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martes, 13 de mayo de 2025

FÉLIX MARINA BUITRAGO. DESDE MIS OJOS

Desde mis ojos
La juventud que desafió al franquismo
Félix Marina Buitrago
Ediciones Carena
Barcelona, 2025

   

MEMORIA Y TIEMPO

 


   El premio nobel portugués José Saramago, cuyo legado es lumbre encendida, siempre atento a reflejar en su obra la problemática social y los laberintos de la historia, argumentaba que la buena literatura busca su verdad en el lenguaje. No trata de convencer a los demás porque tal propósito encubriría una falta de respeto, un intento de colonizar la inteligencia del otro. Por tanto, si aplicamos esta reflexión al libro Desde mis ojos, subtitulado La juventud que desafió al franquismo, de Félix Marina Buitrago, parece meridiano que no se trata de hacer proselitismo de las propias convicciones desde la memoria, sino de dibujar, con los mejores trazos de la evocación, un arco temporal que trasciende la existencia individual, la peculiar manera de andar por la vida, para conformar una crónica colectiva, que afecta en profundidad a varias generaciones del presente.
  Nacido en Andújar en la década de los años cincuenta, licenciado en Historia Contemporánea, ensayista y dinamizador cultural, Félix Marina Buitrago anticipa en la introducción la filosofía narrativa del volumen que centra sus contenidos en el último tramo del franquismo, la Transición y el retorno al sistema democrático. Recupera con un claro sentido cronológico una floración de acontecimientos vivida en la mirada del yo como testigo directo.
  La narración biográfica comienza explorando los orígenes familiares y el condicionamiento existencial que supuso la guerra cainita de 1936-1939, con su inacabable estela de purgas y persecuciones a los vencidos. El triunfo nacionalsindicalista abría la posguerra como un largo túnel totalitario, que condenó al exilio a miles de españoles, y cercenó las libertades individuales imponiendo un pensamiento único, ajeno a cualquier crítica del sistema, y bendecido por la plenipotenciaria iglesia católica.
  La infancia es un periodo vital mitificado en el que solo parece tener asiento lo ideal. Sin embargo, para los hijos de los vencidos se mostró como un surco abierto de carencias que condicionó su percepción sombría de lo cotidiano. Lo mismo sucede con los años colegiales, marcados por un sistema de enseñanza tradicional, basado en la autoridad del maestro y en el indeclinable culto a la memorización de contenidos. Igual sucede en el internado, gestionado por la orden religiosa de los jesuitas. Aquella institución promovía una disciplina extrema y un sistema de enseñanza muy competitivo, como estímulo del esfuerzo y la inteligencia. Pero poco a poco, ya casi superada la adolescencia comienzan a aflorar los primeros conatos de rebeldía en los años del bachillerato y en el inicio de la formación universitaria, cuando se amplía el entorno más próximo y se hacen evidentes las asimetrías y contornos de la vida social en su conjunto. Confluyen otros caminos y horizontes que coinciden en su búsqueda de razones de vida con los últimos días del general golpista. Todo comienza a cambiar, tras aquel 20 de noviembre de 1975 que cerraba un régimen dictatorial interminable. Poco a poco afloran los nombres de la oposición clandestina y sus mensajes serán un semillero intelectual que adquiere hondo calado entre los jóvenes universitarios que esperan con la máxima ilusión el advenimiento de la democracia. Se iniciaba la senda del compromiso social y la lucha por la igualdad, la justicia y la libertad que impulsó una afiliación numerosa al PCE y el retorno de líderes que serán esforzados impulsores de la consolidación democrática.
   El activismo provocaba la desconfianza de viejas instituciones ancladas en el pasado; comienzan las convocatorias reivindicativas, las huelgas y manifestaciones que supondrán también vejaciones y torturas a los detenidos. Poco a poco, los nostálgicos del régimen van perdiendo espacio político. Pero sus métodos represivos se mantienen inalterables, tanto en Andújar, la localidad del autor, como en otros espacios geográficos de Andalucía.
   Félix Marina Buitrago da un amplio tratamiento a los años universitarios, como impulsores de su activismo social, y como cultivo de muchas amistades que marcarán los años venideros y la propia educación sentimental. Si 1975 y 1976, en los años de gobierno de ajuste, son los del referéndum que obviaba la ruptura total con el régimen anterior, 1977 se dibuja como un intervalo temporal que cambia todo y que abre una nueva fase vita en la personalidad del escritor. Como dice Jim Morrison “la clase más importante de libertad es ser lo que realmente eres”. Vive un momento álgido en su memoria sentimental con una relación amorosa determinante. Este nuevo tiempo de cantautores, contracultura, pelo largo y trencas maneja la espita del cambio democrático. Se legaliza el PCE y en las elecciones generales del 15 de junio la UCD de Adolfo Suárez resultaba el partido más votado, por delante del PSOE. Comenzaba la Transición, presentada como un ejemplo modélico de diálogo y concordia. Pero no fue así; el proceso estuvo marcado por el miedo y la incertidumbre, por una transformación política que no cerraba las sangrantes heridas. Pasaba por alto la revisión del pasado y mantenía en sus puestos a muchos funcionarios implicados en los desmanes del régimen franquista. La Transición miraba hacia adelante con graves dificultades como la matanza de los abogados de Atocha, el atentado a la redacción de la revista satírica El Papus, La Operación Galaxia o el Golpe de estado del 23-F. El proceso democrático parecía imponer un pacto de silencio con el pasado.
   Félix Marina Buitrago en los últimos capítulos se centra en los cambios de domicilio, desde Andújar a Granada y Madrid, temporalmente. Son escenarios que le ponen en contacto con otros ámbitos culturales y la música de cantautores hispanos y latinos o la inmersión social en el abrumador cambio político que supuso el triunfo del PSOE en las elecciones generales. Destaca también la amistad inmarchitable con el poeta Juan Antonio Mora, cuyo itinerario poético es un ejemplo de claridad intelectual y compromiso, de hondura humanista y testigo implicado que lucha en su quehacer solidario con los más desfavorecidos. Juan Antonio Mora será para el escritor un necesario ancla de ideología, apoyo personal y ejemplo de coherencia que anima a seguir su papel cultural a compañeros de su generación y a escritores más jóvenes que hacen suya causas solidarias como el medio ambiente, la inmigración, la defensa de la naturaleza o las causas del feminismo y la igualdad.
   Desde la ecología al activismo político, desde el compromiso personal con el pensamiento de izquierdas al despliegue de artículos y proyectos, como Pablo Neruda, Félix Marina Buitrago confiesa que ha vivido. Lleva dentro el bagaje de esa juventud que sembró esperanza en los oscuros callejones del franquismo y que lanzó al aire la cometa azarosa de cambiar la vida para cambiar el mundo; para dejar constancia que memoria y tiempo respiran el aire limpio del futuro y nunca estarán en manos del olvido.


JOSÉ LUIS MORANTE



 
 

sábado, 3 de mayo de 2025

JUAN ANTONIO MORA. LA ALEGRÍA DEL AIRE

La alegría del aire
Juan Antonio Mora
Prólogo de Alberto García-Teresa
Amargord Ediciones
Madrid, 2019


POEMAS ESENCIALES

 
   Hay poesía que hace de la implicación colectiva y el compromiso ético razones de vida. Así creció con la fortaleza de lo necesario la obra de los poetas sociales, cuyo legado perdura en otras etiquetas del presente como la “Poesía de la conciencia”. Son escrituras que buscan, más allá del mero juego lingüístico, una pulsión de avance en la denuncia; que hacen de la palabra una herramienta verbal capaz de movilizar conciencias y de establecer parámetros solidarios.
  A ese grupo de creadores que muestra en la calle la subversión del lenguaje y la contundencia del grito pertenece Juan Antonio Mora (Andújar, 1950) quien ha publicado hasta la fecha casi una decena de poemarios, desde aquel lejano El poeta no duerme (1985)  hasta Paseo por el amor y la muerte (2017). Todos ellos, más cuatro poemas inéditos que sirven como cierre, están representados en la antología La alegría del aire, una compilación precedida por la mirada cordial de Alberto García-Teresa, cuya lucidez crítica aporta esta atinada síntesis del trayecto: “Entiende Juan Antonio Mora al poeta como sublimación de lo sensitivo y de la conciencia. Desde esta concepción, que es vital y esencial para él y que vertebra toda su obra, lanza en sus textos una continua reflexión crítica sobre lo que es la poesía, sobre quién la usurpa y quién la emplea para lo acomodaticio. Pero no se trata de un ejercicio metapoético, autocomplaciente ni gremial, sino que se trata de erigir y mantener una actitud ante y desde la vida y con los demás”. Es difícil acercarse a la poética de Juan Antonio Mora Ruano sin sentir la senda del sujeto verbal como reflejo del yo biográfico. Lo contingente existencial es la principal razón de la escritura. De su cauce de experiencias se nutren los poemas para vincular, con naturalidad y constancia, la brusca irrupción de la realidad en cada verso. Vida y literatura se abrazan, conviven, se fortalecen para dar noticias del yo en la calle. Pero no es un yo solitario y ensimismado sino un sujeto cívico que hace suyas las reivindicaciones de la dignidad y la ética.  Se ha hablado con frecuencia de la prístina pureza del lenguaje que no encarna otro objetivo que la búsqueda de la belleza y la verdad sin ninguna rémora ideológica. Juan Antonio Mora Ruano contradice este axioma para dejar entre las manos, al hilo de Blas de Otero, Bertold Brecht o Ernesto Cardenal, una palabra inmersa en un tiempo histórico, que opta por hacer del mensaje el núcleo dialogal del poema. Por ello, emplea las palabras del hombre de la calle, se desdobla en otro para conocer mejor las razones de su angustia y de su dolor humano, asciende las escalinatas de los poderosos para mirar de cerca el retoricismo laberíntico de sus intereses y sale al sol para compartir el gregarismo de los que nada tienen, salvo su coherencia y su abrazo solidario. Una hermosa poética define la escritura ante el espejo, sin falsos oropeles, sin la hojarasca de los espejismos; se expone en el poema “Escribo: “Escribo con el corazón, / no con el diccionario. / Esto quiero dejarlo / definitivamente / claro”. El tono y los efectos de la voz social añaden otras rutas de necesario recorrido en la poesía de Juan Antonio Mora, que me atrevo a resumir en dos núcleos argumentales básicos: el amor y el tiempo. El amor queda patente desde la dedicatoria inicial: “A Charo, siempre, la alegría –la luz de mi vida y a mi querido hijo Juanfra que desea morir en el parque”. El amor es el campo granado que permite salvar la vida y la alegría; es el paso que borra distancias entre dos soledades y que acepta también la erosión del tránsito, esa pérdida del azul de lo ingenuo para salir al día con la ropa manchada por la decepción, porque “contigo, todo”, la fuerza del sueño y la mágica belleza de la rosa, el afán y el fracaso, la amanecida de quien buscó en la noche el hilo de los sueños. Y el tiempo es el otro punto de conexión entre emociones y pensamientos. da pie en su discurrir a una poesía reflexiva en la que el protagonista verbal formula sus preguntas más íntimas, como se advierte en el poema “Lo confieso”: “Lo confieso con franqueza: / Mi vida está llena de sueños, dudas y tedio. / (Pájaros traviesos anidan en mi corazón oscuro). / Mi vida es una vida sencilla: / trabajo, / leo, / amo y escribo”.  La alegría del aire deja al sol los poemas capitales de un poeta cuya imaginación creadora comparte la intrahistoria personal y el discurrir vitalista y compartido de lo colectivo. Un hombre que escribe para sentir no para hacer sintaxis, que deja en cada verso el ritmo vivo del corazón. 

 

jueves, 20 de marzo de 2025

JUAN ANTONIO MORA. EL DELIRIO DE LA PALABRA

El delirio de la palabra
Juan Antonio Mora
Prólogo de Alberto García-Teresa
Fotografías de Adela Sánchez Santana
Editorial Corona del Sur
Málaga, 2025
 

MIRADAS INTERIORES 

 
   El autor de la antología La alegría del aire (2019), el poeta, crítico y antólogo Alberto García-Teresa es el encargado de escribir el prólogo de El delirio de la palabra, nueva entrega de Juan Antonio Mora (Andújar, Jaén, 1950). Nadie mejor; el relevante crítico y doctor en Filología Hispánica, que ha dejado ensayos fundamentales para la comprensión del presente poético como el estudio Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann (Lastura, 2025) ha recorrido con dedicación la escritura transparente de Juan Antonio Mora y su poética de la claridad, a través de un conjunto de motivos recurrentes como la memoria, la mirada crítica ante los desajustes sociales y el desasosiego existencial. La poética de Juan Antonio Mora es una lumbre encendida en la noche, donde el sujeto verbal hace de su transitar en el tiempo un caminar de vigilia y búsqueda. Refrenda el crítico madrileño: “Este poemario, siguiendo la línea de sus últimos libros, continúa explorando las posibilidades de la síntesis, la potencia de la contención y el fulgor de la idea esbozada”.
    El delirio de la palabra aspira a dibujar ese proceso en el que el sentimiento se hace pensamiento. Desde la experiencia de un lenguaje conciso, y con clara tendencia al decir lacónico del aforismo, quiere iluminar los claroscuros de una realidad que intensifica oquedades y contradicciones. Si nos atenemos a su semántica, el delirio de la palabra explora las obsesiones de la escritura para desplegar interpretaciones sobre lo visto y lo intuido. Los elementos y formas cercanas dejan en nuestros sentidos la inestabilidad frágil de la vida; las dimensiones de un entorno que rebosa incertidumbre. Al filo de esta actitud indagatoria del sujeto, convertido en observador y testigo del discurrir existencial, ha ido naciendo buena parte de la obra de madurez de Juan Antonio Mora. Un conjunto de entregas, muy próximas en el tiempo, que en su totalidad comparte una sencilla cimentación formal y un nítido esfuerzo personal por hacer de la confidencia subjetiva una superación de carencias y una reflexión humanista. Quedan en manos del lector los síntomas de un paisaje verbal, ajeno a cualquier vestimenta retórica; los renglones marcados de un ideario estético de rehumanización y compromiso, de oposición frontal a cualquier apariencia literaria, disfrazada de oportunismo y grandilocuencia.
   Juan Antonio Mora en la fertilidad incansable de su madurez literaria, redobla su confianza en la palabra. Nunca se doblega al silencio. Apela a enlazar puentes entre escritura y vida, como revelan los títulos Nubes (2021), La silla vacía (2022), Las flores me llaman (2022), Las ruinas del cielo (2023), El corazón del mundo (2023) y Los sitios del dolor (2024) y La ciudad y yo (2024). Un despliegue poético donde se comparte la metafísica del ser y las preocupaciones latentes del pensamiento libre y comprometido.
  Los breves poemas de El delirio de la palabra dialogan con las emociones. El afuera cercano forma parte esencial del sujeto literario, del mismo modo que los numerosos referentes culturales entretejen una cálida fraternidad con los versos e ideas del poeta. Como en entregas anteriores, hay un colmado abanico de citas iniciales que acerca el amplio venero de la tradición filosófica y literaria. Su diversidad encierra una filosofía de urgencia, una sugerente propuesta de establecer razones fronterizas entre el yo solitario que acepta límites como condiciones de su libertad para que no se pierda lo esencial y las mudanzas del entorno.
  Agradezco públicamente la dedicatoria. Concisa y esencial, “A José Luis y Adela” deja claro la relevancia de una amistad que trasciende lo literario para integrar lo emotivo en el discurso poético. Valoro muchísimo la amistad de Juan en mi senda vital desde hace décadas. De Adela Sánchez Santana son las fotografías de cubierta e interiores.  Las imágenes tienen el misterio de la extrañeza. Son representaciones visuales de los elementos más humildes del entorno rural. El pueblo, casi deshabitado y solitario, en la captación de detalles parece un organismo vivo, un material de interrogantes que se hospeda en la mirada interior.
   El poeta abre el itinerario de versos con una reflexión justificatoria del enfoque de taller: “Mi poesía es llanto, pena, una lágrima, / una angustia del alma…”. La voz que habita el verso está llena de sombras e intemperie. Sale a la amanecida en un estado de soledad que solo se llena de luz cuando siente la presencia del amor y la compañía de quien comparte incertidumbres. Desubicado entre los inconvenientes de lo doméstico, el pensamiento se agita, sin encontrar respuestas, frente al vacío y la nada. Solo la escritura se hace mediodía permite un refugio interior, una pasión que parece contradecirse a sí misma. La herida encuentra su verdad en el dolor y es generosa con el conocimiento y solidaria con las cicatrices abiertas y sin suturar de los que no tienen nada.
  La mansedumbre del reloj emana tristeza y aturde. En sus caóticos laberintos se encuentra la memoria del niño perdido, el deambular del hombre entre las cosas sencillas y el poeta que apenas sosiega emociones, sueños y pensamientos en la alta noche. En la vigilia de los sueños resuenan gritos agónicos; la impotencia ante la pena y el dolor que parecen señales ineludibles de la condición humana; a cada paso encontramos los fragmentos de la ilusión desgarrada de quienes perdieron la inocencia y llegan tarde a los sueños.
  Solo duerme la angustia en el interior del yo más íntimo, ese lugar donde algunos recuerdos resisten todavía y donde la voluntad no pierde nunca su invitación a la esperanza, su despertar de luz y de alegría.

JOSÉ LUIS MORANTE




jueves, 12 de septiembre de 2024

LAS BRUMAS DE SEPTIEMBRE

Parque de las Everglades
(Florida, USA)
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana

 LAS BRUMAS DE SEPTIEMBRE

Qué desconcierto en el tono agresivo de esa gente que defiende un disentimiento menor como si fuera una ofensa generacional a la humanidad, un asunto de Adán y Eva.

La vigorosa brevedad de estrategias expresivas como el haiku, los microrrelatos, el aforismo o los epitafios expresa magia y belleza, la epifanía de lo inesperado desde una aparente sencillez. 
 
Desde que escribo aforismos mi pensamiento, como en aquel cuento de Cortázar es una casa tomada.

Junto a otros, recibo el libro de Juan Antonio Mora "La ciudad y yo", una compilación de vivencias introspectivas que he tenido el privilegio de firmar el prólogo. Será muy grata la presentación en Madrid; oír en boca del poeta la convivencia con saurios y ofidios, con ilusiones, esperanzas, decepciones y sueños. La hermosa edición contiene también un puñado de fotografías de poetas como Jorge Riechmann o Alberto García-Teresa; son vistosas pinceladas de la desolación cotidiana.  

(Notas del diario)


sábado, 25 de marzo de 2023

JUAN ANTONIO MORA. LAS RUINAS DEL CIELO

Las ruinas del cielo
Juan Antonio Mora
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2023

 

ARQUEOLOGÍAS
 

   El momento histórico que atravesamos está lleno de contradicciones y choques frontales entre realidades que aparentemente se están resquebrajando. En ese estado de continua inquietud existencial es difícil cerrar los ojos y es una constante tentación, al mismo tiempo, el escapismo mental. Desde esa perspectiva, cada vez parece más necesaria la poesía en la calle, esa senda creadora que revindica lo común y hace del discurso solidario un núcleo central de la tarea poética.
   Juan Antonio Mora (Andújar, 1950) personifica un compromiso con la escritura de más de cuatro décadas. Firma, por tanto, un itinerario de indiscutible calado que rechaza de plano los elementos irracionales y lo hermético para trazar una senda de deseable claridad. Vacía en sus moldes formales un decir coloquial e intimista, que simplifica el lenguaje con enunciados narrativos y propuestas cercanas a lo laborable, que dotan a la artesanía del poema de un claro sentido existencial. En su expresión personal cuida el nivel comunicativo para compartir con el lector las contingencias diarias y las experiencias del poeta.
   Es conocida su travesía de madurez porque alienta una envidiable fertilidad creadora. Las entregas en los últimos años aportan a la bibliografía personal la compilación La alegría del aire (2019), selección prologada por el poeta y ensayista,Alberto García-Teresa, el poemario, Nubes, que cuenta con un prólogo de Juan Carlos Mestre, La silla vacía, obra editada en 2022 y el volumen Las flores me llaman, cuya hermosa cubierta e ilustraciones interiores pertenecen al artista José Ramón Navarro.
   Las ruinas del cielo –qué excelente título- acoge ilustraciones de cubierta e interiores de Rafael Toribio (Andújar, 1957), dibujante, pintor y profesor de dibujo artístico y serigrafía que ya colaboró con el poeta en la recordada revista de los años noventa “La hamaca de lona”. La dedicatoria y las citas que sirven de umbral al despojamiento expresivo de Juan Antonio Mora recuerdan que, en palabras de Joan Margarit, “la poesía es la última casa de misericordia”, como lo es el amor, esa casa habitable que mantiene en el tiempo una luz encendida. Así lo ratifica la herida emotiva de las palabras: “A Charo. Todo está aquí contigo”.
  Los estratos poéticos de Juan Antonio Mora conceden una importancia extrema al resquicio sentimental. El fluir de la conciencia no se cierra en su interioridad. Mira la calle. Descubre sus asimetrías aceptando que forma parte de una identidad colectiva que guarda en su epitelio numerosos enigmas. Por eso cada poema es  una pregunta en el aire, una forma de sacar a la luz las inquietudes de un yo que manifiesta el sentir más hondo y esa sensación que aporta el complejo del superviviente, la radical soledad del hombre frente a la intemperie, entre un clamor de voces reales reales e imaginarias. La soledad va creciendo en el tiempo y con ella el desamparo de existir a campo abierto y el amor se hace más necesario que nunca: “Sin ti, / no hay vida ni alegría, / me muero lloroso / en una esquina. / Sin ti, / todo es invierno y frío / y oscuro. / Y la luna en una lágrima / se extravía.”
  El poeta recuerda el discurrir vital y la pulsión del lenguaje para transcender lo perecedero. Se retoman ausencias como la del padre, que todavía vive en el mapa de la memoria como si fuera la raíz fuerte de un árbol contra el tiempo, o la presencia auroral y cálida de la madre “rubia y azul, liviana y primavera”, como máxima expresión de la generosidad y la ternura. Este encuentro con las preguntas esenciales también convoca a Dios, esa gran incógnita que forma parte de las sombras más densas del pensamiento. Y no faltan las grietas que se asoman a la propia identidad para recordar que somos actores secundarios que tardan en encontrar el itinerario de un destino propicio: “¿Dónde está la verdad? / Yo la busco sin cesar, / el otro día / la vi un momento / por pura casualidad”., .
  En ese estado de melancolía e incertidumbre, de saber que la existencia es un fluido cauce de dolor y lágrimas, llega el consuelo de la escritura. Esa tarea que ayuda a preservar los recuerdos y que enlaza pasado y ahora en el mismo afán de sostener lo perdurable, tras la ventana abierta de lo cotidiano; pero el amor nos salva, aunque tenga la frágil cadencia intangible de los sueños.
  El yo poético se siente una sombra y se empeña en entenderse a sí mismo. El poema se esencializa hasta convertirse en un apunte que recorre el espacio cerrado del aforismo: “Un Dios vela por mí… Pero no sé quién es”; “No me caben en el armario tantos sueños”; “Tus ojos están llenos / de pájaros asustados”, “Abrir los ojos para ver a los poetas que existen / y trabajan la palabra”. O esa despedida final que cobra la fuerza de enlazar la vida con un sueño donde la muerte es el único despertar: “Cierro el libro. /Dejadme soñar”
    Juan Antonio Mora halla en la poesía su máxima razón de ser. Los poemas reclaman voz para dejar en las palabras una escueta y meditada reflexión sobre el hombre frente al espejo de su conciencia. La vida con sus laberintos cotidianos va dejando entre las manos la piedra gastada de las utopías, el rastro de una arqueología que nos vuelve vulnerables y frágiles. Solo queda la poesía, esa vocación auroral de preservar ilesa la esperanza.
 

JOSÉ LUIS MORANTE



martes, 17 de enero de 2023

JUAN ANTONIO MORA. LAS FLORES ME LLAMAN

Las flores me llaman
Juan Antonio Mora
Prólogo de Juan Vicente Córcoles de la Vega
Ilustraciones de cubierta e interiores: José Ramón Navarro
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2022

 

RESTAURAR SILENCIOS

 
   A lo largo de las cuatro últimas décadas, el material poético de Juan Antonio Mora (Andújar, 1950) sigue una senda realista. Muestra en su desarrollo una expresión lacónica; simplifica el lenguaje con enunciados narrativos que dotan al suelo del poema de un claro sentido existencial. En el molde versal siempre encuentran sitio el entorno de lo cotidiano y las experiencias del poeta. Su travesía de madurez alienta una envidiable fertilidad creadora. Las entregas en los últimos años aportan a la bibliografía personal la compilación La alegría del aire (2019), selección de un largo tramo creador prologada por el poeta, narrador y ensayista Alberto García-Teresa, el poemario, Nubes, que cuenta con un prólogo del artista y excelente poeta Juan Carlos Mestre, y La silla vacía, obra editada en 2022, donde encontramos a Juan Antonio Mora vadeando asuntos propios, revisando preocupaciones vitales, buscando la realidad inasible de su propia verdad, doliéndose siempre ante la extrañeza del mundo desde una conciencia latente.
  Juan  Vicente Córcoles de la Vega firma el umbral de Las flores me llaman, cuya hermosa cubierta e ilustraciones interiores pertenecen al artista José Ramón Navarro. El cálido prólogo recuerda que en los estratos poéticos de Juan Antonio Mora hay resquicios sentimentales, toma de conciencia frente a lo colectivo, interioridad que manifiesta el sentir más hondo y esa sensación que aporta el complejo del superviviente, la radical soledad del hombre frente a la intemperie, entre un clamor de voces reales reales e imaginarias.
   Algunos poetas están íntimamente unidos al recorrido humanista porque han sido escritores en cuya obra están entrelazados el discurrir vital y la pulsión del lenguaje para transcender lo perecedero. Así lo escribe Fernando Pessoa: “Me despierto para saber que existo”. Esta gran cita es la primera de un largo inventario paratextual, integrado por Juan Carlos Mestre, Trudy Mangel, Óscar Wilde, Joan Margarit, Antonio Orihuela y José Luis Morante. Juan Antonio Mora es un gran lector y no ha cambiado en absoluto los referentes, las afinidades literarias ni su forma de entender el discurso poético como un camino interior que recupera belleza, emoción y pensamiento.
  La melancolía deja el gris en la ventana abierta de lo cotidiano; pero el amor nos salva, aunque tenga la frágil cadencia intangible de los sueños. El yo poético busca en los pliegues de la memoria. Allí encuentra recuerdos y pérdidas, las presencias que se marcharon para siempre pero que dejaron en el tiempo una oquedad irremplazable, como la madre, tan presente en abundantes composiciones de Las flores me llaman.  Empeñado en entenderse a sí misma, la imaginación del hablante poético nunca se aleja de la realidad; conoce el absurdo de la vida social y los agujeros negros de la historia. El poema “Holocausto” recorre la zona umbría del terror nazi para pronunciar estremecido la inquietante pregunta de T. Adorno: “¿Hay poesía después de Auschwitz?; y de nuevo la inclemencia de la historia tiñe de rojo el espacio callado del poema en Ucrania, para buscar esas víctimas inocentes de los niños y la población civil, masacrados por la barbarie del dictador ruso. Como escribiera, con lacónica fuerza expresiva E. Cioran: “Todos los dolores tienen nombres”. “Poema contra la guerra” alza la voz e intenta dejar la vela encendida de la denuncia para desenmascarar a los culpables que causan dolor y llenan los días de sangre.
  El poema es una senda de conocimiento e iluminación, una manera de descubrir las voces entre la niebla, donde nos llaman flores, pájaros, árboles y hombres dormidos en el arcón de la memoria para volver a la evocación y la elegía, a aquel hermoso sueño de lo humano  que cobija el patrimonio intacto del recuerdo. Las flores me llaman es también un puente entre vida y sueño, un estremecimiento despojado que invita al silencio para seguir buscando en un mundo de sombras una incertidumbre encendida, un resquicio de luz.
 

JOSÉ LUIS MORANTE

viernes, 30 de septiembre de 2022

JUAN ANTONIO MORA. LA SILLA VACÍA

La silla vacía
Juan Antonio Mora
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2022

 

PELDAÑOS
 

   Los últimos años de Juan Antonio Mora Ruano (Andújar, 1950) desmienten cualquier conformidad literaria; evidencian una incansable fertilidad creadora. Conforman una etapa en la que han salido entregas referenciales del poeta e impulsor durante muchos años de la revista La hamaca de lona, como el balance La alegría del aire (2019), selección del trayecto prologada por la complicidad lectora del poeta y ensayista, Alberto García-Teresa y un poemario de altura, Nubes, enriquecido por la palabra sabia del artista multiplidiscipinar y excelente poeta Juan Carlos Mestre. En ambos trabajos busca sitio el mismo empeño estético, una fuerza creadora el que aborda la subjetividad del yo como apretura hacia el otro. El afán literario es una forma de existir, una manera de adaptarse al contexto y sus circunstancias cambiantes desde una conciencia crítica. La sensibilidad poética deja escuchar su latido a través de un sondear profundo e introspectivo. Lejos de cualquier esteticismo, las palabras configuran coordenadas para el refugio y la compañía; son lumbre encendida frente a la intemperie. O como subraya con sosegada certeza en su prólogo Alfredo Ybarra: “En La silla vacía encontramos a Juan Antonio Mora buscando la verdad de sus palabras, de sus versos, revisando su vida, buscando su propia verdad, doliéndose siempre desde el aliento del verso. Porque las palabras cuando están cargadas de su autenticidad son la puerta que da paso a la plenitud”.
  La estela creadora derrama en el umbral un amplio abanico de reflexiones en boca de Cioran, Walter Benjamin, Fernando Pessoa, Juan Carlos Mestre, Jorge Riechmann y José Luis Morante. Todos comparten esquirlas pensativas que unen pensamiento y poesía; saben que el arte ha de conmover y que los poemas nunca son neutrales y conmocionan a quien les abre ventanas interiores. Como advirtiera Miguel de Unamuno las palabras nos salvan, entrelazan sentimientos y pensamientos, alzan vuelo a la exploración de una tierra de nadie en la que se define la voluntad de ser, el compromiso cívico del yo con la realidad, desde donde aflora siempre el horizonte de las pérdidas.
   Por eso en La silla vacía –qué hermosa manera de definir la ausencia- están íntimamente entrelazados el recorrido existencial y la fuerza del lenguaje para dar un sesgo de vida a lo transitorio. Nace así un deseo de transcender lo perecedero, de buscar el significado de esos grandes conceptos que someten al fluir de la conciencia a una continua lucha contra el tiempo. Juan Antonio Mora no ha cambiado en absoluto su forma de decir las cosas; ama el despojamiento y la desnudez, el tono íntimo de la confidencia. La tristeza parece imponerse sobre lo cotidiano y apagar los colores diarios, con su cadencia inesperada. Llena al yo poético, sumido en una estela de soledad y grisura.
   Empeñado en entenderse a sí mismo, todo empuja al hombre a una larga búsqueda de sentido y de asumir el propio destino personal; un destino que es también el destino de todos porque en cada uno de nuestros bolsillos perdura una revolución pendiente. El marcado deambular del desasosiego recorre la zona umbría del paso del tiempo, el desgaste físico que cada vez más aflora desde la zanja abierta del espejo; y el cúmulo de ausencias que la muerte convierte en lejanía y olvido, creando una intensa desolación interior: “Hoy, en esta tarde ociosa,  / yo, esencialmente vivo, / me pregunto qué será / de mis amigos muertos / Luis, Javier, Tomás, Eladio, / dónde habitarán sus almas / en este hastío sereno / en esta quimera absurda / en el ocaso del pensamiento moderno”:
  La palabra en el tiempo del sujeto verbal sufre también la inclemencia de la historia, esas sombras tenebrosas que han marcado itinerarios colectivos convirtiendo cada ciudad, como escribiera Dámaso Alonso, en las irrepetibles páginas de Hijos de la ira, en una inacabable fosa colectivo. Por eso es preciso recordar, alzar el dedo y denunciar, pronunciar como Zola el yo acuso para que algún día sea posible la luz de la esperanza., para que los temas que causan dolor se sienten a dormir su largo sueño en el arcón de la memoria y podamos volver a la evocación y la elegía, a aquel hermoso sueño de pureza e ideales que guardaba la infancia.
   Juan Antonio Mora muestra en los poemas de La silla vacía las cicatrices de lo vivido; su generación pertenece a un tiempo marcado por la guerra civil y por aquella línea siniestra entre vencedores y vencidos. Por eso, en este puente de palabras y vida, que crean sus versos despojados  hay dolor, el dolor abierto de la injusticia, la decepción ante un mundo de sombras que ha perdido sus columnas éticas.  Y en ese caminar hacia la última costa cada gesto adquiere un claro perfil ético, el paisaje limpio de la coherencia, la firmeza de ser poeta sin estridencias contra sí mismo y contra el tiempo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 


 
 

 

jueves, 18 de marzo de 2021

JUAN ANTONIO MORA. NUBES

Nubes
Juan Antonio Mora
Prólogo de Juan Carlos Mestre
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2021

 

LAS HERIDAS DEL TIEMPO


   Los poemas compilados en La alegría del aire (2019), un balance intenso del trayecto lírico de Juan Antonio Mora (Andújar, 1950), prologado por la complicidad lectora del poeta y ensayista Alberto García-Teresa, mostraban una manera de entender el hecho literario desde la hondura existencial. La palabra escenifica la geografía dolorosa de un espacio interior y postula un lugar en el presente en el que conviven los aguafuertes de la evocación y la percepción crítica de una realidad desapacible. Al cabo, un diálogo tonal entre lenguaje y existencia que muestra el testimonio personal del sujeto biográfico y su vigilante actitud en lo transitorio.
  La estela creadora de Juan Antonio Mora continúa senda con Nubes, un poemario abierto con la palabra sabia del poeta y artista multidisciplinar Juan Carlos Mestre. El prólogo alza vuelo subrayando el humanismo derramado del poeta, su compromiso cívico y su adscripción permanente a la utopía de la libertad, base fuerte de la reconstrucción de un mañana habitable. Mestre vincula la mirada poética del escritor a ese estar que entrelaza subjetividad y ser colectivo: “La poética de Juan Antonio Mora nos habla de la condición amorosa, también del dolor y del sentimiento de pérdida. Su palabra ejerce su conjuro, como una letanía laica, contra la enfermedad que cerca lo más querido, la irradiante figura simbólica del hijo, el espacio clausurado a la felicidad, lo paradójico de cuanto se aúna en el fervor sagrado, la consolación y los estragos de toda duración hacia el horizonte de la pérdida”.
   El sustrato cultural suma citas de poesía y pensamiento, los latidos luminosos de Hegel, Cioran, Emilio Lledó, Jorge Riechmann y Juan Carlos Mestre. Abre ventanas a la pulsión directa de un decir despojado, exento de ornamentación metafórica, que contrasta el estar desaliñado de una realidad paradójica, en la que se dan la mano vida y muerte. La soledad del protagonista lírico busca su verdad, esa larga búsqueda del sentido vital donde el dolor transpira fuerte. El marcado deambular del desasosiego muestra la zona umbría de la enfermedad y cómo su peso lastra la felicidad y el tacto remansado del amor; es difícil entender lo que no tiene pautas racionales y es muy complejo librarse de la angustia en las amanecidas rutinarias de los días. Aún así, la poesía de Juan Antonio Mora mantiene la llama encendida del amor y la ternura: “Tu felicidad  me eleva / me hace parecer feliz / en un mundo de infelices. / Y yo, a veces, lo soy.” Desde esa alegría, perecedera y subversiva se abren las ventanas a la calle. No se ignoran las grietas, ese aspecto erosivo de una sociedad desatinada que aletarga la conciencia y pierde la brújula de las emociones.  Esta presencia firme de lo real desvela el pensamiento e invita a la reflexión: “La ventana por donde miro / este cielo azul y único / me conduce a la luz tardía / del sueño y del pensamiento” (P. 36).
  Cauce existencial y senda literaria se sientan en la misma mesa para compartir sensaciones y confidencias. Y en ese puente de palabras y vida, el ser para la muerte cobra aliento, perdura, camina a contraluz. Pero no es un yo solitario y ensimismado, sino un sujeto cívico que hace suyas las reivindicaciones necesarias de la dignidad y la ética: “He hecho de mi vida un poema / y de este dolor una canción. / Y no me arrepiento de nada. / Todo está escrito en el aire /y en la cabeza de un pájaro loco / que vuela en mi corazón”. Así crece el poema desde el pacto con la coherencia y la renuncia de la decepción, desde una escritura emotiva, llena de sentimientos que hace de los poemas de Juan Antonio Mora un reducto de sueños, un lugar sencillo y natural, no exento de materiales emotivos donde la amada y el hijo se definen como presencias centrales. Nubes de paso que llenan el cielo y hacen de la levedad etérea de las palabras una casa encendida.
 
JOSÉ LUIS MORANTE