La luz de lo perdido (Antología poética 1976-2020) Javier Lostalé Edición, prólogo y entrevista de Esther Peñas Chamán Ediciones Colección Chamán ante el fuego Albacete, 2020 |
GOTAS DE LUZ
El pulso literario de Javier Lostalé (Madrid, 1942) ha adquirido una
excelente solidez con el paso del tiempo, como se percibe en la repercusión del
legado en las nuevas generaciones y en las reediciones de algunos títulos
emblemáticos. El recorrido, desde la etapa novísima hasta el esencialismo
reflexivo de Cielo y Tiempo en lunación, ha ido
experimentando un sosegado despliegue de matices en el modo de descubrir
rincones de la existencia y el tacto de una belleza perdurable en sus valores
estéticos. De la persistente sensibilidad del poeta y su luminosa vigencia se
ocupa el volumen La luz de lo perdido
(Antología poética 1976-2020) con prólogo, selección y clarificador diálogo con Javier Lostalé de la poeta Esther
Peñas.
Desde el contexto biográfico, tan ligado al despertar democrático de un
país sumido durante décadas en la ominosa umbría de la dictadura, y a la
vocación periodística en radio, todavía activa en algunos programas culturales,
Esther Peñas recuerda la inclusión en la muestra Espejo del amor y de la muerte (Antología de poesía española última), coordinada
por Antonio Prieto y apoyada con una breve nota introductoria de Vicente
Aleixandre. Sería el comienzo de una sostenida relación afectiva con Luis
Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena, que poco a poco se irían
convirtiendo en las voces emergentes más conocidas del venecianismo madrileño.
La carta de presentación literaria, Jimmy,
Jimmy (1976) mostraba la influencia fuerte de Aleixandre en la celebración
del cuerpo y en el calado surrealista de las imágenes, aunque también
evidenciaba la influencia de Luis Cernuda
en el velado de lo autobiográfico, solo entrevisto en la conmoción
sentimental. Ese alba adquiere continuidad con Figura en el paseo marítimo, donde la dimensión erótica y el paso
callado de la soledad alumbran un tiempo de concentrado ensimismamiento. Esther
Peñas clarifica la naturaleza del libro: “Lo insondable, el desconcierto, el
enigma, el mar en definitiva actúa de catalizador de una profunda consciencia
de la brevedad del amor ante la que el poeta “se inviste de soledad para
salvarlo”. El estar a solas también tendría su reflejo en el ritmo de
publicación, ya que esta segunda entrega abre un silencio de catorce años. El quehacer retorna con La rosa
inclinada un poemario repleto de símbolos que obtiene en 1995 el Premio de Poesía
Juan de Baños y se edita en Rialp. En sus esquinas se convierten en vértices
semánticos la rosa, el tiempo, la soledad, la belleza, la luz, esos espacios
conceptuales que tanto perduran en la travesía lírica de Lostalé y que
acentúan sus coordenadas existenciales en Hondo
es el resplandor, a mi entender una de las salidas esenciales del poeta por la intensidad expresiva.
En el comienzo de siglo, Javier Lostalé hace
balance y aglutina sus libros en 2003 con el título La rosa inclinada que añade al corpus completo el inédito La estación azul, conjunto de teselas en
prosa anticipadas en el diario ABC. Tras
esa compilación, fluyen de forma pausada otras salidas como Tormenta transparente y El pulso de las nubes. Además el perfil
literario añade trazos nuevos, como antólogo de poetas jóvenes andaluces en Edad presente. Poesía cordobesa para el
siglo XXI, y como animador cultural del siempre maltrecho paisaje de la
lectura con Quien lee vive más,
título que adquiere la contundencia de un lema publicitario. La reivindicación
del encuentro con el libro busca la claridad gozosa del conocimiento, esa
propuesta de la palabra hecha refugio y
búsqueda.
Javier Lostalé entiende la escritura como un
árbol de luz, capaz de transcender la realidad con un ramaje onírico. Escribir
es un acto de vida, un empeño de indagación en la transcendencia. La palabra
poética avanza hacia el viaje interior, tantea esas claves de profundidad que
iluminan la condición de ser. El poema, como sucede en la obra de Rilke,
magisterio esencial en el poeta madrileño, adquiere una filiación metafísica,
una dimensión etérea que alumbra con la fuerza de la revelación. Con la nitidez
de la evidencia que perdura en el tiempo.
José Luis Morante
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