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miércoles, 19 de diciembre de 2012

FERNANDO LÓPEZ GUISADO.



Con José Guadalajara y Fernando López Guisado






DIÁLOGOS CON LA BIBLIOTECA

  La dilatada trayectoria en el tiempo de Fernando López Guisado ha hecho posible un diversificado acopio de sedimentos culturales. A continuación, propongo un rastreo de estos referentes que enriquecen las coordenadas básicas de su escritura. La experiencia lectora confirma que la estética de un autor no es un camino cerrado sino la búsqueda continua del matiz y el conocimiento de provechosas confluencias que evitan el monolitismo y el amaneramiento.
   El primer paratexto es la cita de apertura que firma  Neil Gaiman. Autor de culto, nació en Portchester, Inglaterra, en 1960. En el arranque juvenil se convierte en lector precoz. Se anima pronto a colaborar en publicaciones cercanas, como articulista y entrevistador; no desdeña la inmersión en el cómic que inclina su itinerario hacia la novela gráfica en la que debuta muy pronto. Uno de sus personajes, Sandman, muy alejado de los arquetipos habituales de las viñetas, se convierte en un verdadero referente del género a nivel mundial. Esa identidad condensa muchos de los rasgos de Gaiman: recurrencia al folklore local inglés, onirismo, ambientes urbanos irreales y densos y contrastes sentimentales en las historias…
   Una referencia contextual menos explícita es el primer verso “Bajo los tilos” del poemario. Para otros, como es mi caso, su carga emotiva es meridiana. En este diciembre de 2012 se cumple un año de un viaje familiar a Berlín, la ciudad alemana cuya arteria principal es “La Unter den Linden” (La avenida de los tilos). Desemboca en la Puerta de Brandenburgo. Cuando la vía se cedió a la ciudad, se plantaron en sus márgenes numerosos tilos y poco a poco fueron testigos del próspero urbanismo berlinés. Marlene Dietrich cantó al bulevar, como signo distintivo. En él sitúa Fernando López Guisado el poema más diáfano de La letra perdida, y acaso también el más emotivo, como estela sentimental de la amada.
  El aporte citado de H. P. Lovecratf, un clásico del terror cósmico que aglutina satanismo y fantasmas, autor de oscuros y barrocos relatos de terror y ciencia ficción, elige como hilo argumental la pérdida de la propia identidad. Sirve de pórtico a un autorretrato, cuyos trazos perfilan esta desalentadora conclusión: lo cotidiano es una fuerza sombría dispuesta a vaciar nuestros sueños y a llenarnos de pesadillas.
  La dificultosa convivencia entre cine y literatura es antigua. Mantienen una relación convivencial que intercambia elementos básicos; muestran una expresividad diferenciada y distintos modos de mirar. En los poemas de La letra perdida hallamos alusiones a cintas como Lady Halcón y La invasión de los ultracuerpos. Pero ningún aficionado al séptimo arte dejará de percibir la importancia que tiene la película Tiburón, dirigida por Steven Spielberg en 1975” en el poema que se abre con una frase del guión: “Vamos a necesitar un barco más grande”; el poeta emplea esa expresión para –como Kavafis con los bárbaros- hacer del hombre-tiburón un amigo, Manukanaka, capaz de instalarnos en otra dimensión. El nombre pertenece al habla popular polinesio.
   Fernando López Guisado utiliza la prosa poética como formato, a sugerencia de otro estímulo cultural, en esta ocasión extraído de la literatura fantástica norteamericana de Robert W. Chambers: El Rey de Amarillo, un muestrario de relatos publicado en 1895; es una antología de cuentos sobrenaturales, que buscan provocar en el lector inquietud y malestar físico porque dejan a descubierta una maldad palpable, ominosa y dañina, que anula cualquier ingenuidad.
  El primer verso del poema “Veo un sol rojizo que no se apaga nunca” postula la llegada de un enviado; también es un elemento con bastante desarrollo en algunas de las sagas de ciencia ficción; no cabe olvidar su referente bíblico y la llegada del profeta  que da cumplimiento a una esperanza sostenida entre generaciones.
   Un nombre propio, Grendel, despierta de inmediato connotaciones épicas. Grendel el monstruo es uno de los antagonistas del poema épico Beowulf. Es un ser que personifica el mal y la destrucción que siembra en la tierra danesa hasta convertirla en un páramo inhabitable. Sólo concluye su labor maligna cuando muere a manos del héroe Beowulf.
   La expresión “Espejo, espejito…” tiene el aire nostálgico de los cuentos clásicos, de aquella malvada madrastra que pregunta al espejo si algún ser supera su belleza. La respuesta del espejo condena a Blancanieves. López Guisado trastoca la ingenuidad del relato clásico para elaborar un poema narrativo nocturnal.
   Soy de los que creen que cada página escrita interroga páginas anteriores, textos hallados en el heterogéneo mar de la tradición. Este acercamiento a los diálogos con la biblioteca de La letra perdida no es sino un apresurado índice de la vigencia de estímulos culturales. Todo lo que no es tradición es intemperie.
 
Texto inédito, escrito para la presentación en Rivas de La letra perdida en la Sala Miguel Hernández, en la que también participó Manuel Hernández, coordinador de las actividades culturales de Covibar.  

 

                                                              

jueves, 8 de noviembre de 2012

FERNANDO LÓPEZ GUISADO. CORAZÓN Y KARMA.

La letra perdida
Fernando López Guisado
Editorial Vitruvio, Madrid, 2012

    El discurrir poético de Fernando López Guisado (Madrid, 1977) comienza en 1995, cuando sale a escena Aromas de soledad; tres años más tarde prosigue su labor literaria con El altar de los siglos para sumergirse después en un largo silencio editorial que sólo se rompe cuando el poeta se instala en Rivas-Vaciamadrid y se incorpora de inmediato al ámbito cultural que impulsan Elena Muñoz y José Guadalajara. Pero en ese paréntesis de silencio nunca perdió el pulso de escritura, como demuestra La letra perdida, un volumen de lenta gestación, cuya génesis ha explicado el autor en su blog “Buenas noches, Nueva Orleans”, donde también hay un cumplido inventario creador en otros géneros como el microrrelato, la reseña y el artículo.Fruto de un macerado proceso escritural, el poemario supone un cierre con una idea hedonista y celebratoria de lo cotidiano para adentrase en las costuras abiertas de la contradicción y los desajustes. La realidad propicia una inseguridad existencial; la convivencia está herida en la línea de flotación porque lo que prevalece de cada identidad es un personaje egocéntrico que subordina al otro desde los dictámenes de una conciencia excluyente.
  Antes de adentrarme en esta propuesta lírica me gustaría recordar que debemos al romanticismo la idea de libro orgánico: el poemario no es una acumulación de textos que genera un espacio verbal laberíntico sino un territorio listo para el cultivo que crece de forma natural, siguiendo las coordenadas que dictan la razón y el sentimiento. Este es el enfoque de La letra perdida que sitúa como pórtico de las composiciones unos párrafos de Neil Gaiman, escritor de comic, literatura fantástica y terror.
   En la naturaleza del yo poemático que deambula por las aceras de La letras perdida están los pasos de un individuo común que sobrevive al erosivo tránsito diario y reflexiona de manera directa, en ocasiones con una voz lastrada por la incertidumbre, que no logra escapar del desánimo y la desconfianza en un ideario que aglutina corazón y karma. El entorno se percibe de modo fragmentario; se combinan la descripción de ambientes y el pormenor biográfico, la indagación introspectiva y el sustrato de los sentidos.
  El libro revitaliza varias tradiciones y no se decide por una senda explícita, como si hubiese superado ya aquella vieja polémica que ilustró el fin de siglo entre lo figurativo y la abstracción. Hay narrativismo, reflexión, emociones y una habitación con vistas al callejón del pesimismo que mana del soporte cultural de una generación que cierra siglo y mira con desconfianza el frágil decorado del progreso o los valores sociales que han cimentado una sociedad en crisis. Es una generación que aporta otras constantes identitarias como el cómic que no es sino una mutación en imágenes del cantar de gesta o una nueva Iliada, digital y futurista.
   En La letra perdida, Fernando López Guisado concentra los mejores poemas hasta la fecha de su breve corpus. Su poesía combina factura formal, tejido emotivo y reflexión inteligente, activos al alza que hallarán, seguro, el cálido veredicto del lector.