Hilo de lluvia Ricardo Virtanen prólogo de Luis Alberto de Cuenca Editorial La Garúa Colección Haiku Barcelona, 2024 |
INTERIORES DEL HAIKU
Siempre es causa de asombro el vitalismo
creativo de Ricardo Virtanen (Madrid, 1964). Es poeta, profesor universitario,
músico, narrador, aforista y un referente fundamental de la cultura de Rivas,
localidad en la que vive con su familia desde hace veinte años. En su
trayectoria creadora como poeta ha dedicado a la estrategia expresiva del haiku
un sostenido tiempo de cultivo, escribiendo los libros Notas a pie de página (2005), La
sed provocadora (2006), Sol de
hogueras (2010), Nieve sobre nieve (2017)
y Llama de luna (2021). Una cosecha
tan reseñable ha convertido a su autor en una presencia esencial en conocidas
antologías del género como Un viejo
estanque (2013). También ha impulsado la práctica de la estrofa entre sus
alumnos de ESO preparando las ediciones Una
flor amarilla (2022) y Bajo el cerezo
en flor (2023).
Tan sólido trayecto ha definido una estética de trazo clásico, que apuesta por los matices frente a la ruptura y la gratuidad experimental. Así lo atestigua también en un prólogo de cálido sustrato emotivo el poeta Luis Alberto de Cuenca: “Virtanen se atiene la mayoría de las veces a la más pura ortodoxia del haiku japonés, que ha de versar sobre un tema relacionado de uno u otro modo con la naturaleza, el paso de las estaciones y la observación del mundo circundante, sin permitirse en ningún momento (o casi en ningún momento, si queremos ser exactos), la efusión sentimental.”
En efecto, en los cien haikus de Ricardo Virtanen, escalonados en tres apartados, es básico el registro sensorial; ese papel de quien integra los elementos del entorno, desde la continua vigilia de la percepción, en el preciso molde de las diecisiete sílabas.
La sección inicial, “Inquietudes”, por su denominación, parece ubicar sus textos en un registro interior; pero de inmediato constatamos que los ciclos naturales asoman a cada instante: la lluvia, el rumor renacido de los pétalos en flor, la finitud de la belleza: “el crisantemo / se dobla en la maceta / como una ráfaga”, la fuerza sensitiva del entorno que desasosiega y abraza al mismo tiempo en el naufragio de los días, mientras una brisa conmociona, casi inadvertida, la quietud, como esa mano anónima que pasa las páginas del libro de la vida y su continuo despojamiento: “Llega septiembre. / Al borde del camino, / sólo unos cardos”. Casi todos los textos de este primer tramo dejan una sensación crepuscular, como si la vida atardeciera con prisa tras un horizonte deshabitado y quedara solo el silencio, la frágil silueta de una rama sin hojas: “Ya no se ven / huellas en el camino. / Nieve en la nieve”.
La parte central se titula “Rumores” y se abre con citas de los clásicos Shiki e Issa. Amanece en ellas una mínima fauna dispuesta a brindar compañía en el azaroso desplazamiento cotidiano. Luciérnagas, mariposas, grajos, pájaros, trazan en el aire leves itinerarios que siguen la dirección del viento. En este apartado emerge el haiku que da título al libro: “Bajo la luna, / el aullido de un perro. / Hilo de lluvia”. Los instantes de vida cobran protagonistas frágiles y cercanos y dejan al yo en la zona de sombras del poema; el yo no está sino para constatar los destellos de vida de la naturaleza que se mueven entre las sombras de los árboles.
El sustantivo “Presencias” agrupa los haikus que conforman el apartado final, esta vez bajo el eco sonoro de Santóka. Si el haiku es lo que sucede aquí y ahora, esa coma viva del tiempo, el registro tonal mantiene en calma el paso en los poemas; el pasado se marcha, pero su olor perdura, como si todo quisiera constatar su presencia cerca del testigo: “Coge la rosa / antes de que sus pétalos / estén en tierra”.
Ya se ha escrito que en el taller creador de Ricardo Virtanen conviven varios géneros. Pero en esta vocación creadora el haiku es vértice preferente. Sin duda, en su hechura formal y sensitiva, el madrileño es un maestro; uno de los mejores que pone en el mínimo esquema japonés una luna redonda, la sacudida de la plena luz.
Tan sólido trayecto ha definido una estética de trazo clásico, que apuesta por los matices frente a la ruptura y la gratuidad experimental. Así lo atestigua también en un prólogo de cálido sustrato emotivo el poeta Luis Alberto de Cuenca: “Virtanen se atiene la mayoría de las veces a la más pura ortodoxia del haiku japonés, que ha de versar sobre un tema relacionado de uno u otro modo con la naturaleza, el paso de las estaciones y la observación del mundo circundante, sin permitirse en ningún momento (o casi en ningún momento, si queremos ser exactos), la efusión sentimental.”
En efecto, en los cien haikus de Ricardo Virtanen, escalonados en tres apartados, es básico el registro sensorial; ese papel de quien integra los elementos del entorno, desde la continua vigilia de la percepción, en el preciso molde de las diecisiete sílabas.
La sección inicial, “Inquietudes”, por su denominación, parece ubicar sus textos en un registro interior; pero de inmediato constatamos que los ciclos naturales asoman a cada instante: la lluvia, el rumor renacido de los pétalos en flor, la finitud de la belleza: “el crisantemo / se dobla en la maceta / como una ráfaga”, la fuerza sensitiva del entorno que desasosiega y abraza al mismo tiempo en el naufragio de los días, mientras una brisa conmociona, casi inadvertida, la quietud, como esa mano anónima que pasa las páginas del libro de la vida y su continuo despojamiento: “Llega septiembre. / Al borde del camino, / sólo unos cardos”. Casi todos los textos de este primer tramo dejan una sensación crepuscular, como si la vida atardeciera con prisa tras un horizonte deshabitado y quedara solo el silencio, la frágil silueta de una rama sin hojas: “Ya no se ven / huellas en el camino. / Nieve en la nieve”.
La parte central se titula “Rumores” y se abre con citas de los clásicos Shiki e Issa. Amanece en ellas una mínima fauna dispuesta a brindar compañía en el azaroso desplazamiento cotidiano. Luciérnagas, mariposas, grajos, pájaros, trazan en el aire leves itinerarios que siguen la dirección del viento. En este apartado emerge el haiku que da título al libro: “Bajo la luna, / el aullido de un perro. / Hilo de lluvia”. Los instantes de vida cobran protagonistas frágiles y cercanos y dejan al yo en la zona de sombras del poema; el yo no está sino para constatar los destellos de vida de la naturaleza que se mueven entre las sombras de los árboles.
El sustantivo “Presencias” agrupa los haikus que conforman el apartado final, esta vez bajo el eco sonoro de Santóka. Si el haiku es lo que sucede aquí y ahora, esa coma viva del tiempo, el registro tonal mantiene en calma el paso en los poemas; el pasado se marcha, pero su olor perdura, como si todo quisiera constatar su presencia cerca del testigo: “Coge la rosa / antes de que sus pétalos / estén en tierra”.
Ya se ha escrito que en el taller creador de Ricardo Virtanen conviven varios géneros. Pero en esta vocación creadora el haiku es vértice preferente. Sin duda, en su hechura formal y sensitiva, el madrileño es un maestro; uno de los mejores que pone en el mínimo esquema japonés una luna redonda, la sacudida de la plena luz.
JOSÉ LUIS MORANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.