Plegarias a un dios indiferente María Victoria ReyzábalEdiciones Vitruvio Madrid, 2017 |
DERECHO DE RÉPLICA
El
caudal expresivo de Mª Victoria Reyzábal (Madrid, 1944) muestra un escaparate
diverso. Desde el comienzo, su actividad creadora yuxtapone parcelas indagatorias
como el análisis crítico, la narrativa y la poesía, esta última compilada en el
volumen Reflejos sobre la corriente (Ediciones
Arco Libros, 2014). La escritora comenta este panorama completo como una
compilación significativa que muestra en su conjunto una amplia gama de tonos,
desde la circunspección filosófica de Ser
en paradojas hasta el ludismo coloquial y el tono directo de composiciones
recogidas en Ficciones y leyendas, un
itinerario remansado de bifurcaciones que ha permitido ensayar estrategias
textuales como el poema dialogado y registros léxicos que traspasan el campo
semántico de una etiqueta gregaria para singularizar una voluntad poética
individual.
La
autora prosigue su andadura en el tiempo con el poemario Plegarias a un dios indiferente, cuyo título parece encuadrar el
conjunto en la lírica existencial y meditativa. El pensamiento filosófico
individual interioriza casi de amanecida que la senda vital es transitoria y
que sus síntomas habituales expresan finitud y conciencia temporal de la
erosión; de ahí ese inexorable tono crepuscular que adquieren las palabras. El
sustrato cognitivo certifica que muchas ilusiones e ideales son espejismos y la razón se empeña a diario en cuestionar certezas. Las plegarias son
puentes hacia el otro, confianza en una voluntad más alta que nos posicione en
la esperanza. Pero la realidad es objetiva y palpable y no tarda en descubrir
lo baldío de tantas aspiraciones y la necesidad de ser protagonista de un
destino transcendido.
La
voz del sujeto verbal descubre sus anhelos como parte esencial de una identidad
que tiene voluntad de ser, incluso en los menores gestos de lo cotidiano buscar
la inexistencia de ese dios prestigiado por la historia y por la religión es
formular un largo monólogo, hecho de fragmentos autónomos en los que se van
marcando los pasos en el tiempo; creer es una búsqueda, el empeño en transitar
un camino de sombras que solo deja entre las manos soledad y silencio.
Esa larga queja de la decepción no cambia
el tono de voz, ni siquiera cuando recrimina al dios indiferente su sordera;
quien habla sabe que la existencia es protagonizar algún destino trágico que
marca sus pasos en la incertidumbre. El silencio anula la esperanza y deja en
la conciencia un rastro de inseguridad y extrañeza. El dolor se asienta en la
percepción del entorno; la realidad adquiere un contorno sombrío. Pero la
conciencia no duda en encararse con ese dios autista que muestra la intemperie.
Los poemas de “Extrañezas” no eluden la
dureza al formular un grito tenaz de quien abandona la fe personal y critica la
hojarasca de una religión transformada en ritos y liturgias. La línea argumentativa de Plegarias a un dios indiferente muestra
la racionalidad enfática de quien pide un derecho de réplica en el laberinto de
las convicciones. Sus poemas exploran el espacio interior de la desolación;
formulan rezos ante un dios ensimismado que hace del silencio una respuesta. La
poesía es el último recurso, la humilde estrategia de un buscador agnóstico que
sabe lo difícil que resulta no creer.
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