Los poemas de Horacio E. Cluck Luis Miguel Rabanal Huerga & Fierro Editorial Madrid, 2017 |
ÓSMOSIS
Para que la oscuridad del dolor no se convierta en patetismo
declamatorio, su expresión literaria exige una perspectiva. Lo sabía muy
bien el poeta catalán Joan Margarit al
emplear como clave argumental de su poemario Joana la enfermedad y muerte de su hija; y lo sabe Luis Miguel
Rabanal al indagar sobre circunstancias existenciales complejas y compartir la
lucidez de su fiebre en Los poemas de
Horacio E. Gluck.
En las líneas introductorias de “Humo”, la caligrafía barroca de Andrés
González emplea esta expresión: “un poemario místico, bendito, sacrílego
también, como debe ser el agua fuera de mayo”; el prologuista también sondea la
identidad del protagonista lírico, Horacio Estanislao Cluck, como imagen
especular del yo biográfico y su memoria encendida. En suma, una advertencia al
lector de que, como en libros anteriores, en su amplia trayectoria poética Luis
Miguel Rabanal (Riello, León, 1957) cultiva una heterodoxia de sombra alargada
que transita por las diferentes secciones de esta propuesta lírica.
Desde la voz de un yo desdoblado arranca el apartado inicial en el que
encuentra sitio una dicción limpia que desvela intimismo y transparencia. En
ella fluye la conciencia de lo transitorio, el hilo débil que nos va acercando
a un tiempo cumplido y que requiere hacerse perdurable en el quehacer de “Los
constructores de palabras”. Desde su empeño, nace el poema cuyos rasgos
muestran fragilidad y añoranza, un discurso emotivo de quien se siente náufrago
a la deriva y conoce “el desastre de no pertenecer / a lugar alguno, / como los
vencejos de agosto”.
La segunda sección emplea como única forma el poema en prosa. La reflexión
difunde una estela de voces en la que
escuchamos la transpiración de varias identidades, aunque prevalece una voz
femenina asociada al recuerdo y al deseo, un deseo declinante que poco a poco
se convierte en soledad vencida, como si el ahora solo dejase sitio a los
recuerdos de otra cronología más propicia. La forma se emplea de nuevo en las
composiciones del cuarto apartado en el que prosigue “Desnudos” su variada
caligrafía reflexiva.
La
verdad aseverativa de la derrota requiere un comienzo, la reformulación de una
esperanza. Así parece anunciarse en el aserto que aglutina el tercer apartado
“Imploró llamas y adivinos”. Porque el amor no basta y el presente despliega su
grisura con su magra cosecha de sueños por cumplir, es necesario desplegar. La
muestra final “El viaje” establece un claro paralelismo entre el viaje y el
itinerario vivencial, en la línea de tantos autores clásicos; los poemas
recuerdan el discontinuo gotear de la memoria para dejar estampas adormecidas
de otro tiempo, con una geografía cómplice y cercana. Si el cuerpo de la amada
es el primer plano del laberinto en el tiempo que permite sobrevivir a la
incertidumbre, también se hace presencia la contemplación del propio destino
con la mirada del observador que descubre los claroscuros y asimetrías de la
identidad. El pasado ha perdido su luz onírica y ahora aparece como expresión
de una mentira a la que no se puede regresar; lo mismo sucede con la casa que
añade moho y derrumbe a sus cimientos o con las vivencias del discurrir siempre
confrontadas con la grisura de la soledad.
En Los
poemas de Horacio E. Cluck asistimos a un largo proceso de análisis
interior. La derrota invita a reacomodar lo cotidiano y salir al día para
buscar al yo trasterrado. Fiel a sus constantes poéticas, Luis Miguel Rabanal
despliega intimismo y nos revela esas sombras de arena que duermen en la
biografía del yo escindido. En ella se guarda un calor de vida ya gastada, la
sensación compleja de haber sido.
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