Las cuatro estaciones (Haikus para jóvenes lectores) Atilano Sevillano Ilustraciones de Sonsoles Yáñez Editorial Gunis Sevilla, 2023 |
MINIATURAS VERBALES
Con una presentación ejemplar, que incluye notables características formales
en el gramaje del papel y en la reproducción de las ilustraciones realizadas
por Sonsoles Ñáñez, Las cuatro estaciones,
de Atilano Sevillano, doctor en Filología Hispánica y Licenciado en Teoría de
la Literatura y Literatura Comparada, profesor de talleres literarios, poeta y
aforista, realiza un didáctico sondeo sobre la concepción orgánica del haiku y
su decurso histórico, aparentemente dirigida a jóvenes lectores pero de
gratísima lectura para cualquier adulto. Al cabo, el pequeño poema es una casa habitable,
hecha de luz y mediodía.
El
prólogo personifica la voz profesoral de Atilano Sevillano; sigue el sendero
del discurrir clásico del haiku y sus contingencias históricas. Recuerda que el amanecer de
esta composición minimalista está ligado al tanka, un poema corto tradicional
japonés de cinco versos que siguen el esquema versal 5/7/5/7/7/; el tanka fue
muy cultivado entre los siglos VII y XII y su evolución permitiría a los poetas
Moritake y Sokan, entre otros, practicar la supresión de los dos versos finales para crear una nueva
estrofa que alcanzaría su máximo esplendor en el siglo XVII con Matsuo Basho.
El quehacer semántico del haiku está ligado a la percepción filosófica
de un mundo cambiante y al compromiso sensorial con la naturaleza como espacio
sagrado; define el entorno ideal para observar la fragilidad de una existencia efímera,
ligada a la reiteración de ciclos temporales. En los vértices temáticos del texto
conciso conviven todos los elementos naturales de la tierra, el aire y el agua, lo que da pie a una miscelánea
argumental en la que suele quedar velado el yo poético. En el haiku, el hablante verbal es solo un
testigo del aquí y ahora, del destello de un instante que pasa y se queda
prendido en la frágil telaraña de la memoria.
Esta
reflexión permite un contacto fuerte entre el sujeto lírico y la presencia
ineludible del panorama ambiental y sus mínimos esplendores. En esta manera de percibir
hay una actitud colectiva de mirar el mundo ligada a la religión tradicional y las enseñanzas del sintoísmo, taoísmo y budismo.
Los tres versos apuntan una amanecida; hilvanan, con lucidez y afecto,
el cálido papel de observador sorprendido, que somete a los materiales
cosechados entre un incansable proceso de decantación; una cualidad que refleja
el aware o la emoción intensa que,
con su laconismo directo, trasmite el latido del asombro. Por tanto, en su economía,
el haiku expande la vibración sensorial del instante desde una dicción cercana y exenta de
figuras retóricas, pero vivaz y emotiva.
Atilano Sevillano recuerda también que
muchos poetas de haikus acompañaban la escritura lacónica con dibujos que
seguían trazos sencillos e intuitivos. Y esa es la razón de la excelente
colaboración de Sonsoles Yáñez, que ha realizado ilustraciones de una
sorprendente fuerza expresiva. Los dibujos hilvanan sensaciones, destellos
emotivos y tanteos de la retina en libertad. Desde esa diversidad de enfoques
nacen las miniaturas con luz del poeta. Veamos algunos haikus de cada estación:
Primavera: “La lagartija / toma baños de
sol / entre las rocas”, “Cuando escampa /
concierto al aire libre / las ranas croan”, “Gotas de lluvia / En el jardín los
rastros / de caracoles”. La primavera se hace así renacida y esplendor; también
“El verano” deja su estela de cosecha cumplida, mientras suenan en la claridad
desplegada de lo diario grillos, chicharras y todo tipo de insectos, habitando
la hierba seca que anuncia el tiempo de siega: “Noche de agosto / Zumbido de
chicharras. / Cómo dormir”; pero los ciclos estacionales son perecederos y
mudan la apariencia de la naturaleza que dibuja destellos caducos y asimetrías
cotidianas. “Otoño” trae la claridad dormida de noviembre y la soledad de quien
escribe y mira cómo amarillean las hojas y se desprenden de las ramas del
árbol: “Arrecia el viento. / Cómo crujen las ramas / del viejo árbol”, “Por las
aceras / las hojas ya marchitas / vienen y van”, “Tras la chopera / llega el
rumor del río: / canto de otoño”. El laconismo del haiku también tiene voz para
los efectos del invierno: “Atardecer, / cae la densa nieve / y un lobo aúlla”,
“la noche larga, / las farolas de la plaza / entre la niebla”, “Dejan sus pasos
/ entre la blanca nieve / huellas visibles”.
La
reflexión final sugiere enseñar los rudimentos básicos del haiku a modo de
taller. Las nociones de métrica que organizan la mínima brevedad de los textos recuerdan las normas académicas del cómputo silábico y subrayan que para la ortodoxia de la
estrofa es fundamental el kigo o
palabra estacional y el aware que equivale a esa turbulencia poética, capaz de
captar la esencia del instante.
En la formación estética de niños y jóvenes están presentes por pleno
derecho dos nombres propios que han volcado su amor al haiku en los pupitres
escolares: los poetas y profesores Manuel Lara Cantizani y Ricardo Virtanen. A
ellos se suma Atinalo Sevillano con un libro muy hermoso que acerca los valores
esenciales de la estrofa japonesa. Una lectura muy recomendable para fomentar
el cálido despegue de esta estrategia expresiva y su permeable identidad en la prisa sonora del reloj.
JOSÉ LUIS MORANTE
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