sábado, 12 de agosto de 2023

UNA CONVERSACIÓN CON MANUEL RICO

Manuel Rico (Madrid, 1952)
Archivo personal del autor

 

UNA CONVERSACIÓN CON MANUEL RICO

 

Manuel Rico (Madrid, 1952) estudió periodismo y su quehacer laboral se ha desarrollado en Madrid, colaborando en medios como El País, El Independiente o Nueva Tribuna, entre otros. Acaba de ser reelegido presidente de la ACE y prosigue quehacer literario con renovado impulso. Dirige desde 1998 la colección de poesía de Bartleby Editores. Su relevante discurso creativo le concede un lugar central en el mapa literario actual.

 En su corpus hay una fértil confluencia de géneros. Ninguna estrategia expresiva monopoliza o solapa a las demás. ¿Cómo logra tan sosegada convivencia?

 Ha sido un proceso espontáneo, no premeditado. Como casi todos los escritores, comencé, a principio de los ochenta, escribiendo poesía. La narrativa surgió años después como necesidad. Debía dar una dimensión más amplia y distinta a algunas de las obsesiones que asomaban en los poemas, sobre todo a la memoria. El ensayo y la crítica, tanto uno como otro género, han sido consecuencia de una necesidad complementaria: explicarme el proceso creativo, entender sus resortes últimos. A veces, la mejor forma de acercarse a ello es la crítica, la disección de lo que escriben otros. Como espejos extraños. Digamos que todos esos géneros, con un colofón como los diarios, conviven civilizadamente sobre mi mesa de trabajo. La literatura como casa con diversas habitaciones: un hermano de sangre, o de letra, en cada una de ellas. Esa sería la metáfora.

 Su primera entrega poética Poco importa romper con las alondras amanece en 1980; seguiría su senda un buen puñado de títulos escalonados en el tiempo. ¿Siempre la poesía como fuerza motriz?

Una afirmación de Vázquez Montalbán sintetiza lo que dices: la poesía como “proteína” del lenguaje. Creo que es la más depurada y esencial zona de mi vocación literaria. Siempre está ahí. Cada poema es algo parecido a una semilla que queda en el libro, fijada en el tiempo, y que, a veces, incluso muchos años después, da lugar a nuevos desarrollos en la narrativa. La poesía es la compañía permanente, la amiga más íntima. Una libreta, un teléfono móvil, cualquier papel permiten volcar instantes, sensaciones, pulsiones radicalmente personales en cualquier situación… En efecto, la poesía es fuerza motriz. Y la que impregna da altura literaria, de “temblor”, al resto de los géneros. Tiene algo de mágico e inexplicable. Casi diría que en aquel primer libro que has citado, un poemario de tanteo, estaban los vectores de la que sería toda mi poesía posteriormente. La raíz. El origen.

 En los géneros que cultiva –novela, autobiografía, ensayo breve, prosa miscelánea…- hay un nítido sustrato personal. ¿La memoria es columna básica en su taller literario?

 Sí. No concibo la literatura sin un medio que sea, para entendernos, algo así como un cóctel de memoria íntima y memoria colectiva. Es algo que me obsesiona. Creo que empecé a escribir poesía porque de adolescente tomé conciencia de la mortalidad de los seres que me rodeaban (mi padre, mi madre, el mundo de la infancia), algo que contrastaba con los seres que vivían en los libros, que parecían hechos de eternidad… Entendí que la literatura era la mejor medicina. Escribí en mi novela Los días de Eisenhower (2003) algo así como que “la memoria es la ciudad en la que nunca nos sentimos forasteros”. 

 Se escribe para entender lo que sucede fuera y para conocer los espacios interiores del sujeto. Sin embargo, no acaba de irse esa sensación de que habitamos en un tiempo extraño…

 Habitamos en un tiempo que se nos escapa de las manos. En nuestra mente conviven emociones, recuerdos, experiencias gozosas y miedos… El pasado y el presente se hablan. Visitar un barrio en el que vivimos es comprobar las heridas que en tu memoria ha hecho el paso del tiempo. Todo cuanto nos emociona contiene un sustrato de pasado, nos alerta de lo fugitivo de la vida. Esa es mi gran extrañeza: la felicidad huidiza, la sombra de la muerte, la vida y sus límites. Hoy echo una mirada a mi tiempo y veo que los maestros a los que tocamos y con los que soñamos como discípulos (de Claudio Rodríguez a Félix Grande, Pepe Hierro o Paco Brines, Diego Jesús Jiménez, Paca Aguirre, Carmen Martín Gaite…) ya no están, que nos han dejado varados en el tiempo en que descubríamos la poesía, en que gozamos de tertulias, de encuentros y viajes, el tiempo de los descubrimientos y los asombros. Estamos, en parte, varados en ese tiempo, pero algo huérfanos, y tenemos que construir nuestro tiempo sin ellos… En fin, un tiempo extraño. Al que se añade un mundo digital que no deja de sorprendernos y desconcertarnos. Soy de una generación analógica.

En las nuevas generaciones prevalece una clara tendencia al ensimismamiento autorreferencial. ¿Es posible transcender ese yo abstraído en lo particular e integrar la existencia en el pulso de lo colectivo?

Hay dos estratos en esas nuevas generaciones a las que aludes. Uno, el que componen autores sin tradición literaria, que han hecho de lo digital, sobre todo de lo visual, de las redes sociales, de YouTube e Instagram un instrumento básico y que ofrecen algo a lo que llaman poesía pero que yo llamaría, con las adjetivaciones del poeta Rodríguez Gaona, versificación “pop tardo-adolescente”. Es un fenómeno nuevo que convive con lo que yo considero esencial: la poesía que valora los misterios del lenguaje, que conoce la tradición remota y próxima, que se adentra en el yo, pero que no elude la realidad que vivimos, que escribe poesía con mayúsculas. Una parte de esos poetas, nacidos después de 1990, están en tu antología Re-Generación. Todavía no tenemos perspectiva, pero creo que el ecosistema de la nueva poesía es la diversidad de enfoques y tendencias. Se han roto las pulsiones hegemónicas: Constantino Molina, Berta García Faed, Luna Miguel, Ángela Segovia,  Aitor Francos… Hay poetas muy valiosos. Son los que quedarán. No podría decir lo mismo del “fenómeno youtuber”.  

Toda escritura personal funciona como portavoz de un ideario estético. ¿Nos deja un breve apunte del suyo?

A una antología aparecida hace un par de años le di un título que dice mucho sobre mi concepción del poema, Tiempo salvado del tiempo. Creo que el poema es una fragmento de tiempo salvado de la muerte, de la desaparición gracias a un lenguaje especial, que tiene sus códigos y sus secretos, el lenguaje poético. Trabajo mucho los poemas, mis libros nacen tras un largo proceso, de varios años casi siempre, Si algo define mi ideario estético (lo he escrito más de una vez) es una combinación de lenguaje revelador, memoria y conciencia crítica frente a la realidad. El poema como espacio de complicidad entre lector y poeta, como vía de descubrimiento de zonas ocultas de la conciencia, de emociones dormidas… .    

El escritor revive y reactualiza una tradición; rescata afinidades y compañeros de viaje. Qué voces predilectas escucha su obra?

Hay dos poetas que están en el origen de mi vocación poética: Juan Ramón y Antonio Machado. Recuerdo, en mi adolescencia, noches en vela leyendo la Segunda Antología del primero y la Poesía completa del segundo. Después vinieron el García Lorca surrealista, Vicente Aleixandre, Blas de Otero, Ángela Figuera… Algunos poetas hoy olvidados: Vivanco, Labordeta, Prado Nogueira, a los que aconsejo releer.  Y por supuesto el 50, con Claudio Rodríguez, Ángel González, dos hoy casi desconocidos como Cabañero y Sahagún. Y, por supuesto, el Eliot de La tierra baldía y, en la última década, algunos poetas anglosajones que han combinado el fervor por el canto a la intimidad y a lo cotidiano con una mirada hacia lo colectivo: de Sharon Olds a Jane Kenyon o Donald Hall, Mary Jo Bang, Anne Carson… Es esta poesía la que me interesa. Cada vez estoy más distante del alambicamiento lingüístico, más cerca de lo sencillo y a la vez complejo.

 En su producción, la narrativa copa un amplio espacio. Ahí están El lento adiós de los tranvías (1992), Una mirada oblicua (1995), La mujer muerta (2000), Los días de Eisenhower (2002), Trenes en la niebla (2005) y Verano (2008). Una cosecha excelente que atestigua su querencia natural por las posibilidades del realismo más que por el cuestionamiento experimental. ¿la ficción también es un testimonio epocal?

 En cierto modo, sí. Creo que los mismos principios que te he contado en relación con mi ideario estético en poesía, podría trasladarlo, con algunos ajustes, a la narrativa. Creo en la densidad narrativa, en la novela (y el cuento) como instrumento de salvación frente al paso del tiempo, como medio de indagación en nuestros fantasmas, en nuestra memoria y en nuestras emociones. Siempre con una condición sine quanon: el lenguaje, su calidad, su sustrato de respiración poética.

¿Más novelas en pie en su fondo de armario?

 Llevo varios años con una novela. Con su redacción al “ralentí” debido a multitud de razones, la más destacada, mi labor en ACE desde que asumí la presidencia. Quiero que sea un acercamiento al corazón de la transición, de los desconocidos que estuvieron antes, durante y después de ese proceso histórico. A la intrahistoria de tantas vidas. A sus miedos, a sus emociones, a asuntos olvidados pero que todavía alientan, como una rara herencia, en el inconsciente de nuestros hijos y nietos. Espero superar el ralentí y lograr un ritmo regular en su escritura.  

 La Transición como periodo esencial de nuestra historia se ha convertido en un referente generacional. Su continuo cuestionamiento y sus reinvenciones, invitan a la reivindicación. ¿Cómo vivió aquel tiempo?

 Si te digo que no fui consciente de que lo vivía, no lo vas a creer. Desde 1973 ó 1974 hasta bien avanzada la década de los noventa, mi dedicación fundamental, junto con la de Esperanza, mi mujer, y otros amigos y amigas del barrio o del trabajo (fui bancario), fue contribuir a abrir paso a la democracia. En la asociación de vecinos, en CC.OO., en el partido (ya sabes, el PCE era “el partido), en mis clases nocturnas en la universidad. La literatura era algo secundario. Fue un proceso durísimo aunque se quiera pintar hoy como un “apaño”. Con mucha tensión, con grandes huelgas, con intentos de involución, con asesinatos de ETA y de la extrema derecha, con miedo… Hoy sería inimaginable que nuestra democracia se mantuviera con casi cien asesinatos al año (96 en 1986, por ejemplo), con secuestros, con actuaciones violentas de los restos del franquismo y de la policía que venía del franquismo… Lograr una Constitución como la que tenemos, con más de 40 años de vida, fue una conquista, sobre todo, del pueblo. Los pactos entre partidos, incluso con el nuevo rey, fueron consecuencia de la gran movilización popular… Fue convertir en ley lo que era una realidad en la calle. No conviene frivolizar. Había que estar allí y vivir todo aquello para saber que cada paso que se avanzaba era una auténtica conquista frente al franquismo residual…   

No querría terminar esta conversación sin agradecer su implicación en a mejora continua del perfil humanista y social del escritor. ¿Qué nuevos retos esperan a la ACE?

 Creo que el reto fundamental es completar el Estatuto del Artista, consolidar la compatibilidad pensiones-derechos de autor, poner en marcha el acuerdo ACE-CEGAL a favor de la transparencia en el proceso de venta de los libros para sus autores y regular con claridad y con contundencia los derechos de autor en la nueva realidad digital. Y lograr una legislación, europea y española, que establezca claros límites a la llamada IA con respeto y compensación económica a los autores y autoras de los materiales de base que utilizan respetando la propiedad intelectual y sus normas.


JOSÉ LUIS MORANTE

Agosto de 2023


                  

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