W.
Blake. En esta dimensión poética de las tormentas del espíritu se abren
pasadizos entre el mundo visible de la enfermedad y entidades etéreas y oníricas
como el diablo o el ángel, en cuya configuración parece próximo el magisterio
de R. M. Rilke, el autor de Elegías de Duino.
Los prosemas convierten la realidad en pulpa incolora; impregnada de
angustia la propia sensibilidad femenina adquiere una condición nebulosa. El yo
asomado al espejo es un rostro de bruma.
Con el poema homónimo de la antología Sol y soledades retorna la voz más clásica y tradicional. Una
composición garcilasista recrea el canto celebratorio de la luz solar y sus
cuajadas cualidades. La limpia claridad concede al ser un azul impoluto y una
presencia pura y protectora que aleja de las sombras. Ese sol esplendente es
también símbolo del fulgor amoroso que mana desde el interior para prodigarse
como lumbre soñadora.
Elemento central de la poesía del Siglo de Oro, el poema dramático ha
tenido escasa fortuna entre las sucesivas promociones del siglo xx. Es un rasgo
más que define el quehacer solitario de Ida Gramcko, quien en La hoguera se hizo luz abre la voz a un
coro lírico en torno a Juana de Arco. La heroína de Orleans se dibuja como
personaje central, cuya individualidad se engrandece por su rechazo a cualquier aspiración
terrenal. Su sentido espiritual de la existencia siembra piedad ante el vencido
y hace de la fe una razón de vida. El poema revela un excelente dominio formal
y supone la recuperación de una voz múltiple, frente al subjetivismo que hace
del monólogo fuente central del discurso.
Desde Sol y soledades (1966)
hasta el último paso, Treno (1993) la
poeta prosigue itinerario con incansable afán; quiere que florezca la poesía
como un árbol luminoso capaz de transfigurar lo humano.
Sirve de coda a esta antología, con nota conclusiva de María Antonieta
Flores, algunos fragmentos, integrados en el volumen de ensayo El jinete de la brisa, que recogen
enunciados básicos del ideario. El epílogo instaura a la poesía en lo inefable,
un destino asumido que construye otra realidad de palabras que instaura nuevas
relaciones entre seres y cosas. El poema es construcción y refugio.
En este universo lírico la tradición se convierte en un sistema de
correspondencias. Despliega en sus entregas itinerarios canónicos como el
legado renacentista y barroco, y hace del afán de perfección de los modelos
neoclásicos un espejo de belleza formal; pero también reaviva el modernismo y
su carácter simbólico en convivencia con la tradición órfica. De este modo, su
ideario estético constituye un vínculo con el pasado, que apenas exulta la
novedad y la sorpresa, más allá de las nuevas combinaciones que adquiere la
geometría del poema. En su búsqueda constante, Ida Gramcko nos recuerda que
cada voz es un comienzo, un centro de gravedad que desaloja lo perecedero.
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