Crepúsculo, Adela Sánchez, 2013 |
De nuestra historia, datos inconexos,
migajas de una tarde y enmohecidas voces
que rebrotan de súbito en los labios.
Crepúsculo de marzo. Causa el frío
una porosa sensación de agobio;
encendiendo un cigarro me decías:
sé bien que el tiempo es improbable axioma,
concepto relativo que persigue un reloj;
de su inútil certeza se deriva
que sea eternidad un solo instante.
Mas no puedo evitar
que nuestro tiempo a veces se extravíe
y aparezca después, mucho más viejo,
con la mirada turbia y melancólica.
(De Población activa, Gijón Deva, 1994)
Estupendo poema, como siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarQuerido amigo, desde aquí te recuerdo con la amistad de siempre. Como sabes, el blog me ha capturado y resulta difícil no acercarme a sus entradas; pero necesitaba un poco de sosiego para estar sin el reloj latiendo a cada paso. Y está el mar, es un confidente ejemplar en el que siempre encuentro un sereno estar hospitalario. Nos vemos al regreso.
EliminarNo sé nada aún del cuaderno de haikus. Pero te lo guardo con dedicatoria. Un abrazo fuerte y mi gratitud por tu apoyo a esta parte de mí.
¡Ay, el tiempo!, José Luis. ¿No somos acaso también argamasa de su misma materia, inconcreta y tenaz? Hoy, precisamente, escribía un poema (otro) con él de protagonista (o acaso no). Supongo que un día de estos lo subiré al blog.
ResponderEliminarDesde esta Talavera, que esta tarde se enmascara con el gris de Galicia, un fuerte abrazo.
Somos el tiempo que nos queda, querido Antonio, y a su capricho se traza el porvenir con la lluvia de la incertidumbre.
EliminarAbrazo desde la línea de costa, donde todavía se ven unas briznas de sol.
Al hilo de tu cita de Caballero Bonald, he recordado este soneto, escrito ya hace tiempo y que, si no recuerdo mal, debe de andar por algún rincón de Verbo y penumbra. Aquí te lo dejo:
EliminarSomos el tiempo que nos queda, pero,
al mismo tiempo, somos lo que fuimos,
lo que ganamos y lo que perdimos;
lo que fuimos haciendo del sendero.
Somos lo que ofrecimos con sincero
afán de compartir; lo que sentimos
ante el amor o el odio; lo que vimos,
lo que olvidamos; lo total, el cero.
Somos, en una vida, muchas vidas.
Muchos sueños que, acaso, malogramos.
Alguno, que alcanzamos con firmeza.
Somos la cicatriz de mil heridas.
Lo que nos dieron y lo que entregamos.
Lo que, con nuestro adiós, después, empieza.
Un abrazo,
Ahora la entrada tiene un valor mucho mayor, querido Antonio, porque tu poema de técnica excelente nos deja entre las manos un verdadero soneto de aliento clásico.
EliminarEnhorabuena. Un placer contarte entre mis amigos.
Qué bonito nos muestras esa hilaridad del tiempo
ResponderEliminarque se extravía -o extraviamos- para recoger el
testigo después, pero ya no es igual, es tiempo
pasado en un presente que encuentra a otros
protagonistas, los jóvenes se fueron.
Un fuerte abrazo
Querido Paco, me alegra ver que tu interpretación del poema coincide plenamente con la mía. Uno se empeña en escuchar las voces de lo que fuimos y mira con perplejidad las canas interiores de lo que somos. Y en ese transcurso nos vamos apagando, vamos sembrando pasos.
EliminarMis poemas contigo nunca están solos. Un abrazo fuerte.
Somos sensaciones y emociones que se cuelgan de hechos, sentimientos, recuerdos... El tiempo es igual, pero nuestro mundo interno lo percibe de distintas formas dependiendo de la emocionalidad imperante... Nuestra memoria hace de las suyas también... Un gran abrazo, por un gran poema.
ResponderEliminarQuerida Paty, el discurrir nos llena las manos. Nosotros ponemos voluntad y un continuo deseo de permanencia; pero nuestra naturaleza es frágil y está en manos del tiempo: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos; el tiempo tampoco...
ResponderEliminarTus palabras son un regalo, Paty, gracias por dedicar un poco de tiempo a mi literatura. Todo poema tiene un destinatario especial: seguro que tú eres el de estos versos.
Querido José Luis: disfrutando de tus versos me acordé de un fragmento escrito hace un tiempo: "Si escribir es un mandato social, deberíamos agregar aquí que es también una exigencia ética. Me explico: en este mundo que nos tocó vivir en el que hay piedras, árboles y animales (alguno de los cuales hablan) existe un amo que somete a todo lo existente a una dictadura invencible: el tiempo cronológico que, por otra parte, es el mejor maestro, si no fuera porque va matando a sus discípulos. Como me dijo un viejo borrachín hace unos años: "lo malo es que cuando estamos preparados para el examen, cierran la Escuela". En este mundo, decía, existe un ser del que, a veces, se puede decir que "es una piedra", otras se lo puede "dejar plantado" como un árbol y, en verdad, es un animal que se diferencia de los demás por la atroz maravilla del lenguaje gracias a la cual vive -además de la servidumbre al amo que lo va a matar- otros tiempos: la ínfima eternidad del impulso, el futuro anterior del deseo, la intemporalidad histórica de la escritura. He aquí la exigencia ética: escribir para aumentar la deuda simbólica con los que escribieron para que pudiera leer, con ese legado cultural del que somos deudores si no queremos caer en la locura de creer que el mundo ha nacido con nosotros y que con nosotros morirá". Quería compartirlo contigo, como un eco a tu suave y acerado poema, Un fuerte abrazo
ResponderEliminarQué intensa y que lógica tu reflexión de hoy, querido Emilio. Comparto tu filosofía y me quedo con el sentido del humor que nunca, o casi nunca, ha sido compañero de viaje de mi quehacer literario. Al sentido ético que ha de tener cada renglón añado la necesidad de afecto de lectores como tú. Como decía Mario Benedetti: escribo para que me quieran.
EliminarUn fuerte abrazo.