Fruta hendida Edda Armas Prólogo de María Ángeles Pérez López Cubierta e imágenes interiores de Fernando Adam Kalathos Ediciones Madrid, 2019 |
APETITOS, RENUNCIAS
La presencia de Edda Armas (Caracas, 1955) en el espacio lírico de
Venezuela se define muy pronto, en 1975, cuando sale al día su primera cosecha Roto todo silencio. El libro aglutina
casi cincuenta textos que enlazan aporte sensorial e indagación reflexiva. Así
nacía un discurrir fecundo formado hasta el presente por dieciséis poemarios. Un
cuerpo sólido que ha recibido notables reconocimientos y está representado en
antologías como la imprescindible Rasgos
comunes, poesía venezolana del siglo XX (Pre-Textos, 2019), con selección,
prólogo y notas de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni. En esa
muestra se define un breve ideario de Edda Armas, psicóloga social, gestora de
eventos culturales, profesora de talleres, editora, antóloga y poeta, y se
apunta el giro de trayecto desde una expresión concisa hacia un ángulo de
visión con mayor densidad narrativa.
El camino personal integra en 2019 Fruta
hendida, salida que cuenta con el prólogo “Si la memoria es una fruta y es
un país” de María Ángeles Pérez López, poeta, profesora universitaria del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de
Salamanca. Edda Armas refuerza el carácter simbólico del título con un aforismo
acogido entre las líneas iniciales: “escribe en el deseo de hilvanar lo
esencial con memoria de espinas”. Con selecta dicción, el prólogo enuncia que Fruta hendida, cuya imagen de cubierta
reproduce un hermoso bodegón de Fernando Adam, hace de las líneas del discurrir
contenida materia de lenguaje. Lo real muda en lo inasible intacto; perdura,
permanece, se asienta en los pliegues de la evocación como atinada valoración
del instante. Al cabo, como escribe Sylvia Miranda en el poema “Arar”: “Toda
fruta es una palabra”.
En el apartado “Cuando evocar se hace fruta” el sujeto poético incide en
el desgaste horizontal del tránsito, hecho anclaje de grietas y erosiones. Aún
así, los elementos cercanos, con su textura heterogénea, asoman a la mirada del
yo como terapias sensoriales capaces de alejar los fantasmas mudos del
conformismo. Nunca son formas ornamentales. La belleza está ahí, tangible y
transparente, mostrando al sol el hilo de la vida propicia a conjurar el
infortunio. Los poemas no ocultan las derruidas paredes, pero tras las grietas
del día perciben una hondura fértil en la que se cobija la esperanza. En el
interior de las palabras nace un querer renacer, una energía etérea, como el
pasar mudable de las nubes, donde adquieren fuerza brotes nuevos. Lo perdido
retorna, compone dentro un paisaje interior, es una fruta hendida que contiene
la pulpa vivencial de la experiencia y la claridad sensible del retorno. Esa
sensación de patrimonio intacto abre los sentidos a una contemplación gozosa de
frutos y aromas. Queda todavía mirar hacia adelante: “Las flores abiertas nunca
secan”.
La sección “Carbunclo de fructosa” integra una línea aclaratoria:”Seres
que arrima la marea”. Es una clave iluminadora que advierte de quiénes son los
protagonistas que habitan los poemas. Así, la composición “Mar de origen”
alienta un homenaje al padre, el escritor Alfredo Armas Alfonzo, protagonista
de un recorrido literario ejemplar. Se advierte de inmediato el impulso
germinal en la vocación de Edda Armas, quien también se hace indagación en el
poema a partir del nombre propio. Son compañía en el libro abierto de la
memoria el recuerdo de Elizabeth Schön, la callada vigilia de árboles y pájaros
en ese jardín umbrío que siembra los recuerdos de aromas familiares, o la
arquitectura castellana de Salamanca. En ella, la piedra tallada grava, con
terquedad, el sueño transitorio de monstruos, mitologías y personajes históricos.
Retornan ecos de Fray Luis de León y Miguel de Unamuno; llegan hasta el ahora
como sueños recurrentes y transitorios que a nadie pertenecen.
A esa sucesión de perfiles se incorporan Francisco de Asís, Tamara del
Jesús o Frida Kalho. Son voces que perseveran como fragmentos mínimos de otros
días y que dejan su lección vital sobre lo desvaído, como si fuesen manos que
sostienen y dan raíces a los días marcados por la desposesión.
Como estación final del poemario, el apartado “Si fruta fuese país”
expande una meditación sobre el dolor. La sensorial metáfora que enlaza fruta y
país se resiste al derrame del gris sobre las cosas. Se perciben en el árbol
familiar las raíces secas y crecen las ausencias. Es necesario sujetarse al
vacío y encontrar casa en otra parte. Quien permanece, soporta el filo punzante
de las despedidas o mira el caos con las pupilas de la infancia, en cuyo
trasfondo duerme en silencio la conciencia carnal de la experiencia.
Fruta hendida conforma un
cuerpo tonal de colores y luz frente al abatimiento y la disgregación. Niega la
desoladora contingencia de un tiempo de derrumbes para mirar una naturaleza
esclarecida por la belleza y el conocimiento. Hace de la palabra un sentir vivo
de canto y esperanza, de regresos que vuelcan su mirada en el
cristal del tiempo.
Alegría grande ver la poesía de Edda desde tu mirada. Eres un lector que maravilla, poeta.
ResponderEliminarGracias por acercarnos a la obra de la poeta venezolana Edda Armas.
Un fuerte abrazo
Gracias a ti, Gabriela Rosas, siempre por tu benevolencia y tu afecto; es un aliciente más para seguir trabajando en el conocimiento del espacio creador de Venezuela. Abrazo fuerte.
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