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domingo, 23 de mayo de 2021

PILAR BLANCO DÍAZ. YO ESCRIBO LA NOCHE

Yo escribo la noche
Pilar Blanco Díaz
Premio de la Crítica Valenciana 2020
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete 2020

 

NIEBLA CON LUZ

 

   El sostenido entusiasmo de Chamán Editorial, la escala de tinta dirigida por Ana Isabel Toboso y coordinada por el poeta Pedro José Gascón Piqueras, impulsa el amanecer de Yo escribo la noche, una colección de poemas de Pilar Blanco Díaz, quien también publicó en la editorial manchega la entrega anterior Vigía de su paso (2018). El libro escoge como título un fragmento versal de Alejandra Pizarnik: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche / escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”. El poemario comienza con un pórtico, “Umbral”, tras el paratexto de Hugo Mujica. Contiene solo una composición breve pero clarificadora sobre la forma de entender la mirada lírica de la poeta de Bembibre asentada en Alicante. Refrenda la vigencia en su trayectoria del sustrato onírico que vela el calado sentimental. La opción por el poema casi minimalista refuerza la confianza en el destello lírico y el empleo de un coloquialismo confidencial, en el que florece de improviso la fuerza expansiva de la metáfora, el estrato renacido del neologismo, o el trenzado de imágenes: “Es la silueta de la noche un pájaro / que apenas se sostiene en la tiniebla; / y es la tiniebla pórtico de luces, / temblor que no se eclipsa contra el suelo, / el manantial, la voz que permanece”.
   La sensibilidad de Yo escribo la noche considera la luz como una semilla provisoria que aguarda en el surco la amanecida germinal. En ese despertar del tiempo marca el paso el discurrir afectivo y emocional que sobrevive a cualquier premonición de sombras. El lenguaje crea espejismos, extrañas certezas que se van acumulando para ser tierra firme y voluntad de vida. Así se fortalece un diálogo abierto entre el sentido y la intuición irracional que se explora con un despliegue de interrogantes y sirve como pauta indagatoria a las palabras. El léxico compone un pentagrama en el que el amor presenta un perfil hermético: más allá del concepto y los significados, de los signos y sus relaciones con la realidad, se convierte en pulsión ontológica; siembra sobre el azul de lo diario nubes de luz, indicios de un alfabeto subjetivo que se esfuerza por renacer. 
    Por su entramado orgánico, la entrega de Pilar Blanco dispone su deambular en tres meandros. Si “Ello”, en el tramo de inicio incide sobre el decir introspectivo del yo enamorado, el segundo segmento “S”, titulado con cierto lucidez enigmática, si se me permite el oxímoron, puede considerarse el necesario enfoque del plural, esa suma de dos que sostiene la casa compartida. Sobrecoge la cita del nihilismo existencial de José Saramago que palpa la piel fría de la esperanza. En su condición más íntima, el yo percibe la grieta, la desazón, el perfil inquietante de las sombras al paso: “Tengo un dolor / aquí / donde la cicatriz limita con la noche”. Tantear el pasado es dejar constancia de una fuerte deriva existencial, es habitar de nuevo los rincones de una larga senda circular e inconclusa, hecha de laberintos e intemperie. Pero la poesía siempre trasciende el umbral personal para hacerse testimonio común, una geografía de la pena que recuerda en su queja el grito común. Así sucede en el poema “Cerrando astillas” un intenso monólogo dramático de un quijote atemporal que recuerda la pérdida. Todo el apartado expande una creciente sensación de impotencia, como si el yo fuera consciente de habitar un tiempo diseñado por el pesimismo atroz de algún dios ciego.
   La coherencia de ambas secciones, suma en su tramo final el apartado “Ella” que reivindica con fuerza la identidad en lucha de la voz femenina: “Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron. / cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen astros con maletas llenas, / como albergues de sueños en una espera inútil”.. Pilar Blanco Díaz extrema la selección del paratexto con nombres propios convertidos en voces referenciales. Otra vez la épica sin épica del existir, la herida abierta, los jirones de una garganta rota, el lenguaje de un legado continuo que se retroalimenta y expande con nuevos enfoques. Las citas subrayan intensas revelaciones del dolor y la soledad, cuestionan el conformismo, rastrean el discurrir biográfico, tintan de negro el clima epocal para abrir sendas, profundas e inexploradas, a la sensibilidad subjetiva.
   En ese cruce intacto de intimismo y exploración verbal, el poemario Yo escribo la noche de Pilar Blanco Díaz recorre una geografía sentimental que habla del regreso y la pérdida, de la contraverdad de un yo enfrentado a sus propios fantasmas del pasado y sus renacidas certidumbres. Visualiza en plano corto el periplo de una sensibilidad crítica empeñada en no ser dulce, en dejar en sus ojos la ceniza volátil del incendio.

JOSÉ LUIS MORANTE


jueves, 30 de julio de 2020

PILAR BLANCO DÍAZ. YO ESCRIBO LA NOCHE




Yo escribo la noche

Pilar Blanco Díaz

Chamán Ediciones

Colección Chamán ante el fuego

Albacete, 2020

                                                             

                                                                    NIEBLA CON LUZ

   El sostenido entusiasmo de Chamán Editorial, la escala de tinta dirigida por Ana Isabel Toboso y coordinada por el poeta Pedro José Gascón Piqueras, impulsa el amanecer de Yo escribo la noche, una colección de poemas de Pilar Blanco Díaz, quien también publicó en la editorial manchega la entrega anterior Vigía de su paso (2018). El libro escoge como título un fragmento versal de Alejandra Pizarnik: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche / escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”. El poemario comienza con un pórtico, “Umbral”, tras el paratexto de Hugo Mujica. Contiene solo una composición breve pero clarificadora sobre la forma de entender la mirada lírica de la poeta de Bembibre asentada en Alicante. Refrenda la vigencia en su trayectoria del sustrato onírico que vela el calado sentimental. La opción por el poema casi minimalista refuerza la confianza en el destello lírico y el empleo de un coloquialismo confidencial, en el que florece de improviso la fuerza expansiva de la metáfora, el estrato renacido del neologismo, o el trenzado de imágenes: “Es la silueta de la noche un pájaro / que apenas se sostiene en la tiniebla; / y es la tiniebla pórtico de luces, / temblor que no se eclipsa contra el suelo, / el manantial, la voz que permanece”.  La sensibilidad de Yo escribo la noche considera la luz como una semilla provisoria que aguarda en el surco la amanecida germinal. En ese despertar del tiempo marca el paso el discurrir afectivo y emocional que sobrevive a cualquier premonición de sombras. El lenguaje crea espejismos, extrañas certezas que se van acumulando para ser tierra firme y voluntad de vida. Así se fortalece un diálogo abierto entre el sentido y la intuición irracional que se explora con un despliegue de interrogantes y sirve como pauta indagatoria a las palabras. El léxico compone un pentagrama en el que el amor presenta un perfil hermético: más allá del concepto y los significados, de los signos y sus relaciones con la realidad, se convierte en pulsión ontológica; siembra sobre el azul de lo diario nubes de luz, indicios de un alfabeto subjetivo que se esfuerza por renacer. Por su entramado orgánico, la entrega de Pilar Blanco dispone su deambular en tres meandros. Si “Ello”, en el tramo de inicio incide sobre el decir introspectivo del yo enamorado, el segundo segmento “S”, titulado con cierto lucidez enigmática, si se me permite el oxímoron, puede considerarse el necesario enfoque del plural, esa suma de dos que sostiene la casa compartida. Sobrecoge la cita del nihilismo existencial de José Saramago que palpa la piel fría de la esperanza. En su condición más íntima, el yo percibe la grieta, la desazón, el perfil inquietante de las sombras al paso: “Tengo un dolor / aquí / donde la cicatriz limita con la noche”. Tantear el pasado es dejar constancia de una fuerte deriva existencial, es habitar de nuevo los rincones de una larga senda circular e inconclusa, hecha de laberintos e intemperie. Pero la poesía siempre trasciende el umbral personal para hacerse testimonio común, una geografía de la pena que recuerda en su queja el grito común. Así sucede en el poema “Cerrando astillas” un intenso monólogo dramático de un quijote atemporal que recuerda la pérdida. Todo el apartado expande una creciente sensación de impotencia, como si el yo fuera consciente de habitar un tiempo diseñado por el pesimismo atroz de algún dios ciego. La coherencia de ambas secciones, suma en su tramo final el apartado “Ella” que reivindica con fuerza la identidad en lucha de la voz femenina: “Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron. / cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen astros con maletas llenas, / como albergues de sueños en una espera inútil”.. Pilar Blanco Díaz extrema la selección del paratexto con nombres propios convertidos en voces referenciales. Otra vez la épica sin épica del existir, la herida abierta, los jirones de una garganta rota, el lenguaje de un legado continuo que se retroalimenta y expande con nuevos enfoques. Las citas subrayan intensas revelaciones del dolor y la soledad, cuestionan el conformismo, rastrean el discurrir biográfico, tintan de negro el clima epocal para abrir sendas, profundas e inexploradas, a la sensibilidad subjetiva. En ese cruce intacto de intimismo y exploración verbal, el poemario Yo escribo la noche de Pilar Blanco Díaz recorre una geografía sentimental que habla del regreso y la pérdida, de la contraverdad de un yo enfrentado a sus propios fantasmas del pasado y a sus renacidas certidumbres. Visualiza en plano corto el periplo de una sensibilidad crítica empeñada en no ser dulce, en dejar en sus ojos la ceniza volátil del incendio.




lunes, 13 de abril de 2020

VERSOS-VERSUS-VIRUS (ANTOLOGÍA POÉTICA)

Versos-versus-virus
(Antología poética digital)
Edición de Pablo Blanco
Cubierta e ilustraciones de Mai Hidalgo
Maquetación de Alba Izquierdo
Valencia, 2020

PALABRAS FRENTE A LA NOCHE


   Un mínimo introito del coordinado de esta antología resulta la textura esencial de la palabra poética como un viaje de conocimiento  y diálogo con el otro. Las palabras abrazan. Tienden la mano. Visten al pensamiento. Y ese es el valor singular de esta selección poemática que llega a la oscurecida habitación del presente como una amanecida.
   Cuarenta y siete voces de dos generaciones en activo y distintos entornos geográficos aportan una escueta biografía personal y un único poema que busca las coordenadas causales del verso para que refrenden su dimensión habitable en un momento histórico proclive al ensimismamiento y con una sensibilidad cercana al desajuste emocional.
  Así se van sumando teselas personales para componer un espacio sentimental común, que se hace sosiego y riqueza cognitiva. Son los poemas los que deben ofrecer el verdadero rostro de la aurora. La escritura no es sino el reflejo de la conciencia que solo se remansa en su senda por la presencia de las ilustraciones oníricas y coloristas de Mai Hidalgo..
  Se me disculpara si no escribo la amplia redacción de participantes y solo resalto, por su cercanía afectiva y por la calidad de su aportación algunos nombres como Pilar Blanco Díaz, Blas Muñoz Pizarro, Ángela Serna, Pilar Verdú, Teresa Garbí, Víktor Gómez o José Antonio Olmedo López Amor. También  perduran tras la lectura por la mutación expresiva los aforismos de la esperanza de Roger Swanzy y la invitación al haiku estacional de Gregorio Muelas Bermúdez. Pero el listado de buenos poemas es mucho más amplio. Se puede resaltar una tendencia natural al poema corto y al uso de una dicción comunicativa que aborda el entorno como campo perceptivo. La mirada del hablante lírico despierta para trascender la epidermis de la realidad.
   La pandemia ha convulsionado la rutina diaria y nos ha sometido a un confinamiento inquieto que abre laberintos y preguntas en el campo introspectivo de la poesía y en el ánimo crepuscular. Afuera sobrevuela una innegable tristeza. Pero la poesía abre los ojos y las manos para hacerse fuente de renovación e impulso, razón de ser. El verso permite preservar la inocencia; percibir el entorno con los ojos claros del asombro. 


                                                                              JOSÉ LUIS MORANTE

sábado, 21 de diciembre de 2019

RATOS Y ERRATAS

Caligrafías


DICCIONARIO DE ERRATAS

A Pilar Blanco Díaz,
magisterio básico en mi sentido del humor


Elejía: subgénero lírico con gran poder desinfectante que empleaba con frecuencia el poeta Juan Ramón Jiménez.

Poesía depilada: etiqueta poética del siglo digital, usada por el crítico Pelillos Alamar. El concepto  toma como núcleos creadores de  la composición la cera y el láser. A la plebe lírica actual los temas eternos –el amor y la muerte- le parecen superados y dignos de obsolescencia programada.

Epizafios: inscripciones sobre la tumba de poetas que en vida practicaron un realismo sucio, casposo y escatológico.

Cristóbal Colon: navegante intestinal que prodiga itinerarios entre el ciego y el recto.

La música cayada: cadencia en estado de senectud, enferma de artrosis, que se desplaza mediante apoyos complementarios en compañía de la soledad sonora.

Igluglu: casa de un esquimal a punto de derretirse por el cambio climático



viernes, 22 de junio de 2018

PILAR BLANCO DÍAZ. VIGÍA DE TU PASO

Vigía de tu paso
Pilar Blanco Díaz
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2018


EN VUELO


  Los prólogos tienen una naturaleza justificatoria. Sirven de estantería intencional. Ponen el énfasis en la razón de escritura, aunque su perspectiva resulte subjetiva y parcial. No es un asunto periférico al texto sino una manera de calcular el sustrato germinal. Su capacidad interpretativa se integra en el paratexto, como las citas o las notas complementarias. Pilar Blanco Díaz deja en su prefacio una defensa del poema intuitivo, de esa caligrafía que captura el fulgor y el destello en su fusión de aporte intelectual y experiencia sensible. Con ese ideario avanza su entrega Vigía de tu paso, trabajo que da continuidad a una amplia obra, iniciada en 1982 con Voz primera. Aquel paso adquiere recorrido en más de una decena de poemarios, de los cuales una amplia selección se recoge en la antología Con la cal en los dedos (1982-2010).  El trayecto sigue y recorre nuevas estaciones como Alas los labios y Raíces de la sangre; un afán creador reconocido con abundantes premios como el Francisco de Quevedo, el premio Internacional Miguel Hernández, el premio Alegría o el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz.
  El yo poético de Vigía de tu paso no pretende construir un mundo de vivencias desde la confesionalidad de quien ofrece su versión de los hechos a partir de un exteriorismo descriptivo. Opta por la quietud contemplativa y hace de ese espíritu de sosegada aprehensión un acto introspectivo y una singularidad reflexiva. Quien percibe, sabe que estar es sentir el temblor de lo cercano, bucear en el reflujo transitorio del devenir, desde un planear libre. Quien observa parece asentado en el aire, hace del vuelo un ejercicio de libertad, asume el riesgo de sostenerse sin asideros para enfrentarse también a su propia contemplación.
  De ese gesto de testigo implicado nacen las veintidós composiciones de la sección “El que observa”. El sujeto lírico vive un tiempo de carencia e incertidumbre en el que se van diluyendo algunas estelas sentimentales próximas, como si habitase una oquedad que colmara el vacío. Pero hay que seguir el vuelo, “tejer aire y ala”, poner la voluntad lejos del ensimismamiento, en el empeño de moldear su hechura: “Estar sentado contemplando una lluvia que fluye detrás / de los cristales, que arranca el desperdicio de lo nunca / cumplido, que bulle en veladuras. Que es tuya y no / lo es.” Quien observa da cuenta, también, de las palabras de su propia incógnita, deja aflorar desde la piedra los contornos de un yo que se define hacia la luz.
  En todo este tramo escritural hay una estricta observancia de un lenguaje poético, de gran cuidado formal. Fluye un deseo consciente de huir del tono prosaico para imponer una sintaxis de tensión sostenida, sugestiva en imágenes que enmarca los versos en una atmósfera de onirismo expandido; la verticalidad es un camino hacia lo profundo.
  Argumentaba el crítico Mario Eraso que la poesía vertical de Roberto Juarroz promueve el pensar más que el sentir. Una cita del poeta y ensayista argentino abre paso al segundo apartado, “La criatura”; en ella se sienten cercanos el oxímoron y la paradoja. Son rasgos que también Pilar Blanco integra en su discurso lírico, en el que se concentran la voracidad del desasosiego y un estado crepuscular que deja signos en el pensamiento. La fuerza indagatoria del poema insiste en desvelar el misterio que es interrogación sobre los códigos de la identidad. En cada sujeto respira una fuerza interna que fortalece la inquietud porque, de continuo, urde dudas sobre la naturaleza del yo, o el avance aleatorio del ser. El pensamiento carece de caminos trazados, avanza por tanteo.
  Símbolo pleno de claridad y encuentro “El espejo de agua” representa la contemplación de un yo fronterizo que fusiona cercanía y extrañeza. El yo se desdobla y da sentido a una expresión dialogal que polariza vivencias y sensaciones. El amor sigue siendo germen de la palabra, llave existencial, rastro a seguir en esa búsqueda incansable de la plenitud: “Vivir en ignición o no vivir”; el sujeto escucha dentro, siente en sí el repicar de las horas y las mutaciones del discurso amoroso como una lluvia que resbala sobre la piel de lo diario. Quien se mira traduce los mensajes de un yo remoto, repleto de cicatrices, que duerme en la raíz: “-Soy eterno, pues amo. / Amar es la raíz de lo infinito. / Amar es conocerse, es luz desde otros ojos. / Y tú, juez implacable de lo ajeno, / nunca sabrás quién eres realmente / si no te dejas ser aferrado a otros labios, / a su decir distinto“.
  Pilar Blanco enlaza el punto de partida del poema “Alfa” en un recorrido circular con la composición “Omega”, que sirve como epílogo del poemario. Ambos textos meditan sobre el vuelo de un innominado Ícaro, una exploración argumental que ha impulsado poemas de R. Walser, W.C. Williams y Auden. La poeta relega el asunto mitológico para centrarse en el vuelo como destino. la elevación como actitud sublime frente al pragmatismo rampante de lo real. El vuelo es un alto mirador; permite contemplar y ser testigo del manso transitar del presente, convierte las alas es fulgor y fuego.