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jueves, 25 de mayo de 2023

MIENTRAS SUENA LA MÚSICA

 


Lucie Silvas


MIENTRAS SUENA LA MÚSICA

            Lucie Silvas
            cantaba al piano
            "Nothing Else Matter"

Si todas mis palabras
anudaran su voz como tú cantas
y dejaran esa luz encendida del piano,
cerraría los ojos.
Ningún quebranto me despertaría,
ni la respiración,
ni ese rumor de sístole del corazón cansado,
ni el miedo, ni la muerte
horadando las huellas del olvido
para cumplir los plazos.
Hago linde en tu música
y las notas roturan cada poro de piel.
Con lentitud se marca
el perenne sentir de un segundo con vida,
la gota intacta del grifo de cristal
que mana al borde de tus manos. Tan lejos.

                    (De Nadar en seco (Crátera / Isla Negra, 2022)





domingo, 19 de febrero de 2023

EL NUDO DEL POEMA

Encargo
Archivo general
de
Internet

 
POÉTICA

Cuando escribo un poema
algo se torna luz y epifanía,
pero no sé qué.
En ese afán abierto,
las palabras son rastros que siembran hendiduras;
adelgazan el aire
y fuerzan el exilio de los ángulos ciegos,
sedados de silencio y de penumbra.

Si escribo soy Adán y recobro
el destiempo de ser
el viejo paraíso que mudó de lugar,
porque acaso el gran árbol
se hizo un día
el espejismo firme de la pulpa
que supura dolor.

En las horas opacas,
si escribo sangra dentro
una herida feliz, un calor tibio
que enciende la belleza inadvertida.

Las palabras entonces
son escuetos teoremas;
la odisea cuajada de sirenas y cíclopes
que siembra resplandor en el retorno
del viajero que vuelve
para cortar el nudo del poema.

     (De Nadar en seco. 2022) 



martes, 22 de noviembre de 2022

CONTRA EL TIEMPO

Ayer
(Archivo general de internet)



 CONTRA EL TIEMPO

Tímido asombro frágil
de un mudable escenario,
cuando niño tenía
la seriedad de luto de unas gafas de concha,
templanza en la sonrisa
y el flequillo uniforme 
del quehacer laborioso.
Sobre el llano gastado del pupitre
iniciaba  abordaje
un revolar de páginas;
despliegues de raíces
sobre un papel manchado,
cuya savia desdice la grisura.

El tiempo con sus dedos de catástrofe
oxidó aquel aspecto.
Pero bajo la piel desangelada
del amargo presente
sigue firme
el ámbar del destello
que anticipa el incendio;
la soledad incierta
que alza sueños a mano
y que no cede nunca al extravío
de perder la inocencia.

     (De  Nadar en seco, 2022)





domingo, 17 de octubre de 2021

BLAS MUÑOZ PIZARRO. EL PASO DE LA LUZ

El paso de la luz
Blas Muñoz Pizarro
Ilustraciones de Pablo Santin
Prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor
Isla negra Editores, Crátera Editores
San Juan de Puerto Rico, Catarroja, Valencia, 2021

UN CÁLIDO TEMBLOR
 

    Blas Muñoz Pizarro (Valencia, 1943) consiguió en 2012 el Premio de la Crítica Literaria Valenciana. Era el reconocimiento institucional a una dedicación poética discontinua que comienza en el intervalo novísimo con la entrega Naufragio de Narciso, volumen de poemas escritos entre 1971 y 1973. Reinicia senda en 2007, cuando agrupa composiciones, sueltas y premiadas en diferentes certámenes, en algunas panorámicas selectas. Con fértil madurez, el filólogo y profesor de latín ha ido creando un intenso corpus lírico, a resguardo de modas epocales y corrientes gregarias, seleccionado en la muestra De la luz al olvido. Antología personal (1960-2013), un mirador del largo recorrido, impulsado por la editorial Vitruvio en 2015.
  El paso de la luz amanece con un análisis categórico de José Antonio Olmedo López-Amor, poeta, aforista, crítico e impulsor de la revista Crátera. En la exploración incide en la sensibilidad lírica y en su propuesta simbólica en el uso de elementos físicos y conceptuales. Así se percibe con el  cálido temblor del sustantivo luz. Su semántica se manifiesta como apelación discursiva del cauce existencial, cuyo tono de voz, inexorablemente, desemboca en la desolación y la sombra.
   El fluir textual muestra como compañía una lectura plástica del pintor argentino Pablo Santin, quien ajusta los latidos de su pintura al discurrir versal. Las propuestas explícitas se velan para sondear el silencio expandido de la interpretación. Queda conformada una entrega a dos voces estéticas, asentadas sobre un tablero dialogal. El sondeo básico argumental es la idea de un tránsito, donde el hablante lírico mantiene su orfandad. El pensamiento aborda, con rumor intimista, ese estar a solas frente a la exterioridad. El denso cansancio que aposa lo diario en la condición humana.
   Las composiciones, junto a las incisivas propuestas visuales de Pablo Santin, tantean en la trayectoria orbital de los significados. Juntas, fertilizan un impulso vital para superar la incertidumbre que genera ese rumor de fondo que convierte el vaivén cronológico en un simple bascular, un cúmulo de pérdidas y ausencias que hacen del vacío final una restitución.
   Desde ese itinerario por la incertidumbre emerge el verbo figurativo de Blas Muñoz Pizarro, claro, límpido, teñido por ese caminar reflexivo del solitario que percibe un entorno crepuscular, no exento a veces de gelidez y frío. El intimismo aflora, no para evocar la queja por la condición transitoria del yo, sino la presencia tenaz de identidades sombras afectivas que hicieron más habitable la grisura diaria. Como si fuera un único poema fragmentado, cada verso de cierre abre la siguiente composición. Las palabras refuerzan el percibir de los elementos que no son sino reflejos especulares de la sensibilidad de quien mira. Se cuestiona el papel del hablante verbal, como enunciador de percepciones en el mirador cotidiano. Los sentimientos se apaciguan, adquieren una sosegada quietud sin imposturas, más allá de esa fuerte conciencia de finitud que atestigua que todo es invierno, un puñado de sombras y ceniza. No importa; también en ese escenario crepuscular es posible la unión de la luz con la inocencia.
  El quehacer del poema se afirma como un viaje introspectivo que genera autoconocimiento y esa labor sin tregua del viaje interior que busca respuestas en las grietas más profundas de la identidad. Lo vivido aporta al ser una pluralidad de sensaciones que también invitan al canto, a celebrar que cada ser adquiere su forma definida y su sentido, su plenitud crecida por la claridad del sentir. Hágase la luz, dice el silencio, y nace en el poema un oro nuevo de abril y primavera que destierra el invierno y viste los sentidos de irisada belleza.
   El continuo latido estacional disgrega en el azul del aire impresiones fugaces. En ellas deja su latido  una naturaleza cambiante, que expande indefiniciones y contrastes. Queda en la conciencia la oscura sensación de que no podemos comprender lo que sentimos con la sola contemplación sino con esa luz de la conciencia que habita dentro, donde conviven los huecos de la ausencia y los sedentarios residuos de la memoria. También la muerte se percibe como disolución de la realidad, capaz de germinar en el cauce meditativo un epitelio de inquietud, una dermis que vela el resplandor difuso del deseo.
   El paso de la luz, que aporta también un epílogo aclaratorio del autor sobre la contingencia escritural de los poemas, construye una intensa indagación del magma vivencial, posada sobre el discurrir sosegado del presente. En cada uno de los fragmentos líricos, definidos como intervalos mensuales, perdura un cúmulo de nada transitoria conformando la autobiografía sentimental del sujeto verbal. La cadencia versal, transparente y precisa, muestra esas circunvoluciones en las que se disipa la existencia. Nada es lo que fue; ahora es un discurrir que parece adentrarse en un terco callejón sin salida. En la luz renacida del despertar, todo adquiere la dimensión especular del recuerdo, una luz transfigurada, como escribe con sintética precisión el poeta Gregorio Muelas Bermúdez, “que se refracta en doce haces con forma de poemas encadenados". Se hace necesario el retorno a la casa encendida, esa potestad de resguardo que deja en las palabras la fuerza compartida del nosotros: “¿Quiénes somos tú y yo, si ya no somos / aquellos que aún se aman, como siempre?”. 

JOSÉ LUIS MORANTE


domingo, 20 de junio de 2021

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla Negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
Valencia, España-San Juan, Puerto Rico, 2020


 EL VAIVÉN DEL SENTIR

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal.
   En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, un escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al  afán promisorio del deseo, que adquiere en su renacida dimensión un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, en el que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras.
   El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo  libre de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres.    
   El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de  la luz frente al desamparo. El amor no se apacigua, su afán golpea la memoria, dejando la necesidad de la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío.
   Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de imágenes en las que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua azul, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su viaje a la luz. Pero mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 


miércoles, 23 de septiembre de 2020

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
San Juan de Puerto Rico- Valencia


EL VAIVÉN DEL SENTIR

  

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal. En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al afán promisorio del deseo, que adquiere, en su renacida dimensión, un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, hasta que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras. El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres. El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de transparencia frente al desamparo. El amor no se apacigua. Su afán golpea la memoria, dejando la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío. Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de estratos sensoriales en los que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su periplo por la existencia. Quien camina hacia dentro mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.