Arde Sara Prida Vega Prólogo de David González InLimbo Ediciones Albacete, 2021 |
CON LA PIEL HERIDA
Una de las características más relevantes de la última promoción poética
es el eclecticismo, el diálogo abierto con la singularidad expresiva, lejos de etiquetas
reductivas y generacionales. En ese registro se ubica el yo poético de Sara
Prida Vega (Asturias, 1990), profesora de filosofía, ilustradora y poeta que se
da a conocer con Aullido animal,
carta de presentación impulsada por BajAmar Ediciones en 2017. El corpus lírico
añade en 2021 una nueva entrega con introducción del poeta David González,
quien titula su entrada “La vida en llamas”. Su hermoso balance lírico anota el
recuerdo de un encuentro cómplice, marcado por un verso memorable: “Solo necesito
un gorrión para construir un mundo”. El análisis, de inmediato, aprecia un
fuerte sustrato poético que se explora a través de las páginas de Aullido animal y cuyo afán renueva tras la lectura de los
dieciocho poemas que componen la nueva entrega Arde, que tiene mucho de catarsis y viaje interior, de lección de
vida.
Sara Prida Vega contextualiza el marco
accional del poema con dos sustantivos de semántica meridiana “Hierba y
carbón”. Definen la primera parte de la compilación y funcionan como apuntes líricos,
marcando la comprensión y los trazos aparentes de la propia identidad. A través
de la apelación discursiva a un tú cercano: “Masticábamos / piedras en tu casa,
/ ¿te acuerdas? / Y tenían un sabor amargo / como a salvia, a heno, a sexo na tená…”. Las palabras intentan
comprender el disgregarse del reloj, mediante un fluir testimonial que ajusta
los latidos de su escritura al discurrir. La realidad se reconstruye, tiene
otra apariencia, como si cobijara un onirismo en el que sobreviven recuerdos y
sensaciones más allá del etéreo cansancio que aposa lo diario. Los poemas
tantean la evocación; se esfuerzan en dar voz a la memoria sentimental con
imágenes de enorme belleza plástica: “Yo tenía una abuela luna / que nunca me
dijo nada. / Estaba ocupada intentando / rellenar / la herida que le trepó por
la pierna…”. El pasado se convierte en un ruido fuerte por el que desfilan,
como un rumor de fondo, presencias que se definen en actitudes enfrentadas a un
tiempo histórico que convierte el enfrentamiento cainita de la guerra civil y
el tiempo sombrío de la posguerra en doloroso tránsito de vencedores y vencidos.
La
sección central “La chispa inadecuada” abre un itinerario confidencial. La
incertidumbre cuestiona el papel de los sentimientos, su definición sin
imposturas: “Yo tuve un novio que se intentó cortar las venas / antes, incluso,
de conocerme “. Más allá de esa fuerte conciencia de finitud y umbría que
atestigua un presente donde siempre es invierno, rastros de sombra y ceniza. El quehacer del poema se afirma también
desde la ironía y la paradoja; si el entorno sobrevive en vuelo raso, gris y
con poco atractivo, la introspección se aborda como una labor sin tregua, un
empeño en alzar construcciones mentales que resguarden las infinitas
variaciones de la decepción o los estratos mudables de la ideología. En “Rumor
libertario” explora las aspiraciones revolucionarias del lenguaje, ese habitar
conceptos y significados lejos del conformismo burgués y la mentalidad
indefinible de los que conjugan ausencia y memoria. La existencia se percibe,
como sucede en los poemas de “Devaneo forastero”, como un cruce de camino,
cuyos pasos entrelazan callejones sin salida, gregarismo y soledad. El presente
es asumir una serie de hábitos generacionales que definen una contemporaneidad fragmentada y excluyente, propicia al individualismo y las definiciones, más que a las inquietudes que laten en cualquier ser humano: la vida se diluye en la urgencia de Tinder, el cambio climático y la ecología, la pantalla abierta de Netflix, los hábitos veganos, o la caligrafía de lo emotivo, escrita por alguna pareja de First Dates…Asimetrías que
conspiran en la disolución de una realidad carente de utopías, como si el
nosotros social cobijara una caja de pandora, un puente cuya oscura cimentación
sostiene la injusticia como sustrato básico. La escritura es catarsis –ya lo
ratificó con fuerza David González- , conducto hacia la intimidad confesional y
acaso también la manera más fácil de ejercer la transgresión, lejos de esas etiquetas que nos definen como seres anónimos.
Desde
esa sensación de incertidumbre, conectan las bifurcaciones, del apartado “Hacia
la hoguera”, un venero de crítica social que preserva las secuencias de lo
cotidiano y las coordenadas situacionales de nuestro tiempo. Hay poemas que
conceden una presencia firme al entorno, como “Pensad y lamed todos de ella”,
donde el yo define la periferia ambiental con abrumadoras enunciaciones, cuyo
único reverso es la esperanza, la voluntad firme del que “sólo necesito un
gorrión para construir el mundo”. La indagación exploratoria tampoco concede sosiego
en el último poema; asumir la nada transitoria no otorga indicios al futuro
La coda de Arde cierra el
avance argumental con “Quémame”, una invitación a la ceniza y al despojamiento
extremo de una historia autobiográfica y sentimental. El disiparse de la existencia
es también dejar la poesía junto al acantilado. Todo adquiere la dimensión exacta
del silencio. No hay abrigos verbales, solo material para la hoguera. Y un
alfiler de luz, por si hay regreso.
JOSÉ LUIS MORANTE
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