Cabos sueltos Benito Romero Ediciones Camelot Aforismos y Microrrelatos Villaviciosa, Asturias, 2023 |
GENTE DE LA CALLE
Cada escritor elige su particular cadencia expresiva, la propia interpretación literaria de una realidad expandida en la que trata de expresar recorridos mentales y sentimientos. Benito Romero (Santa Cruz de Tenerife, 1983), Licenciado en Filosofía, Máster en Formación del Profesorado y profesor de instituto, mantiene una permanencia constante en las aceras del aforismo. A su lacónico misterio ha dedicado las entregas Horizontes circulares (2018) –Premio AdA de la Asociación Cultural Apeadero de Aforistas-, Desajustes (2020) –Premio de Aforismos La Isla de Siltolá en su segunda convocatoria-, y Una galaxia imperfecta (2022). Al cálido balance se suman las meritorias participaciones en proyectos colectivos como Diccionario Lacónico del recordado filósofo Miguel Catalán, Espigas en la era, diáfana antología de aforistas contemporáneos, impulsada por Elías Moro y Carmen Canet, que realza el intervalo de plenitud gozosa del decir breve y en Me acuerdo, un cuaderno colectivo coordinado por Karina Beltrán.
La voluntad lacónica del escritor canario precipita una nueva amanecida, Cabos sueltos, un abrazo de complicidad entre el aforismo y el microrrelato que debe su título a un aforismo de Ricardo de la Fuente: “Es tan corta la vida que no alcanza para atar cabos”. Benito Romero organiza la producción del libro en dos partes de similares características formales, cada una de las cuales contiene tres secciones. Sin que existan quiebros ni rupturas en la temperatura general de la entrega.
La sensibilidad narrativa concede al autor el perfil meritorio del testigo. Mirar fuera desde la omnisciencia es una invitación al asombro en la que se entrelazan percepciones, sentidos y pensamientos. Así se teje una red de situaciones que puntualizan momentos vitales y análisis de los laberintos del entorno rompiendo la estructura habitual de la frase breve mediante destellos dialogales. Cada periplo existencial consume tramos de apariencia diferenciada. La infancia, por ejemplo, es luz y claridad, confianza plena en la posibilidad que hace del lenguaje plenitud comunicativa, un territorio de paradojas y contrastes, una inagotable veta de humor e ironía en la que se contraponen los roles infantiles y la supuesta madurez adulta. En el apartado inicial “Metamorfosis” encajan estas secuencias que difunden el cromatismo del ahora con la espontaneidad de lo intuido. En la adolescencia, en cambio, se trata de mantenerse en pie sobre una tabla de equilibrio inestable.
El mosaico convivencial del aula se convierte en asunto reincidente; es descrito repleto de hilarantes teselas verbales, como si la experiencia docente convirtiera el contacto con los alumnos en un manantial de ocurrencias. Son momentos únicos, deducciones gustosas, asonancias estridentes que percuten en la existencia desde enfoques heterodoxos. El profesor abandona el púlpito y el tono didáctico de la jerarquía para convertirse en un interlocutor cercano, dispuesto a compartir filosofía doméstica y terapia pensativa, siempre con una ironía entusiasta que transforma el surrealismo en abrazo.
El veinteañero como etapa difusa que apenas participa del formato convencional de la madurez se aloja en “Tránsito”. Los mínimos esbozos argumentales apuntan al tratado sociológico sin pretensiones, sugieren planos mentales aleatorios sobre la convivencia, el sexo, las relaciones personales o los variopintos intereses que mueven los comportamientos sociales. En los distintos periodos vitales conviven el estruendo presencial del entorno y la senda hacia dentro, como se percibe en los fragmentos de “Ocaso”. El tiempo va depositando su epitelio de escepticismo y su grisura crepuscular; muda la visión subjetiva.
En la segunda parte predomina un laconismo extremo. La reflexión existencial se asienta sobre el sustrato básico de una nimiedad aparente. Benito Romero enlaza entre sí las tres secciones con títulos complementarios: “Nimiedades mínimas”, “Nimiedades medianas” y “Nimiedades máximas” que se esfuerzan en alejarse de lo pretencioso para observar desde la distancia justa y percibir la voz directa del lenguaje. Las dudas permanecen en vigilia, dispuestas a preguntar de inmediato qué haces ahí, sentado y tan serio. El tránsito temporal acumula banalidades, pone a descubierto que la estela confidencial no es más que un cúmulo de obviedades y lugares comunes que dicen lo que dicen sin decir casi nada.
La voz del aforismo admite muchas modulaciones. La brevedad encierra un cúmulo de enfoques. Benito Romero presenta en Cabos sueltos una geografía escritural donde se hibridan el apunte sociológico, el ludismo verbal del chiste y las instantáneas argumentales que fijan el momento. Quien escribe dibuja situaciones, muestra reflejos de una realidad contradictoria repleta de rostros anónimos que comparten el mismo espejo. Gente contradictoria que explora las dimensiones de lo real y las dimensiones especulares de las redes sociales. Una monotonía que vuelve sobre los mismos temas como si fueran las casillas de un jugador de ajedrez. Pero en ese estar contradictorio y repetido siempre hay hendiduras gozosas, respuestas a la condición de ser, lugares que nos muestran el forcejeo con la realidad para salir indemnes a diario. Siempre un disfrute la levedad en vilo de Benito Romero.
JOSÉ LUIS MORANTE
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