Melismínimas 100 Aforismos flamencos Florencio Luque Prólogo de Manuel Ángel Vázquez Medel Apeadero de Aforistas / Cypress Sevilla, 2022 |
ACORDES
CON VOZ
En Florencio Luque (Marchena, 1955) el flamenco, como la pintura, también es una pasión y a ella consagra el libro Melismínimas que aborda esta veta artística desde el conciso decir del aforismo. El prólogo de Manuel Ángel Vázquez Medel “La esencia del flamenco, la esencia de la palabra” recorre el itinerario creador que se bifurca entre la poesía y el aforismo al abordar la intimidad del hablante verbal y la voluntad unificadora de una obra en marcha. El prologuista avisa de que “cada aforismo de Florencio Luque es una invitación a la reflexión, pero también a la emoción. Un milagro que se opera desde el sabio manejo de las metáforas, las paradojas, los juegos de palabras que apuntan constantemente hacia lo atávico, hacia la raíz del grito, hacia esa percusión sobre la nada que somos…”
Melismínimas es una entrega organizada en cinco secciones, con cita de apertura en cada apartado. En el de amanecida, “Boca” es José Ángel Valente quien aporta esa paradoja que convierte a la ceniza en núcleo germinal de la semilla. La mirada aforística estudia en su retina los sustratos del canto. El lenguaje se hace introspección: “Se canta para encontrarse y no reconocerse”; “Quien canta se adentra en su silencio”, “Si sabes oír ahondas en tu abismo”. En esta veintena de aforismos los argumentos transforman el canto en materiales de acarreo que entrelazan sintaxis coloquial con resonancias literarias, términos cultos y pensamientos filosóficos, buscando intensidad comunicativa.
El avance del libro integra dibujos del autor como coda de cada sección, que, como se ha dicho, emplea un sustantivo como clave de agrupamiento y una cita que alude a la sensibilidad mayoritaria de los textos. El apartado “Manos” elige este aforismo de definición de Andrés Neuman: “Uña. Límite entre el tacto y la avaricia”. Sorprende en esta sección la notable carga poética de las ideas; muchos aforismos parecen versos o tienen un innegable epitelio lírico: “Un arrullo de agua brota del trémolo”, “Acorde: tela de araña sonora”, “En el tacto de lo invisible florece el duende”.
Jordi Doce refrenda el apartado central “Pies”, que enlaza sin quiebros aparentes con la línea expuesta y que se nutre del baile como eje orbital de las teselas: “En el pulso del metrónomo los pies por un laberinto”, “El ritmo existe, el compás se inventa”, “Quien baila el silencio oye su vacío”.
Como expresión de una sensibilidad múltiple, el público es el testigo elegido para compartir y el receptor final del trabajo creador. En el apartado “Público” encontramos las variantes de ese desplazamiento entre sujeto activo y contemplación: “Tocaba de oído”, ignoraba que era sordo”, “Si enmudeces, es bueno”, “Sobriedad flamenca: menos virtuosismo y más indigencia”, “El flamenco es confesión y desgarro, no alarde de pregonero”.
El flamenco entona una queja honda y colectiva, el canto nace desde dentro, es oscuro y profundo porque forma parte del fluir de la conciencia. El arte da voz a los oprimidos; y establece una conciencia social vigilante se implica en lo cotidiano. El conjunto de cierre “Crítica”, nacido bajo el oportuno paraguas visual de Andrés Rábago “El Roto” se acerca a la consideración colectiva del cantaor: “El flamenco es un género popular bastante impopular”, “La radicalidad de la experiencia flamenca abomina de cualquier retórica”, “Todo sentido polisémico es limitado, pero el cante lo hace infinito”, “De lo que no se puede hablar se gime”.
El lenguaje aforístico de Florencio Luque apuesta por el único sentido; el flamenco se convierte en material meditativo, con la intención de reivindicar una parte de la identidad colectiva. En ella se cobijan emociones y técnica, pero también una filosofía existencial que sondea la propia intimidad con ternura incisiva. Al cabo, “el flamenco es tan desmedido como la vida”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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