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sábado, 27 de agosto de 2022

DAVID DELFÍN. EQUÍVOCOS ÁRBOLES CALIGRAFÍAS PERSONAS

Equívocos Árboles
Caligrafías Personas
David Delfín
Prólogo de Jesús Aguado
Epílogo de Agustín Fernández Mallo
Editorial Maclein y Parker
Colección Mirto / Poesía
Dos Hermanas, Sevilla, 2022

 
DESPLAZAMIENTO CONTINUO
 
  El cuestionado trabajo crítico se asocia, muchas veces, con el activo trajinar de un expendedor de etiquetas. Alguien que se afana en poner orden y colocar el ideario poético de cada autor en la estantería correspondiente. Esta forma de valorar el quehacer lector, que busca explicaciones y refrenda opiniones sobre un producto cultural, suele dar buenos resultados en la escritura “normal”, la que prodiga saltos con red y completa desplazamientos marcados por la geografía de lo previsible. Pero apenas sirve para moldear una impresión directa sobre propuestas heterodoxas y descatalogadas, ajenas a modas, que cultivan la originalidad a partir de un cuestionamiento del lenguaje y que son expresión del verbo individual en sentido estricto. El largo itinerario de David Delfín (Málaga, 1968), iniciado en los primeros años noventa con el paso auroral Nombrar el silencio, es búsqueda de un reseñable afán de singularidad y coherencia, de comprenderse a sí mismo desde las asimetrías del relieve verbal y sus estratos más profundos. En este propósito se integra también la edición de Equívocos Árboles Caligrafías Personas impulsada por Maclein y Parker en su colección de poesía Mirto.
  La diligente cartografía de Jesús Aguado, poeta, traductor, ensayista y editor, anuda al libro un bello texto fragmentado, “De la fragilidad. Siete aproximaciones a David Delfín”, donde multiplica hilos de luz en el empeño de seguir indicios de sentido, signos y rastros, para apuntar la siguiente sensación lectora sobre la entrega: “Una escritura (como esta de Equívocos Árboles Caligrafías Personas) que no produce enunciados ni mensajes, sino energías, atmósferas, anfractuosidades, indeterminaciones, sesgos, roturas. Una escritura porosa, contrabandista. Una escritura que, cuando está a punto de llegar a una conclusión (a establecer un silogismo, a apuntar y apuntalar una idea central, a subrayar una ley universal o particular), cambia el paso, es decir, nos coge con el paso cambiado…”
 El autor suma a este umbral un mínimo preámbulo, hecho “instinto y razón de armonizar” y dos sólidas citas de Juan Ramón Jiménez y Jorge Luis Borges, que predisponen al itinerario sin brújula, a ese núcleo de tanteo que entrelazan onirismo y realidad en sus zonas de intersección, cuando la realidad transciende límites y convierte lo onírico en habitación con vistas.
 La obra descubre su esquema argumental en la yuxtaposición de estos cuatro nombres, correspondientes a cada uno de los conjuntos integrados. ”Equívocos” comienza como una crónica de espacios, vivencias y recuerdos simultáneos y sin conexión, llegados como referentes germinales. Aluden a mínimos recuerdos fragmentados, acaso perdidos en los repliegues de la memoria. De este modo, el devenir parece una burbuja repleta de ilusiones ópticas que transforma al sujeto en un afanoso espectador, zarandeado por paradojas y equívocos.
   El tramo “Árboles” indaga sobre el cumplido horizonte lector, pero también sobre la textura caótica de un entorno que se empeña, con esfuerzo fallido, en restaurar ideales y sueños. De nuevo se impone una desbordante imaginación lingüística que acumula rastros y teselas, no con el propósito de concluir ningún mosaico sino de empapar el lenguaje de asuntos, sin ataduras visibles, como manchas o fotogramas aleatorios.
  La sección “Caligrafías” parece elegir un núcleo metaliterario como impulso expresivo. Recurre a la sombra creadora de Antonio Muñoz Quintana y a una fecha emblemática en el calendario del libro: 1984, cuando Julio Cortázar fallece en Paris y es enterrado en el cementerio de Montmartre, veintidós años después de que publicara su novela cumbre Rayuela y pusiera en pie la historia de amor entre Oliveira y la Maga, en un París de encuentros y jazz. Es también el año que Orwell elige para dibujar un futuro distópico, deshumanizado y asentado en una áspera fragilidad.
  La tinta china del último apartado “Personas” ratifica el fondo semántico de sombras. Quien asocia la claridad poética con el convencionalismo dogmático del BOE, y el unamuniano abrazo de siente el pensamiento y piensa el sentimiento con una proclama futbolera, conecta la escritura con una nueva máquina de coplas capaz de producir “lírica en piel, piel en máscara, máscara cuando todo es ficción, ficción en personas, persona; érase una vez dioses”.
  El libro añade también una coda reflexiva firmada por el escritor Agustín Fernández Mallo, un ensayista proclive a los cuestionamientos múltiples y a rastrear las partes sueltas del mundo y sus flujos secretos y define la metáfora como radical mecanismo de construcción del mundo: “Porque eso es lo que hace esta poesía: fundar un verdadero cosmos, dotado de su inicio, su evolución, sus sorprendentes leyes, sus extraños azares, sus nuevas clasificaciones y su imaginativo inventario”. El recorrido creador de Equívocos Árboles Caligrafías Personas establece un callejero sin plano. Al modo de Julio Cortázar y el mágico laberinto de Rayuela, y de los desplazamientos con el paso cambiado de J. Joyce, Ezra Pound, Rafael Pérez Estrada o el admirado Muñoz Quintana, David Delfín alza deconstrucciones, recorridos babélicos, espacios para cronopios y márgenes, acantilados y cornisas que hacen de su sentido final un proceso de conocimiento fallido, una posibilidad, un derrumbe, un continuo descreer  que la realidad tiene un orden. El caos redacta sus propias leyes naturales y para descubrir las ramificaciones de sus células, moléculas y tejidos no necesita mapas. Solo las palabras en vuelo con libertad de elegir su raíz, la captación discreta del entorno desde la imaginación,  la frágil evidencia de unir lo disímil. Poesía conceptual, que busca otra dimensión al entorno con luz de las palabras, ese lugar que afirma que el mundo no está fuera sino en la rendija, casi a punto de ser. 

 

JOSÉ LUIS MORANTE


 

lunes, 5 de diciembre de 2016

DAVID DELFÍN. LA FÁBRICA DE ANTICUERPOS SI NO AMANECE

La fábrica de anticuerpos
si no amanece
David Delfín
Introducción de
Francisco Ruiz Noguera
Ediciones Carena, Barcelona, 2016

AMANECIDA

   Una cubierta llamativa y un título de complejo significado inciden en buscar de inmediato balizas señaladoras en las breves líneas de presentación de Francisco Ruiz Noguera, aunque también ayuda a clarificar las pretensiones poéticas de este libro el trayecto singular de David Delfín (Málaga, 1968) asentado en más de dos décadas de laboreo literario.
   El poeta y ensayista Francisco Ruiz Noguera clarifica la razón del poema: “Poesía de la búsqueda y el conocimiento”, una línea divisoria entre emoción y pensamiento que rompe con lo enunciativo al explorar enlaces entre percepción y signo lingüístico con un enfoque más conceptual, signo evidente de su anterior entrega de 2014  Los matemáticos no saben pilotar aviones. Ruiz Noguera integra esta salida en un espacio textual en el que se percibe una noción de cruce, una tierra baldía,  un contraste asimétrico entre lo real, lo deseado y lo onírico, que crea en los itinerarios  del protagonista verbal cierto sentimiento de indefensión.
   David Delfín recurre al poema en prosa para abordar un largo discurso reflexivo, jalonado en diez tramos textuales, que tiene como entorno de salida el estar del presente. El sustantivo no define una secuencia temporal concreta sino un estado de percepción, una definición de un vacío habitable, pero inhóspito donde el sujeto comparte espacio con los objetos cercanos. Apenas existen vínculos transitorios, no hay líneas de contacto, como si el pensamiento solo dispusiese de un prelenguaje para dar fe de sensaciones y los estímulos de la existencia se fuesen yuxtaponiendo en un magma informe. La voz emprende un extraño vuelo en el que se cumple un rito de navegación. Apenas muestra una percepción alejada, como si quien mira estuviese ubicado en un límite último que no permitiese singularizar lo conocido, dar sentido y orden.
   De ese propósito de alzar un hilo lógico a la contingencia participa el poema. Pero en su argumento no hay realidad sino visiones, un cúmulo de imágenes que  parece la raíz de una paisaje parcial y sus consecuencias estéticas. Lo que sucede no es más que un conjunto de señales diluidas que el lenguaje se empeña en recuperar como mensajes oscuros que fueron borrando sus significados. Hay una atmósfera estéril y un presente incierto, pero las voces están ahí, enquistadas en el rumor del día.  Fragmentario por la aparente desconexión entre las distintas partes del poema y abierto a la interpretación subjetiva, La fábrica de anticuerpos si no amanece desconcertará a muchos lectores y a críticos habituados a la constelación realista (como es mi caso), que buscan en las líneas de fuerza del poema un diálogo cercano, una propuesta cómplice, un movimiento de apertura hacia la sensibilidad del otro para el reconocimiento mutuo. El poemario es un trabajo personal y complejo, singularizado, que se empeña en vislumbrar poesía con una textura hecha de imágenes, que se ejercita en otros códigos en los que lo previsible no funciona, donde el poeta elude la sumisión comunicativa con continuos cambios de plano para recrearse en un surrealismo que da cauce a una conciencia en tránsito.


viernes, 1 de agosto de 2014

DAVID DELFÍN. EN VUELO.

Los matemáticos no saben pilotar aviones
David Delfín
Círculo Rojo Ediciones, 2014
 
EN VUELO 

   Las mareas poéticas más recientes recorren un territorio fronterizo, un drástico cambio de sensibilidades y valores estéticos. La intemperie tecnológica, las aceleradas mutaciones de la realidad económica y la globalización invitan al continuo cuestionamiento del ser existencial y de la misma función de la escritura. La poesía de David Delfín (Málaga, 1968) habita en esta cartografía de incertidumbres. En ella germinan las estaciones de paso de su trayecto creador que aglutina los poemarios Nombrar el silencio, La ruptura renacentista, Arqueología disponible, Alrededor, El orden razonable, Triduo  y Principio; una obra fértil representada en varias antologías.
   Las salidas de David Delfín denotan una querencia natural por el fragmento. Lejos del intimismo autobiográfico, prefiere el tono solemne y reflexivo que hace de la indagación una de sus líneas de fuerza y del hecho potencial de las imágenes una de las claves de su ideario estético.
   Así lo constata Los matemáticos no saben pilotar aviones, entrega organizada en tres tramos que emplea como umbral unas palabras de María Zambrano. La cita alude a la contingencia de lo real y su carácter transitorio. Así comienza un itinerario de pasos meditativos, casi al filo del apunte ensayístico, como un manual de observación que traza las circunvoluciones de un tiempo desajustado. El poema se hace registro, incorpora datos e impresiones, añade dudas, recurre a la memoria para rellenar espacios en blanco, da cuenta de la respiración y guarda imágenes de desintegración en las que se define el entorno, un discurrir de días y de espacios ofrecidos a la lentitud de quien percibe. Estar es descubrir, asimilar, sentir el viaje interior de las palabras que reconstruyen y conforman una mirada reveladora.
  En esta primera parte, el poeta Hölderlin se convierte en presencia simbólica; la biografía personal concluye en la estación final del desvarío y en el internamiento en un manicomio. El poeta representa la mirada más triste del desamparo, la lucidez a trasmano de la razón.
  La sección que da título al poemario “Los matemáticos no saben pilotar aviones” toma el pulso al presente y a sus luces de posición: las raíces del ahora cuajaron en el pasado de cuya estela solo quedan algunos indicios que irrumpen en el sosiego del sujeto para recuperarse de su inexistencia. La línea de horizonte parece repetirse, como si obedeciera las coordenadas situacionales de un vuelo.
   Un vuelo nominal, “Vuelo 7988” define los poemas de cierre en los que encontramos esta definición del taller de escritura: “un poeta es un astrónomo que aísla los enunciados de cada fugaz parpadeo entre oscuridades…”  Bajo la piel de lo aparente dormita la verdadera esencia, ese largo túnel sin arquitectura que cada conciencia recorre en un trayecto vivencial que nunca sigue las directrices marcadas por el rigor científico de la ciencia; siempre se escora hacia la incertidumbre.     Con una urdimbre textual compleja, bajo el encuadre del poema en prosa, hermética e irracional en su transcurso, en la poesía de David Delfín la realidad es un espacio de indeterminación que exige nueva alzada a través del lenguaje. Exige un lector cómplice, al que no asuste la cartografía difusa de los laberintos ni el vuelo libre de la imaginación; un lector dispuesto a decodificar e interpretar.  Poesía que no crea con las palabras una realidad mimética sino una travesía incierta, un rumor de burbujas interiores bajo la superficie transparente del agua.